En el prólogo de “Arboretum” (2006; Sexto Piso, 2021), David Byrne intenta explicar en qué consiste exactamente este libro ilustrado, algo así como una sucesión de espacios mentales desarrollados por el músico, cineasta y escritor a partir de una lógica irracional. “Estos dibujos comenzaron hace unos cuantos años como instrucciones para mí mismo en un pequeño cuaderno: ‘Dibuja un árbol evolutivo del placer’. O: ‘Dibuja un diagrama de Venn sobre relaciones’, por ejemplo. Órdenes a mí mismo para realizar mapas mentales de territorios imaginarios, que se acumularon durante unos cuantos años hasta que el impulso se agotó”. Byrne añade que quizá fuera una terapia personal consistente en dejar que su mano dijera o sugiriese aquello que la voz no le permitía.
“Arboretum” surge así del momento, antes que de la estricta necesidad, y concluye cuando esa cadena de impulsos momentáneos deja de tener fuerza. Es, siguiendo el rastro autoconsciente del propio autor, una mezcla de sátira, escritura o dibujo automático y falsa ciencia, aunque también una excusa para dibujar lo que le pasaba por la cabeza y era retenido durante unos instantes, básicamente diagramas y plantas. El título de este curioso libro hace referencia a los jardines botánicos especializados en árboles y plantas leñosas. No se trata de diagramas y de plantas, sino de las dos cosas a la vez: las raíces de un grueso roble forman por sí mismas un tejido de diagramas bajo tierra. Otra cosa es explorar el significado que a cada trazo otorga el ex Talking Heads.
Veamos la primera plancha, titulada “Historia psicológica”. Un árbol de ramas sin pelaje. A cada rama le corresponde un concepto. De izquierda a derecha y de arriba abajo: “enfurruñarse”, “renegar”, “quejarse”, “ignorar”, “llorar”, “gritar”, “malentender” y “discutir”. Bajo la superficie se extienden, en línea recta, las raíces de este árbol. Cada raíz responde igualmente a un concepto: “sonreír”, “mirar”, “comunicar”, “hablar”, “reír”, “besar”, “amar”, “acariciar”, “abrazar” y “entender”. En la particular psicología de Byrne, bajo tierra, aquello que no se ve, pero que tiene la misma fuerza y entidad, se encuentran los sentimientos más agradables y distendidos, y aquí Byrne pone al mismo nivel besar que comunicar, sonreír que entender. Arriba, sometido al sol y la luna, a las inclemencias del tiempo, todo es más sombrío. En vez de acariciar, se grita. En vez de abrazar y amar, se discute.
En apariencia, una significación muy simple. Pero todo se va complicando y enredando a medida que desfilan los dibujos, pues a la “Historia psicológica” le siguen las “Transformaciones taxonómicas”, y en esta peculiar relectura de lo que sería el estudio de los grupos de organismos biológicos, Byrne opone aspectos arquitectónicos (colonial, chalet, rancho, Neo-tudor) a la alimentación golosa que procuran los dónuts, bollos, tartas, croissants, bagels y panecillos de Viena. Otra ilustración atañe a la música del futuro. A las raíces les corresponde desde el swing al antifolk, pasando por rock, pop, gótico, garage, country, hip hop, trance y reguetón, mientras que las ramas del árbol a la vista de todo el mundo adornan el góspel ácido, el funk conservador, el death hop o el no-vibe.
En la mayoría de los casos, y hay auténticos laberintos conformados por la diagramación de las raíces bajo el suelo, el esquema parece obedecer realmente a la escritura instantánea y automática, conceptos que se miran entre ellos, dialogan o confrontan. Las evidencias nos devuelven a un Byrne casi ingenuo y romántico: en la ilustración titulada “El dilema de Blake”, la frondosa copa de un árbol goza solo de tres conceptos (“santos”, “poetas” y “amantes”), mientras que los bulbos subterráneos se dividen en asociaciones de sinvergüenzas en general (“delincuentes”, “timadores”, “embaucadores”, “estafadores”, “evasores fiscales”). En el desplegable con las anotaciones complementarias a cada dibujo-historia, Byrne apunta, refiriéndose a “El dilema de Blake”, la cita del poeta y pintor William Blake en la que puede haberse inspirado: “Los caminos del exceso conducen al palacio de la sabiduría”. Y se pregunta entonces si Blake quiso decir que para alcanzar la iluminación uno debe estar ebrio. ¿Se puede llegar a la santidad y la poesía desde la delincuencia y el fraude? Estas anotaciones son útiles, aunque no necesarias. Puede leerse-verse este libro sin tenerlas en cuenta, pero de vez en cuando aclaran cosas, aunque si es dibujo automático, estamos entrando definitivamente en el mapa mental que surge de la lógica (ir)racional de Byrne en cada ilustración.
Como ya hizo musicalmente, con Talking Heads o en solitario, Byrne continúa explorando las formas de comunicarse a través de las palabras, sonidos o dibujos. Este libro, de parecerse a alguno de sus otros trabajos, establecería conexiones a través de la fragmentación con su película “True Stories” (1986) y, en menor medida, con “American Utopia” (2020), la aproximación de Spike Lee al espectáculo musical de Byrne estrenado en los escenarios de Broadway. Tiene también relación con alguno de sus libros anteriores, no tanto con “Cómo funciona la música” (2012; Reservoir Books, 2014), penetrante análisis de la cultura e industria musical, sino con “Diarios de bicicleta” (2008; Reservoir Books, 2010), en el que, como en la escritura automática, el autor realiza sus reflexiones a partir de lo que ve desde el sillín de la bicicleta plegable con la que recorre diversas ciudades de todo el mundo, y con “Your Action World” (1999), en cuanto al gusto por la sátira al desbrozar la publicidad, el marketing y los materiales de motivación. Y en música, si hay que establecer puentes, este sería de plata: “My Life In The Bush Of Ghosts” (1981), el disco realizado a medias con Brian Eno en el que el arte del sampleado –bases rítmicas sobre grabaciones de DJ radiofónicos, cantantes árabes y exorcismos, técnica que ya había explorado con anterioridad Holger Czukay– constituye otra asociación mental similar a la establecida en los dibujos de “Arboretum”. ∎
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