Hace años que el sida y sus consecuencias revolotean en mayor o menor medida por las páginas de la literatura norteamericana, aunque las dos grandes obras sobre el tema se sustentan en piezas teatrales: la monumental “Ángeles en América” (1991) de Tony Kushner y la no menos grandiosa “La herencia” (2018) de Matthew Lopez (publicada este año en castellano por Dos Bigotes). Obras globales que, con la enfermedad como hilo conductor (más tangencialmente en el caso de Lopez), reflexionan sobre el contexto social que envolvió los años más duros de la pandemia y que ofrecen distintos reflejos sobre el hecho de ser gay en Norteamérica.
“Los optimistas” (“The Great Believers”, 2018; Sexto Piso, 2021; magnífica traducción de Aurora Echevarría), la tercera novela de Rebecca Makkai (Skokie, Illinois, 1978) –en castellano también se publicó su debut, “El devorador de libros” (2011; Maeva, 2012)–, fue finalista del Pulitzer y del National Book Award con este fresco de casi seiscientas páginas ambientado en Chicago a mediados de los años 80, cuando la enfermedad era todavía un estigma poco conocido y la administración Reagan miraba hacia otro lado haciendo oídos sordos a las demandas de la comunidad homosexual para obtener más recursos y mejor atención médica.
Makkai nos introduce en la vida de una pandilla de amigos que ven cómo su modo de vida va cambiando por los efectos del VIH, entre muertes, deterioro físico y mental, pánico y angustia. Asistimos a sus fiestas y a sus funerales, a cómo se enfrenta cada uno de ellos a la amenaza que les ronda y a los vaivenes de unas relaciones amorosas –esporádicas o estables– que se ven sacudidas por el avance del virus.
Makkai alterna los capítulos de los años 80 con otros situados en el París de mediados de la década del 2000, ciudad a la que se traslada Fiona (amiga y nexo de unión del grupo de los 80) en busca de su hija desaparecida y escenario en los años 20 del siglo pasado de las aventuras artísticas de su tía abuela, dispuesta al final de su vida a ceder una colección de pinturas contra el deseo de algunas familiares.
No hay malabarismos formales ni estilísticos en la narración, construida como un gran lienzo dickensiano con el realismo como foco principal. El objetivo de Makkai, casi didáctico, es alumbrar con luz poderosa y empática un momento histórico determinado que marcó a generaciones posteriores y a menudo es poco conocido por las nuevas (y cuyas consecuencias no han desaparecido: el virus continúa matando cada año a un millón de personas).
Entrevistas con médicos, enfermeras, historiadores y supervivientes de aquellos años le han servido a la autora como base documental –ribeteada con referencias a canciones, películas y artistas– de una novela que es atroz y conmovedora, triste pero no derrotista, una admirable elegía sobre el amor, la amistad, el ansia de libertad y el valor de la resistencia colectiva frente a la incertidumbre y el desánimo. ∎
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