Como decía el cantaor trianero Pepe de la Matrona: “Vamos a ver, señores, ¿no les estoy diciendo que para saltar de aquí a allá tienen que coger carrerilla, porque es así como podrán saltar más lejos? Porque si no, no llegan ustedes ni de aquí a la mesa”. Pues eso es lo que ha hecho Perrate (en comandita con Raül Refree, quien ejerce de productor) en este su tercer disco, “Tres golpes”, tras “Perraterías” (2005) e “Infundio” (2011) –cuarto si contamos el colectivo “Utrera flamenca” (2003)–. Porque pongamos las cosas claras: en comparación con esos anteriores, aquí hay que reconocer que Perrate se ha cogido una señora carrerilla, tan grande que casi se ha plantado hacia atrás en una Vía Láctea flamenca hecha de ventisca de estrellas, sin vallas ni muros, en pleno siglo XVII, tal cual. Un lugar con movimientos muy sísmicos para como anda ahora la cosa ortodoxa del flamenco (ahora y siempre, cabría añadir: solo que cuanto más pasan los años, peor sienta tanta artrosis; generalizando, excepciones al margen, el enfermo no mejora). Como dijo Cervantes, o dicen que dijo, lo de Perrate ha sido un “que hable el juglar, porque a fin de cuentas lo verdaderamente importante es caer en la cuenta de que se tiene un alma”. Y coño, si ha hablado.
Porque nuestro juglar, tirando de alma y arqueología, se ha ido a pillar cacho e inspiración hasta un cante sefardí usando la letra del romance carolingio “Melisenda insomne”, ha tirado de dadaísmo, de la chacona de Juan Aranés, de la folía de Henry le Bailly y de la jácara “No hay que decir el primor”, hasta toparse con una especie de flamenco antes del flamenco, y desde ahí, desde esa carrerilla, y tan fiel como la corteza al árbol, y durante cuatro años de dale que te pego, de currarse estos temas y su sentido, se ha sacado de la manga estas once tomas que parecen (y ahora elucubro o especulo, o las dos cosas a la vez, porque es un disco para provocarte eso, un salto a la piscina) como si el Scott Walker de “The Drift” hubiese versionado a Bola de Nieve (aunque en “Los fonemas” casi parece más el Walker de “Bish Bosch”). Y todo eso mamando de Utrera, claro. Esto sí es música avanzada (eslogan que a estas alturas ya tocaría revisar, por humildad...).
El resultado apabulla. Por cómo reivindica nuestra africanidad chocándose con lo caribeño y viceversa, y todo eso rebotándonos en cultura de ida y vuelta desde tan atrás (y con tanto acierto: esa flipante versión de “Tres golpes” de los colombianos Los Gaiteros de San Jacinto); y por cómo coloca lo jondo en una tesitura de continuo movimiento, de encuentro con lo contemporáneo sin desencontrarse con lo ancestral, por cómo junta las ramas con las raíces. Algunos dirán que tiene delito, pero yo no se lo encuentro. Como cantaban Lole y Manuel, hace ya la friolera de cuarenta y siete años, la luz vence tinieblas por campiñas lejanas. ∎
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