La completísima reedición de su obra magna, “Exile In Guyville”, su libro autobiográfico “Historias de terror” y un prometedor nuevo single, “Hey Lou”, han devuelto la relevancia a Liz Phair, una mujer que pudo reinar entre la generación post-grunge y se perdió en una errática e incomprensible trayectoria. Si la pandemia no lo impide, en noviembre visitará Barcelona y Madrid como telonera de Alanis Morissette.
La ira de Albini era la demostración de que Liz había ganado su partida, y no solo por eso. Otro ejemplo: en la entrega de los Premios Brit de 1994, PJ Harvey y Björk hicieron historia con su versión a dúo del “Satisfaction” de The Rolling Stones. El poder simbólico de dar la vuelta a uno de los grandes tótems del patriarcado rock, eliminando el fálico riff de guitarra de Keith Richards y poniendo en primer plano el deseo femenino, resultaba nítido e incontestable. También es fácil sostener que Liz Phair se les adelantó en ello. Era un tiempo en que, a nivel mediático, las riot grrrls estaban por todas partes, pero en la MTV y el gran mundo alternativo se situaba en primer plano una generación de mujeres que, sin pertenecer estrictamente al movimiento riot, poseían un discurso colindante: Hole, Breeders, Throwing Muses, Belly, L7, Babes In Toyland, Juliana Hatfield…
Es cierto que las canciones de “Exile In Guyville” tienen más que ver con la confusión que con el empoderamiento. “En aquel momento, yo no tenía el control de mi sexualidad, simplemente la estaba utilizando, y ella me estaba utilizando a mí también”, contaba Phair a ‘The Village Voice’ en 2008. “Pero siento que en ese disco participé en lo que es la verdad sobre su sexualidad para las chicas jóvenes, y creo que por eso respondieron tan bien ante él”.
Explícitamente o no, es fácil ver su influjo hoy día en Courtney Barnett, Angel Olsen, Snail Mail, Waxahatchee, Soccer Mommy, Stella Donnelly, Japanese Breakfast, Torres, Mitski, Nicole Dollanganger y, ojo, también en músicos masculinos. Por ejemplo, Mike Hadreas (Perfume Genius) y Ben Gibbard (The Postal Service, Death Cab For Cutie) la han citado como artista que les ha influido decisivamente.
La nueva Liz pop llegó a la industria con la intención de quedarse allí, aunque, como era de esperar, tampoco encajó demasiado bien: era un cuerpo demasiado extraño para las dinámicas predominantes. “Somebody’s Miracle” (Capitol, 2005) reincidía en el mismo estilo que su vilipendiado precedente, con canciones un poco mejores y ventas un poco menores, en un lugar que podría estar perfectamente entre Sheryl Crow y HAIM. Paralelamente, comenzó a vivir de componer bandas sonoras para series de televisión (entre ellas, “Mujeres desesperadas” y “Sensación de vivir”). Pero sus desavenencias con el mainstream estallaron con su álbum maldito. “Funstyle” (Rocket Science Ventures, 2010) le valió el fin de contrato con Capitol, que ni siquiera quería que viera la luz, y con su agencia de management. Es el álbum más sorprendente de su carrera, encabezado con un single como “Bollywood”, un rapeado sobre fondo banghra –como si quisiera que la produjera Timbaland– que pretendía ser una sátira sobre la industria del pop, al igual que “U Hate It”, un hilarante collage en spoken word a costa de las opiniones que los demás tenían sobre ella. Después de eso llegó el disco perdido: un doble álbum que debería haber salido en 2016 pero que nunca sucedió, en parte porque su productor iba a ser Ryan Adams, a quien luego descubrió como “una persona disfuncional y exasperante”. Tras el éxito de sus memorias “Historias de terror” (2019) –al que va a seguir un segundo libro que se titulará “Fairy Tales”–, el excelente single “Hey Lou” hace esperar con ganas su próximo álbum, “Soberish”, que promete ser un retorno a su mejor forma. ∎
Una canción aparentemente muy sencilla, que repite una y otra vez el estribillo, “I never said nothing”, pero que engancha con sutiles cambios de acordes, y bromea sobre los cotilleos en los ambientes del rock sobre lo que unas bandas decían de otras.
