Presentada fuera de concurso en el festival de Cannes y concebida por Todd Haynes y su productora Christine Vachon para Apple TV+, “The Velvet Underground” es un documental formulado con estética de vanguardia warholiana que indaga en el seminal grupo y en el Nueva York que alumbró su música.
Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison, Moe Tucker, Nico y Doug Yule… Pero también Andy Warhol, Jonas Mekas, La Monte Young, Allen Ginsberg, John Cage, Tony Conrad, Jack Smith, Stan Brakhage, Kenneth Anger, The Factory, Cafe Bizarre, Pickwick Records. A través de las imágenes de archivo y de los archivos sonoros, la última película de Todd Haynes trasciende el concepto original, el de ser un documental sobre The Velvet Undergroud, para convertirse, además, en un filme muy completo sobre la agitación artística y social del Nueva York de la segunda mitad de los 60.
No es que haga un repaso superficial al grupo apadrinado en sus inicios por Warhol. En absoluto. Reed y compañía, su música y sus textos, su idiosincrasia y su revolución sonora son el hilo conductor del que se sirve Haynes –un experto en voltear las ficciones y no ficciones sobre la música rock– para capturar al milímetro la excitación cultural de una ciudad en un momento de esplendor, aunque fuera un resplandor subterráneo. De hecho, “The Velvet Underground” (2021) está dedicada a la memoria de Mekas, quien aún pudo ser filmado y entrevistado por Haynes antes de su fallecimiento en enero de 2019. Y empieza con esta cita de Charles Baudelaire: “Music fathoms the sky” (“La musique creuse le ciel”), extraída de sus “Diarios íntimos”, escritos entre 1851 y 1862. El segundo corto de Haynes, “Assassins. A Film Concerning Rimbaud” (1985), estaba centrado en la turbulenta relación entre otros dos poetas románticos y malditos, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine. Poesía francesa. Poesía del underground neoyorquino.
Al director le interesa la Velvet por muchos motivos. Por el mundo clandestino de sadomaso, drogas y homosexualidad de algunas de las canciones de Reed, algo esencial para uno de los cineastas que lideró el New Queer Cinema de los noventa y revisó en su primer largometraje, “Poison” (1991), la poética de Jean Genet. Por la época en que cristalizó la propuesta de Reed y Cale, el porqué sucede todo aquello al mismo tiempo, y la revolución cultural que implica. Por la posibilidad, desde el dispositivo del documental, de seguir indagando en la música desde perspectivas completamente alejadas del biopic tradicional.
Haynes ha hecho trizas la ortodoxia. Relató la música y la anorexia de Karen Carpenter en un docudrama de cuarenta y cinco minutos realizado enteramente con muñecas Barbie: “Superstar. The Karen Carpenter Story” (1988). Convirtió la era del glam rock en una cruda fantasía: “Velvet Goldmine” (1998). Reconstruyó la andadura de Bob Dylan otorgándole media docena de tipologías distintas y enfrentadas: “I’m Not There” (2007). Habrá que esperar aún uno o dos años para saber cuál será su visión de la gran Peggy Lee en “Fever”, proyecto anunciado con Michelle Williams de protagonista que tiene pinta de estar filtrado por la luz otoñal y las atmósferas ambarinas de “Lejos del cielo” (2002) y “Carol” (2015), sus dos modélicos melodramas.
“The Velvet Underground” es una propuesta distinta y, al mismo tiempo, coincidente con ese permanente descubrimiento de modos diferentes al filmar la música. Es un documental, cierto, pero el trabajo de montaje asociativo sobre el material preexistente y el juego con las pantallas divididas, convertidas en verdadero relato, no son para nada propios del documental de rock. Haynes utiliza fragmentos de películas de Warhol, Anger, Brakhage, Shirley Clarke y D. A. Pennebaker no solo para “ilustrar” una época, sino para darle forma narrativa a la misma y vehicularlas con todo lo que ocurría en la ciudad para explicar mejor por qué y de qué manera surgió un grupo tan inclasificable como The Velvet Underground. Hay aspectos evidentes, pero no por ello menos necesarios: se explican detenidamente los orígenes vanguardistas de Cale para entender en toda su dimensión lo que aportaría al sonido del grupo. También se traza el panorama preciso del contexto estadounidense de los cincuenta, en lo social, cultural y sexual: Haynes sabe que nada surge de la nada. El documental está dividido en seis conceptos. Cinco atañen a los músicos (Lou, John, Sterling, Moe y Nico, rezan los rótulos) y otro, el tercero, a la ciudad (Nueva York), convertida así en personaje además de escenario.
La construcción formal ya es de por sí un condensado del espíritu cinematográfico de la época, un homenaje, a la par que restitución, a la vanguardia. Haynes divide la pantalla en dos mitades simétricas, como el filme de Warhol “Chelsea Girls” (1966). La de la derecha está ocupada durante varios minutos por un primerísimo primer plano en blanco y negro de Reed: es el hermoso “Screen Test #1” filmado por Warhol, con el músico mirando a cámara y parpadeando ligeramente. En la pantalla izquierda van sucediéndose distintas imágenes, historias, personajes. Haynes invierte las pantallas y Reed pasa a la izquierda para que sea un primer plano de Cale el que ocupe ahora la derecha. Poco a poco, desaparece el rostro de Reed y la pantalla izquierda vuelve a estar ocupada por imágenes varias, la mayoría relacionadas ahora con Cale. Haynes nos explica sus vidas, pero también intercambia o disuelve la una en la otra, como una metáfora de lo que fue la banda en sus inicios y la relación entre sus dos líderes. Hay una maravillosa idea al concluir este primer bloque: la pantalla acaba fragmentándose en doce pequeñas ventanas para evidenciar al crisol de tendencias y acontecimientos de aquel Nueva York.
Haynes no desdeña la parte más didáctica, con entrevistas actuales a Cale, Tucker, Jonathan Richman, John Waters, Mary Woronov, Shelley Corwin (novia de Reed en la universidad), Martha Morrison (viuda de Sterling), La Monte Young y Marian Zazeela, junto a recuperados archivos de voz de Reed, su madre, Cale, Morrison, David Bowie, Tony Conrad, Delmore Schwartz y el compositor y filósofo Henry Flynt. El final es muy emotivo. Por partida doble. A un fragmento de una charla de Reed con Warhol, poco antes de la muerte del pintor y cineasta, le sigue otro momento breve de la actuación acústica de Reed, Cale y Nico en el Bataclan parisino, en 1972, interpretando “Heroin”. Supuso entonces una especie de reconciliación, escenificada en un escenario que hoy no puede ser visto y recordado como lo fue hasta el 13 de noviembre de 2015. ∎
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