Balcanes llevan prácticamente una década circulando por las cloacas nacionales, editando singles y EPs, ganándose una notoria reputación con sus brutos conciertos; una experiencia acumulada que puede constatarse en la precisión quirúrgica y contundente desenvoltura de esta nueva remesa de canciones. Ya con el primer tema, “Un hombre solo”, queda clarísimo que el grupo se aparca en el lado baudelairiano de la tradición musical, donde la posible llegada a cualquier catarsis debe pasar por tundas de fealdad e incomodidad, una opción estético-sonora que, en cierto modo, perfeccionan. Lo desquiciado de la voz, la batería-martillo, el crujir del bajo distorsionado y la aparente violación de la guitarra generan una mezcolanza sudorosa de espíritu primitivo que culmina en una aceleración rítmica e incremento de la estridencia diseñados para decapitar a cualquier oyente que hubiese llegado a ese punto de la canción con todavía carne sobre los hombros.
Como cabría esperar, la virulencia no cesa a lo largo de los siguientes veintipico minutos, aunque en ocasiones adopta formas marginalmente más amables: “Ella era un precipicio”, por ejemplo, contiene un estribillo incluso cantable (en un sentido tribal-colectivo). Los elementos característicos de la mayoría de piezas son la reiteración rítmica y la emergencia gradual de feedback guitarril, como en “Notorio arraigo”. A pesar de esta “fórmula”, que a priori podría resultar redundante, por lo general no es difícil disfrutar de las pistas debido a cierta variación en los patrones percusivos, unas líneas de bajo categóricas y diferenciables, una voz relativamente digerible –cuya dicción está más cercana al bramido que a algo melódico, pero que nunca desciende a las catacumbas de lo ininteligible– y, lo más importante, la decisión de moderar la brutalidad preservando una musicalidad mínima, gracias a la cual los temas no son meros adefesios inasequibles, sino que contienen puntos de anclaje suficientes como para no obliterar la paciencia de quien los escuche. También contribuye a la fluidez una buena secuenciación de las pistas: por ejemplo, propuestas más parsimoniosas-sludgescas como “YYYYYYY” seguidas de agresiones locomotivas como “La paz no durará” (pieza que alberga un ensordecedor minutazo de tralla), el equivalente auditivo a la señal estática de una pantalla de televisión, que deja entrever el jovial gamberrismo del grupo.
Por supuesto, hay excepciones a la regla, momentos en los que el disco se sale de la dinámica establecida para oxigenar la escucha. Pero estos “momentos de respiro” no nos permiten, por supuesto, realmente respirar: “Futuro @!&*#” es un experimento obcecadamente antimusical, una especie de paseo por una fábrica de máquinas averiadas y chirriantes sierras oxidadas; mientras que el ambient siniestro de “Ciudad campamento” avanza un par de minutos cual oasis de serenidad hasta que irrumpe el infierno: una dosis de ruido puro compuesta de voz y guitarra distorsionadísimas. “Bona nit”, la canción de tono marcadamente fúnebre que pone punto final al repertorio, también puede incluirse en el conjunto de ejercicios experimentales: una serie de ominosos acordes de piano acentuados por un saxo estrangulado. Un cierre que, a pesar de la ansiedad que despierta, resulta incluso agradable, teniendo en cuenta todo lo precedente.
Con su producción poco artificiosa, actitud tosca y brutal, interludios cacofónicos, tonos monocromos y devoción estilística por el terrorismo analógico, “Gloria eterna” es un disco que parece salido de otra época. Escucharlo evoca recuerdos de los años dorados de esta tipología de música a ambos lados del Atlántico, desde la suciedad semiindustrial de los Swans primerizos, la guarrería de Rusted Shut o las bandas más maquinales de la escuela noise rock de AmpRep hasta arquitectos de la severidad británicos (Godflesh, Fudge Tunnel, Skullflower) o continentales (Lewd, Brainbombs). Y ciertamente, lejos de ser una simple derivación, Balcanes son dignos descendientes de esa genealogía internacional, elaborando un sonido propio que defiende, a golpe de destral, la cabida de lo salvaje en el panorama contemporáneo. Sin embargo, incluso con una duración escasa de media hora y la mencionada inserción de sonoridades alternativas, en ocasiones el disco flirtea con la monotonía, una condición que ha acosado históricamente a grupos orientados a la extenuación de orejas y espíritus. Es necesario subrayar, no obstante, que es precisamente este potencial detrimento de la escucha casera lo que, en concierto, probablemente los convierta en una notable experiencia sensorial. Dicho de otro modo, si bien lo que aquí presenta la banda es una canalización más que correcta de su sonido base, resulta especialmente intrigante cual preludio a su directo. ∎
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