Liz Phair se abre a un tipo de canción que no había cultivado nunca antes. Esto es, la imaginación de cómo debía ser un día en la vida de su pareja artística favorita: Lou Reed y Laurie Anderson, narrado desde el punto de vista de la autora de “O Superman” y cargada de humor y guiños a las carreras de ambos.
Su abrazo más inspirado al pop californiano, con reminiscencias de los mejores Fleetwood Mac. Una melodía portentosa y una letra que habla sobre un noctámbulo, diletante seductor, perdido en su propia fantasía.
Evan Dando y Courtney Love habrían matado por esta canción. La artista imagina una conversación sentimental con su camarero, quien le ofrece una respuesta turbadora a sus ansias por encontrar pareja. Que el punto de vista sea femenino es lo que marca la diferencia.
Una melodía minimalista de voz y guitarra, que luego colisiona con una segunda melodía donde Liz dobla su propia voz. Pasada de la maqueta al disco, se reconstruye sobre ruidos sincopados. Las palabras, expresiones del deseo que la narradora siente por un chico, van sucediéndose y penetrando lentamente, lúbricas, tan guarras como las de, pongamos, un Snoop Dogg.
Sobre una frágil y hermosa melodía de piano, canta a la pérdida de la inocencia y el paso a la edad adulta, de niña a mujer, con algún verso bastante comentado. ¿Qué quería decir con: “I jump when you circle the cherry / I sing like a good canary”?
Su mejor manifiesto sobre cómo sobrevivió en Guyville. “I practice all my moves / I memorize their stupid rules / I make myself their friend / I’ll show them just how far I can bend”. Un riff y una melodía absolutamente infecciosas, de puro rock’n’roll, que concluyen en un triunfal quiebro final. “Weave my disgust into fame / And watch how fast they run to the flame”.
Su segundo álbum no se podía abrir de modo más demoledor. Solamente a voz y piano (con el aderezo posterior de una guitarra distorsionada), narra con una cándida timidez un rollo de una noche. “I met him at a party and he told me how to drive him home / He said he liked to do it backwards / I said, ‘That’s just fine with me / That way we can fuck and watch TV’. Una curiosidad: la anecdóta que Liz cuenta a su amante, sobre cómo conoció a Julia Roberts a los 12 años en un campamento de verano, es cierta.
Ya en la época de Girly-Sound, Phair fantaseaba sobre cómo educaría a su futuro hijo, mucho antes de tenerlo. Regrabó la canción en el segundo álbum, tiñéndola de más brillo pop, aunque la esencia ya estaba desde el principio: una melodía que es puro caramelo y unas primeras líneas brillantes (“I’m gonna tell my son to grow up pretty as the grass is green / And whip-smart as the English Channel’s wide”) para desembocar en un falso estribillo que… ¡genialidad!, es una versión de “Double Dutch” de Malcolm McLaren.
Su canción más reconocible desde la primera nota. En contraste con su aparentemente provocador título, la muestra más vulnerable que nunca, narrando una sensación de desencanto romántico. Comienza despertándose alarmada en la confusión de una mañana tras tener sexo casual y se lamenta porque una vez más haya vuelto a suceder. En un álbum que se consideró abanderado de cierta idea de la liberación sexual, de una mujer que presumía de tener el control, “Fuck And Run” sorprende al mostrar con delicadeza y honestidad la otra cara de la moneda. Ella quiere un novio, quiere toda esa estúpida vieja mierda, como cartas y refrescos. Una melodía inigualable y una construcción instrumental en delicioso lo-fi que nos conduce hipnotizados hacia el estribillo definitivo: “I can feel it in my bones / I’m gonna spend another year alone / It’s fuck and run, fuck and run...”. ∎
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