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Miguel Gallardo: artista mutante y total

Por Pablo Ríos

22. 02. 2022

El historietista Miguel Gallardo falleció ayer, 21 de febrero. Tenía 66 años. Despedimos a una de las piedras angulares del tebeo español, dibujante de enorme influencia, admirado, querido y, sobre todo, leído.

Despedirse a lo grande.
Despedirse a lo grande.
E

l joven Miguel Gallardo (1955-2022) desarrolló su carrera en Barcelona, donde se había instalado para estudiar Bellas Artes. No supera la prueba de acceso e intenta continuar su formación en la Escuela Massana, de donde es expulsado. La efervescencia editorial de la Ciudad Condal le permite construirse y desarrollarse como dibujante en multitud de cabeceras. Y en 1977 crea –junto a Mediavilla y Borrallo– un icono de la escena underground: Makoki. Un delincuente majara, un macarra de manual que se instala en el imaginario colectivo de la España posfranquista. Acompañado de una cuadrilla de aliados y enemigos que cabalgan entre la herencia brugueriana y el rupturismo de la “línea chunga”, Makoki convierte a Gallardo en uno de los referentes del cómic español de manera casi inmediata. Tal es la popularidad del personaje que no le queda otra que matarlo y ponerse a otra cosa.

Gallardo –nacido en Lleida, en 1955– manejó como pocos (puede que como nadie) el pastiche (con personajes como Roberto España y Manolín), el pulp (con Perro Nick), la parodia (con Perico Carambola) y la elegancia (sus trabajos como ilustrador para cabeceras como ‘The New Yorker’). Destiló la esencia misma del tebeo nacional para ofrecer siempre algo nuevo. Puede que no pensara en el futuro cuando llegó a él hace más de 20 años, cuando publicó “Un largo silencio” (1997; ampliado en 2012) y se atrevió a dibujar lo que nadie había dibujado hasta ese momento, un relato sobre la memoria histórica, la Guerra Civil y sus consecuencias. Tampoco había sección de “novela gráfica” en las librerías cuando habló de su relación con su hija autista en “María y yo” (2007), un tebeo tiernísimo y sincero, arrollador en su claridad.

Existen dos tipos de dibujantes: aquellos que encuentran pronto su caligrafía y exploran sus aristas durante su carrera para llegar al corazón del dibujo, y aquellos que no paran de garabatear de manera multiforme sin perder nunca su voz. Gallardo pertenecía a este segundo grupo de artistas –inquietos, inmanejables– que encuentran en el dibujo el reposo y la tormenta. Dibujantes que son, en puridad, humoristas, porque al final no hay otra manera de contar las cosas. Pienso en Steinberg o Topor, pero Gallardo –cuya obra está a esa altura– sobre todo dibujaba tebeos. Porque respiraba tebeos.

En 2020 se le diagnosticó el tumor que finalmente será el causante de su muerte. Y su respuesta no pudo ser otra que dibujar un tebeo. “Algo extraño me pasó camino de casa” (2020) se convierte así en su testamento y en su último regalo. Se va el hombre, pero queda, para siempre, el dibujante. ∎

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