#1 ÁLBUM INTERNACIONAL 2015

Disco destacado

Kendrick Lamar

To Pimp A ButterflyTop Dwag-Aftermath-Interscope-Universal, 2015

Rockdelux 339

(Mayo 2015)

Bajo

Suscripción

Esta es la crítica de “To Pimp A Butterfly”, escrita por Juan Cervera. El tercer largo del artista de Compton puso otro sólido pilar en el fastuoso edificio de la música negra, con el hip hop como cemento armado, pero añadiendo nuevos materiales en su construcción. Una cumbre de los primeros quince años del siglo XXI que situó al californiano en el cenáculo de los grandes. Por supuesto, mejor álbum internacional de 2015 según las listas publicadas en el Rockdelux 346. Escuchen “King Kunta”, también (nuestra) canción del año.

El año pasado finalizó con la inesperada resurrección de D’Angelo vía “Black Messiah”, un potente potaje de la mejor tradición de la música negra cocinado a fuego lento y con escasas concesiones a la galería. Un disco de combustión sosegada, enfadado y espiritual, que apelaba a las ricas vetas del pasado sin traicionar su dinámica contemporaneidad. Casi todo lo anterior puede aplicarse a “To Pimp A Butterfly”, tercer largo de un Kendrick Lamar Duckworth que ha rubricado una obra colosal –casi ochenta minutos– con la que entra definitivamente en el panteón de los grandes artistas afroamericanos del siglo XXI. Si en el anterior (y extraordinario) “good kid, m.A.A.d city” (2012) se dedicó a rastrear en su biografía en Compton para entregar un apabullante sonodrama sobre la vida en el gueto (y sobre cómo sobrevivir al letal magnetismo de sus “malas calles”), en su nueva obra el californiano amplía su lente poética para retratar todo un inmenso país, los Estados Unidos de América, que durante la (inicialmente) celebrada Era Obama ha visto cómo el racismo volvía a enseñar su cara más sucia y cruel.

Lamar empasta malabarismos verbales para retratar un territorio esclavo de la codicia, agrietado por la pobreza y prisionero de unos prejuicios que no disminuyen con el paso de los años. Y lo hace marcando paralelismos con su propia trayectoria vital, especialmente a partir de las ventas millonarias de su anterior largo, con las tentaciones del éxito, el peso agotador de la fama y el peligro de ser engullido por una industria corporativa capaz de reciclar los eslóganes más incendiarios en el último objeto de consumo de usar y tirar.

Jazz propulsado por la fuerza del p-funk.
Jazz propulsado por la fuerza del p-funk.
Pero Lamar no lo pone fácil –ni al mercado ni al oyente– y, en una arriesgada pirueta que lo honra, ha empaquetado un disco sin apenas hits radiables –¿entran en esta categoría “King Kunta” y “The Blacker The Berry”?–, prefiriendo escorarse hacia una espesa narrativa (musical) que le hinca el diente a la jungla del jazz más o menos libre y que es propulsada continuamente por la fuerza de las naves del p-funk y los asteroides del Planeta Parliament: que “Wesley’s Theory”, el tema de apertura, cuente con la presencia del mismísimo George Clinton y con producción de Flying Lotus parece una clarísima declaración de intenciones sobre el diseño del trayecto que nos espera, un traqueteo de alucinantes visiones de deslumbrante black music que busca inspiración en algunos de los grandes –Marvin Gaye, Miles Davis, Sly Stone, Prince, Curtis Mayfield, Sun Ra, Public Enemy, The Last Poets, The Roots– sin caer en la trampa de la mera genuflexión superficial.

Cimentado en la producción de algunos de sus fieles –Terrace Martin, Sounwave–, pero con sangre fresca a bordo –Stephen Bruner, aka Thundercat, mano derecha de FlyLo, es una presencia recurrente, y todo el disco palpita con la filosofía retrofuturista del clan Brainfeeder–, el álbum opta por una instrumentación orgánica –cuerdas, vientos, guitarras, los teclados de Robert “Black Radio” Glasper…– y relega la librería de samples a situaciones muy puntuales (como ese definitorio “Every nigger is a star” vía el jamaicano Boris Gardiner, lo primero que se escucha tras pulsar “play”).

“To Pimp A Butterfly” –un título que parece sacado de una novela de Iceberg Slim pero que, dicen, está inspirado en “Matar un ruiseñor” (“To Kill A Mockingbird”, 1960) de Harper Lee: la dignidad, la pérdida de la inocencia…– se desparrama ante el oyente como un descomunal y fecundo campo regado por múltiples arroyos que obligan a detenerse para descansar y beber tranquilamente de su ambrosía sonora. No es un disco que ofrezca fármacos de resultados inmediatos ni friegas de cómoda relajación. Incluso la (inevitable) nómina de invitados –Bilal, Snoop Dogg, Anna Wise, Rapsody, Assassin, Ronald Isley, Pharrell Williams, un 2Pac post mórtem que epiloga el asunto…– no ha sido convocada para lucir en la foto; al contrario: son piezas obligatorias en un minucioso dispositivo diseñado para legitimar una ciclópea Gran Novela (Negra) Americana que reclama esfuerzo para ser apreciada en todo su inagotable esplendor. La recompensa, lo juro, está garantizada. ∎

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