ísicamente, lo más cercano que he estado de Lou Reed es LD Beghtol. Mi amigo, antes de vivir en el apartamento de Bushwick (donde yo pasé parte del verano de 2010), vivió en el mismo edificio donde vivía Lou Reed. Coincidían en el ascensor. Durante años. Aunque las conversaciones entre ellos no superaron ese género, el del ascensor. De hecho, según LD, fueron incluso por debajo de ese meridiano protocolario-climatológico. A veces no hubo ni miradas cruzadas. Él me decía que era culpa de LR, “antipático”. Pero, a mí, que conocí bien a LD, me da que fue cosa de los dos. Ambos eran mucho más Jennifer Jason Leigh que Jerry Seinfield (más mi hábitat; sin embargo reconozco que también puedo pecar de Larry David).
Estoy viendo “La Mesías”, que no sé si es una obra maestra, seguramente no, pero sí es una obra de arte. Albert Pla me hace mucha gracia. No sé si es la descripción más acertada, la seudograciosa, porque lo que da su personaje es mucho miedo. Pero aun así me río mucho con su interpretación hierática y errante. Lo conocí fugazmente (y creo que fugaz suena a demasiado) en la primera década de los 2000. Quizá fuera 2006 o 2007. En un concierto en el que teloneé a Nacho Vegas en la sala El Sol. Yo vivía por entonces en Asturias y Nacho me lo propuso. Era algo de la asociación Ladinamo, ese sitio muy militante con el que seguramente comparto bastantes cosas pero realmente lo que más me gustaban eran los batidos. Mi falta de actitud (a su manera), salvo con los batidos, creo que nunca les entusiasmó. Fui a casa de Nacho en Gijón y ensayamos un poco alguna canción juntos: él propuso una de Guy Clark y yo una de Gram Parsons, no sé exactamente cuáles. Recuerdo que le regalé mi doble disco “No Land Recordings” y, al explicarle de qué iba la idea de un disco A de Escarabajo y otro B de Pájaro, me hizo mucha gracia su comentario: “O sea, uno de las canciones de verdad buenas y otro de las flipadas”. Le dije que probablemente sí, pero que no sabía cuál era cuál, claro.
Nos fuimos en mi coche a Madrid, un Peugeot 206 azul tívoli que nos duró hasta que Nelson cumplió un año. Entonces, justo unos días antes de mudarnos de Madrid a El Escorial, el coche se estropeó definitivamente. Pero esa es otra historia, claro. Muy aburrida salvo que practiques el hiperrealismo. Años antes de que se estropeara el coche, ahí estábamos Nacho y yo camino de Madrid, desde Asturias. Los dos fumábamos tabaco de liar. Pero solo conducía yo, él no tenía ni carnet. Luego Nacho me liaba los cigarros. Mil, quizá. Luego yo dejé de fumar cuando nació Nelson, ese mismísimo día, porque el smoking room estaba lejísimos de la habitación en la que estábamos y no quería desaparecer media hora. Desde ese día no fumo.
El concierto lo recuerdo abarrotado hasta el agobio. Toqué yo, luego Nacho subió y tocamos esas dos canciones juntos, y luego tocó él su repertorio. Y en el camerino, donde casi no cabíamos prácticamente con la cantidad de amigos y desconocidos que había, estuve un rato con Marina Gallardo, que me dijo que yo en el escenario daba miedo y que eso le gustaba (ese comentario me dejó más poso de lo que ella piensa, seguro; intenté desde entonces no dar miedo porque no me convencía nada dar esa percepción). Y me presentaron a Albert Pla. Estaba sentado en una esquina medio escondido. Acurrucado. No sé quién me lo presentó. Pero le di la mano, y casi ya. El ruido y la efervescencia de un camerino de rock no iban con él, parecía. Yo soy mucho más de su cosa que de la otra, ya lo pensé entonces. Solo que como era en parte mi concierto, no le pude decir “te entiendo”. Mucha gente me requería, aparte de que la funda de mi guitarra estaba justo a su lado y tuve que pedirle que se moviera para guardarla. Se levantó lo justo para que pudiera alcanzar la funda y volvió a su postura de faquir acurrucado. El lado más salvaje de la vida es polisémico. Menos mal. ∎
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