Cuando Simba abandona el reino, repudiado por Scar, tras la muerte de Mufasa, acaba refugiándose en la verdadera jungla, más allá de toda ley. Y son Timón y Pumba los que le enseñan que se puede vivir de otro modo. Le enseñan que allí, into the wild, las pirámides, las estructuras, cualquier atisbo de verticalidad, caen como un tronco seco y se disponen sobre el suelo, salvaje, para darle de comer, tanto a él como al resto de criaturillas que comparten la ilusión, la utopía de la horizontalidad. En su burbuja, la ley del más fuerte, reflejo de todas esas leyes que se suponen propias de la naturaleza, no es más que un constructo, una imposición, como pueden serlo en nuestro mundo las estructuras de poder. Para Timón y Pumba existe una vía para la libertad. “Viscoso pero sabroso”: tenemos que estar predispuestos y fuera de nuestra zona de confort para apreciar la auténtica belleza de las cosas, esa que es conciliadora, liberadora e igualadora.
El festival Sinsal SON Estrella Galicia es un poco como Timón y Pumba: te da la mano y te conduce hacia lo salvaje. Consigue que creas que, por un momento, en aquella pequeña y remota isla de la Ría de Vigo, la horizontalidad es posible. Despierta tu atención, alimenta tu curiosidad. Y se preocupa de que renuncies a tus prejuicios, a cualquier idea que tengas sobre el sabor de ese gusano que es la música. Y de que seas capaz de apreciar sus virtudes, sus maravillas, más allá de la viscosidad y las texturas extrañas. De algún modo recuerda a los preceptos de que hablaba Horacio en su “Ars Poetica”: la poesía, pero en general cualquier forma de arte, puede deleitar los sentidos o enriquecer nuestro conocimiento, pero también puede hacer ambas cosas a la vez, “delectare et docere”. La gran mayoría de artistas que el público descubrió en la idílica –y algo misteriosa; echen un vistazo a la historia– isla de San Simón dedicaron un espacio a explicar su propuesta o la procedencia y técnicas de sus instrumentos, un verdadero desfile de artefactos procedentes de una riquísima variedad de tradiciones centenarias de todo el mundo que dialogó siempre positivamente con el conjunto de instrumentos normativizados en la cultura occidental y con las nuevas tecnologías.
La riqueza y profundidad de una propuesta arriesgada que se desvela una vez los asistentes “aterrizan” es, por su parte, un reflejo del éxito y de las posibilidades artísticas de los programas de intercambio de talento que se desarrollan con el apoyo de las instituciones públicas en festivales y ferias musicales de toda Europa y parte del mundo: Corea del Sur, Nigeria, Estonia o Bélgica, por ejemplo, desembarcaron con propuestas que recorren distintos caminos de sus folclores y que reivindican la pertenencia, el orgullo y la conversación cultural. Porque hay algo que late por debajo de todas las identidades, de todos los pueblos, que nos conecta a todos: la diáspora, el mestizaje, son parte intrínseca al ADN de la especie humana, y podemos encontrar huellas de ello con solo mirarnos al espejo. Los folclores, como las personas y más allá de las enriquecedoras diferencias, en el fondo, son uno solo. Y que existan espacios como el Sinsal, propicios para el encuentro de los matices, es algo que tenemos que valorar, proteger y reivindicar. Cuidar nuestros festivales también es, en parte, cuidar nuestra diversidad, cuidar nuestra historia y cuidar nuestras culturas.
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