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Suscripción
En la portada de “SOS”, el nuevo disco de SZA tras cinco años de relativo silencio, la californiana, antigua estudiante de biología marina, aparece sentada en la punta del bauprés de un barco, engullida por la enormidad del océano y sus olas. Fotografiada por Daniel Sannwald (el mismo que el de “Motomami” de Rosalía), es una idea inspirada en la icónica imagen de Lady Di en el yate de Mohamed Al Fayed, pocos días antes de su muerte, que le sirve para presentar sus respetos al sentimiento de aislamiento que sintió la verdadera princesa del pueblo. Una estampa, un mood, en cualquier caso, que no le es ajeno a Solána Rowe.
Si hoy SZA es un icono generacional en sí misma, es porque ha crecido para convertirse en una de las letristas más brutalmente honestas de su generación, una experta en contar verdades y hacer de la vulnerabilidad algo sexi. Quizá no haya estrella pop que mejor represente a una sociedad cada vez más atomizada y, sí, aislada (gracias, entre otras cosas, a la pandemia), con la única compañía de sus pensamientos y sus neurosis. Es ese el fértil terreno del que la cantante extrae oro como letrista. Este “SOS” parte de ese sentimiento pero va más allá. SZA sigue tan perdida como siempre; cinco años después aún no ha sido capaz de responder las preguntas que se hacía en “Ctrl” (2017). Estas son canciones sobre estar cabreada y sentirse sola e incómoda, sobre aprender a amarse, ya que otros no lo hacen por ti. También hay un poco de lamentarse por el peso de la fama y la constante búsqueda de la perfección artística (spoiler: nunca ha estado tan cerca de ella), pero no tanto como para olvidarnos de que ella es la vecinita del R&B. No hay verso en “SOS” que no te puedas apropiar.
Ya sea teniendo fantasías de matar a tu ex y a su nueva novia porque aún lo amas y prefieres estar en la cárcel que sola (“Kill Bill”); invocando el dicho de “un clavo quita otro clavo” (“I fuck him cos I miss you”, confiesa en “F2F”); o sucumbiendo a relaciones tóxicas que no te hacen mejor, sino mucho peor (“I wish I was special / I gave all my special away to a loser / Now I’m just a loser / I used to be special / But you made me hate me / Regret that I changed me”).
SZA, sí, tiene las uñas más afiladas que nunca. Este lustro no le ha servido para entenderse a sí misma, pero sí para curtirse entre desengaños y decepciones. ¿Madurez? Pues algo de eso también hay ahí. No en vano cierra el álbum con un “I’m too profound to go back and forth / With no average dork”. Pero también saca sentido del humor cuando quiere (“You were balls deep / Now we beefin’ / And we butt-naked at the MGM, so wasted, screamin’ ‘fuck that’”). O ese “my pussy precedes me” que ya debería coronar camisetas y memes.
Espiritualmente, pues, la SZA de “SOS” es más o menos la misma que la de “Ctrl”, pero con cinco años más de comer mierda. Musicalmente, quien espere un segundo “Ctrl”, es decir un álbum cohesionado de medios tiempos R&B atmosféricos con su ocasional flirteo trap, quizá se lleva una decepción, especialmente a partir del duodécimo track, su colaboración con Phoebe Bridgers, “Ghost In The Machine”. Es un poco lo mismo que ocurre con el célebre cambio de beat de “Nights” de Frank Ocean, otro autor R&B que ha hecho de la nostalgia más un sonido que un estado de ánimo. Es a partir de ahí donde SZA saca todo el bravado, toda la credibilidad callejera obtenida en el último lustro para hacer lo que le da la real gana.
Empezando por la propia “Ghost In The Machine”, embrujo electrónico en el que dos de nuestras sad girls favoritas se lamen heridas entre banjos y texturas experimentales en una canción que funciona mejor de lo que parecía sobre el papel. El impacto es aún mayor cuando acto seguido, y con la colaboración en la composición de Lizzo en “F2F”, SZA se lanza en plancha al pop punk a lo blink-182 o Avril Lavigne y gana, en su propio juego, a Olivia Rodrigo. Hay otras locuras totales en esta segunda mitad, como “Nobody Gets Me”, que recuerda al folk-pop de los 90 de divas como Sheryl Crow y Natalie Imbruglia. O ese cierre que es puro boom bap para el que se sirve de loop vocal de Ol’ Dirty Bastard y sample del “Hidden Place” de Björk. SZA nunca deja de sorprender y jamás defrauda: susurra, canta como los ángeles, grita y hasta rapea con más fiereza que sus compañeros de disco.
En 2017, ya sabíamos que era una excelente cronista de cómo se siente estar hecha un puto lío, pero este “SOS” es un testamento de su crecimiento como artista (una extraña mezcla entre mundana y con confianza sobrehumana) y una demostración de que la valentía en su agnosticismo de los géneros tiene recompensa. Porque SZA, ya sea montada al monopatín, sonando radicalmente alternativa o pegada a una guitarra acústica, sigue siendo SZA. Y eso es mucho. ∎
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