uñez Feijóo es el hombre que se fotografiaba relajadamente con el narcotraficante gallego Marcial Dorado en su yate en la Ría de Vigo: gafas de sol molonas y grumos de crema de protección en la espalda extendida de manera grimosa (como chorros de semen lanzados a propulsión). Incluso iban de vacaciones juntos. Eran amigos, coño. Aquella foto de 1995 que se hizo pública en 2013 existe y es divertido recordarla ahora cuando, a una semana de las elecciones quizá más trascendentes de la democracia en España, Núñez Fakejóo está de un subidito fanfarrón que asusta.
Tras el único debate que ha querido aceptar –no en televisión pública, por supuesto–, salió crecido como la espuma ante la ineptitud manifiesta de dos moderadores (Ana Pastor, la exincordiante, y Vicente Vallés, el hombre tranquilo) que parecían figurantes más que periodistas –Atresmedia, el fact checking rápido es posible: TV3 es la prueba; pero hay que estar preparado para ello, claro– y, sobre todo, ante el pasmo de un Pedro Sánchez encantado de haberse conocido que no supo estar a la altura de sí mismo. Recordó al Felipe González de aquel primer debate contra Aznar en 1993 en Antena 3 (con Manuel Campo Vidal de moderador) que perdió catastróficamente por ir de sobrado. Solo que a la semana siguiente, y tras la experiencia negativa, ya mejor preparado y no fiándolo todo a su supuesto carisma, pudo resarcirse en un segundo debate en Tele 5 (con Luis Mariñas de árbitro) en el que barrió al entonces, todavía, insignificante Aznar.
La mala suerte del casi siempre –hasta ahora– afortunado Sánchez es que no tendrá una segunda oportunidad. La tropa que hay detrás de Feijóo, con una estrategia perfeccionada de “toma el dinero y corre”, no ha permitido que haya revancha al alud de mentiras lanzadas en batería al galope de Gish en un cara a cara que fue un auténtico desastre comunicativo. Hablando los dos a la vez en un fuego cruzado en el que, por disposición técnica de los micrófonos en las solapas de las chaquetas o por posturas gestuales ante los micros sobre la mesa, o por la propia textura de las voces, siempre se imponía un muy bien preparado –en su papel de parsimonioso y relamido destructor de la verdad– Feijóo, al que se le entendía mejor y más clarito. Ya se ha comentado sobradamente en todo tipo de medios de comunicación lo de la negación sistemática de la realidad que impuso el candidato del PP para erigirse en obvio vencedor de una batalla en el sucio barro que no dignificó precisamente este tipo de encuentros, pero lo que quedó claramente demostrado en estos tiempos de clickbait y asquerosidad viral es que una mentira dicha muchas veces suena a verdad cuando no hay nadie que sea capaz de rebatirla con autoridad y aplomo para imponerse al bulo, ni tan siquiera la propia víctima responsable de defenderla.
Las formas, a veces, en situaciones extremas, hay que saltárselas. Si te están robando, no le darás las gracias al ladrón. Si te violan, no aplaudirás al violador. Si te golpean, no sonreirás por no ofender. Y tampoco en este asunto hay que claudicar, cuando el sistema de fake news y posverdad, tanto del PP como de VOX, está copiado del sistema Trump, con abundante uso de redes sociales para imponer agendas falsas en el debate político. Y más cuando Feijóo tiene al ínclito y maquiavélico Miguel Ángel Rodríguez, el actual jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso y en su día sensacionalista (y a veces sensacional… por extravagante) portavoz de Aznar, como asesor de campaña en la sombra, que le recomendó que saliese al ataque desde el principio: a morder, no a ladrar. Para más inri, en esa tropa de campaña de Feijóo también figura como cabeza destacada Elías Bendodo, el principal responsable de que Juanma Moreno sea el presidente PP de la Junta de Andalucía.
Resumiendo: como bien saben, España está a un paso de que el PP y VOX se unan para retrotraernos al siglo XX o mucho más atrás (esa barba cerrada de Abascal cuela tranquilamente como rey visigodo). Y los lemas de VOX, no crean, son paradójicamente divertidos: libertad, seguridad, fronteras, familia, campo e industria. Cojamos como muestra lo de “campo”. Traduzcamos campo por cortijo, latifundio, dehesa y ganadería del toro de lidia. Precisamente, “¡Arriba el campo!” era un grito propagandístico del oficialismo falangista.
Ustedes mismos. Si les da igual, no hagan nada: no vayan a votar. Pasando, que es gerundio. Si, por el contrario, temen que libertades ya consolidadas empiecen a ponerse en duda como lo más natural del mundo, como ya se ha empezado a hacer de una manera surrealista desde que estos dos se han juntado por necesidad y por interés (en el fondo, no se soportan) en gobiernos locales –en Valdemorillo se prohíbe la versión teatral del “Orlando” de Virginia Woolf por razones de identidad sexual, en Getafe incomoda una adaptación de Lope de Vega por “referencias sexuales molestas”, en Briviesca se veta la historia del maestro republicano Antoni Benaiges, en Santa Cruz de Bezana se anula la película “Lightyear” porque se besan dos mujeres y en Borriana se retiran las suscripciones contratadas por el ayuntamiento a cinco revistas en catalán– o autonómicos –en Baleares han eliminado las conselleries de Medio Ambiente e Igualdad y han creado la de Familias; en Extremadura ha sido de traca la traición a su propia palabra de María Guardiola, La Notas–, tomen partido, pues, por alguna opción progresista. Una posibilidad que, en una hipotética suma final, pueda imponerse, aunque sea de refilón, o más bien de milagro, al bloque de derecha-extrema derecha que, ahora mismo, parece el claro vencedor de unas elecciones que, en cierta manera, pueden ser la demostración de la correa de transmisión de la ola neofascista que crece en Europa a marchas forzadas. Se trata de preservar los logros sociales conseguidos e intentar avanzar más en ellos para no volver a la noche oscura y retrógrada de una España gris y reaccionaria con la que el brazo armado-espiritual de VOX se sentiría encantada. Lo ya ganado en aspectos tan relevantes como memoria democrática, reforma laboral, feminismo y derechos LGTBI, libertad sexual, eutanasia y cambio climático está en jaque mate con estos vándalos de por medio. Por supuesto, también peligran los impuestos a las grandes eléctricas y a la banca. Cómo no. Y, en el puro colmo, ¿se imaginan un Ministerio de Cultura en manos de VOX? Pues esa es la hoja de ruta del partido de Abascal si firma una coalición con el PP.
Otro ejemplo de su estulticia: la lona gigante de VOX contra el feminismo, el independentismo y el desarrollo sostenible. Y otro más: la utilización de la lamentable frase “que te vote Txapote” –gracieta que Feijóo, soberbiamente patético, no quiso condenar en el debate de marras–. Son muestras de esa vuelta a la palestra de ese rancio abolengo del que parecíamos ya salvados. Un mundo al que nos quieren hacer volver con la recuperación de símbolos antiguos y gestos desfasados que una sociedad actual y moderna (¿como la española?) no debería querer ni poder aceptar jamás. No en pleno siglo XXI. ∎