La figura más popular del jazz mundial ahora. Foto: Òscar Giralt
La figura más popular del jazz mundial ahora. Foto: Òscar Giralt

Concierto

Kamasi Washington construye su legado esquivando la promesa de eternidad del jazz

Anoche en Barcelona el saxofonista estadounidense presentó su nuevo disco, “Fearless Movement”, en una sala Razzmatazz abarrotada, cosechando un rotundo éxito. Sin embargo, no logró dejar una huella perdurable en la eterna promesa del jazz. Hoy, en la sala La Riviera de Madrid, lo intentará de nuevo, con el genio intacto y las ideas de un músico que busca la trascendencia, aunque no siempre la alcance.

24. 03. 2025

Hay en el pop una promesa de eternidad –como en el amor– que siempre se acaba quebrando por algún lance del destino. No sucede así lo mismo con el jazz, que, en la espiritualidad y la trascendencia, se asegura una lugar en la eternidad de las ideas que no caducan. El jazz siempre sobrevive; trasciende generaciones y podríamos decir que más allá de lo que los músicos de jazz nunca imaginaron –sobre todo Billie Holiday, como aseguró Leroi Jones en su ensayo “Black Music. Free Jazz y conciencia negra 1959-1967” (1968)– está lo que llamamos fantasía.

Kamasi Washington va sobrado de fantasía y entretenimiento; sabe llegar al público y entiende como pocos ese nuevo jazz que Nate Chinen definió en “Playing Changes. Jazz para el nuevo siglo” (2018). Es un maestro del espectáculo, y, dicen los que saben, su jazz servirá para entender mejor el mundo.

No alcanzo a comprender el argumento que lo convierte en un nuevo demiurgo del género, porque, a mi entender, Kamasi Washington es un entertainer que esquiva el virtuosismo a base de poderosas ráfagas de jazz dispuestas como mejor le sale. Y nunca le sale tanto como para que esa soflama de potencia desatada permanezca en la memoria ni siquiera unas horas después de uno de sus conciertos. Así me sucedió ayer en Barcelona, en la sala Razzmatazz, en la clausura del Festival de Jazz; esperemos que no ocurra lo mismo hoy en La Riviera de Madrid.

La puesta en escena fue impecable, la sala acogió a una de las mayores audiencias que se recuerdan en el escenario grande del Razz. No podías mover un pie sin molestar a cinco personas volcadas con el dicharachero Kamasi, que pasa más tiempo presentando a su banda que lanzando ideas que se queden grabadas en la memoria. Otros contemporáneos sí lo hacen: James Brandon Lewis, Immanuel Wilkins o, si me apuras, Shabaka, que tampoco es un dechado de ideas, pero las concreta mejor que Kamasi.

“Lesanu” fue el primer intento por complacer al público, con la preceptiva historia de su hija de cuatro años ideando una melodía que él moldeó con enjundia; la misma que destiló anoche en el Razz. Sonó contundente, creíble, emocional. Especialmente cuando alcanzó cotas melódicas que el teclado de Cameron Graves dotó de majestuosidad. Fue en esos momentos, con la flauta travesera de su padre, Rickey Washington, y Kamasi emulando a Pharoah Sanders, cuando todo cobró sentido. Algo parecido al jazz de Nueva Orleans, un destello de lo que se encuentra en “Fearless Movement” (2024), el disco que presenta en esta gira y que supera con creces la anterior, que nunca terminó de decir todo lo que quería decir: le faltaba pegada.

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