https://assets.primaverasound.com/psweb/va6lgdff7qhlwraqbuy1_1674484337969.jpg

Firma invitada / El sombrero de hélice (≠ Las elipsis de mis discos durante 20 años ≠)

Episodio 4: El estupor

Por Remate

24. 01. 2023

M

is hijos pasaron de la teta a la fabada. El lugar de los biberones lo ocuparon David Attenborough y “Seinfeld”. Y Bill Callahan. En el colegio, a los pequeños les mandaron unos deberes especiales: apuntar su canción favorita para que al día siguiente todos la escucharan en clase. Ambos eligieron una de Bill Callahan. Temí que los de servicios sociales me acusaran de educar a mis hijos como la familia de “Canino”, de Yorgos Lanthimos, secuestrados en casa y aislados del exterior (demoníaco). Y no: puedo esgrimir en mi defensa que no les gusta Bob Dylan, que les encanta a los tres Ariel Pink, también las canciones de Billie Eilish para la película de Pixar “Red”, pero la voz de barítono de Bill (y seguramente todo lo demás: las guitarras y las baterías seguro) suele ser lo que piden automáticamente cuando nos subimos al coche.

De David Attenborough han aprendido tanto como yo (incluso las bandas sonoras son buenas), solo que ellos no se olvidan nunca de los nombres de los animales más raros ni de dónde habitan, ni de las especies y subespecies. Yo tengo que buscarlo muchas veces para cerciorarme si lo estoy cantando bien o no (ah, que me estoy adelantando en el tiempo, esto alude a mi nuevo disco… vuelvo al presente, y al pasado). Y de “Seinfeld” creo que han aprendido lo que se parece a la vida real si la vida real fuera tan divertida: todo lo que es divertido en la serie, en la vida real solo lo es con (mucha) perspectiva.

Por ejemplo, contaré dos anécdotas reales aunque inverosímiles que me pasaron. Me autocensuro de contar más, pero quién sabe si más adelante prosigo (risas):

1. Un directivo de una discográfica multinacional que vive, como yo, en la sierra de Madrid, me invitó hace años a comer. Lo llamaré ficcionalmente Ácaro. Creo que se ajusta a su aura. Ácaro quería quedar conmigo porque “cada día es más interesante lo que haces; y menudo personaje te has montado”. Yo pensé: “Show me the money”. Pero no le dije eso, sino un simple “ok”. Quedamos, pues. El sitio era en Madrid, en el centro, “un sitio donde vengo con todos los artistas”. Supuestamente cool. En realidad, de ensaladas de lechuga iceberg con ínfulas. “Mi mujer no se creía que de verdad iba a comer contigo. Es superfan”. Una cosa buena es que suelo gustar a sus mujeres. Una mala es que tengan esas parejas. La bonita velada fue más o menos por esa deriva. Muchas preguntas sobre el supuesto diseño de mi personaje que tenían como respuestas un silencio o un “no tengo ni idea” por mi parte, enumeración concatenada (como Kiss FM) de artistas con los que había comido antes allí y con los que tendría sin duda que colaborar (featuring)… Y ya. Ni una oferta ni nada. Al volver a casa era una nadería complicada de entender. De esas que son difíciles de narrar porque realmente hay que estar. Salvo que aludieras a Larry David, no tenía gracia. Unos años más tarde el mismo Ácaro me reencontró (creo recordar que) por LinkedIn y volvió a intentar quedar conmigo. Podría contar que ya entonces le dije que no porque… Pero en realidad le dije otra vez OK, aunque suene poco clarividente. Y fue exactamente igual. A su mujer le seguía gustando. Increíblemente clónico. De algún modo agradecí el déjà vu porque todo era una réplica tan milimétrica que me sentí dentro de alguna película de las que me gustan, y eso me abstrajo de las tonterías cliché de A&R que decía. ¡Y hubo hasta una tercera vez! Hace relativamente poco me llamó, entonces le gustaban mis bandas sonoras… Pero sí, esta vez fue un intento frustrado porque, al fin, me excusé y le dije que no podía quedar.

2. Hace ya unos pocos años me llamaron para un proyecto de banda sonora. Quien me contactó fue el productor. Estaba muy interesado en que fuera yo el compositor. Me convocaron a una reunión con los directores. El productor no fue. Estábamos ellos y yo solos, más alguien de producción que “vendrá luego al final de la reunión porque le gusta mucho tu música”. Lo primero que me dijeron es que ellos, los directores, no querían música, pero el productor sí. Esa fue la primera frase de la reunión con el músico, yo. Uno de los directores me dijo que él era muy “melómano”, pero que no creía que la música le fuera bien a esta trama. “No la necesita”. Y el otro director apostilló:

– Porque... ¿cómo se musica el estupor?

Y ahí yo sí respondí, a lo del estupor. Estuve hablando (solo) un buen rato. Más o menos literalmente recuerdo que dije: 

– Uy, justamente ese es el enfoque equivocado. Cuando se musica el estupor, o sea, entiendo que se subraya algo que sucede en la trama y que pretende ser sutil, la banda sonora es un espanto. Incluso si la música fuera excelsa y los arreglos geniales, sería una edición muy errática. La banda sonora tiene, probablemente, que abrir otras vías: la de la emoción, o la de crear un hábitat que identifique la historia, acompañar quizá a según qué personajes con mucha discreción para no caer en lo burdo… (Ahí acabó abruptamente mi análisis; en medio de mi soliloquio se unió a nosotros el chico de producción que me conocía, que tenía algunos discos míos. Luego me dijo que le había hecho mucha ilusión conocerme).

– Claro, porque... ¿cómo se musica el estupor? ∎

Compartir
Etiquetas

Contenidos relacionados

Contenido exclusivo

Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.

Inicia sesión