Mujer con actitud.
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Revisión

Liz Phair: rastros de carmín de una imposible princesa alternativa

La completísima reedición de su obra magna, “Exile In Guyville”, su libro autobiográfico “Historias de terror” y un prometedor nuevo single, “Hey Lou”, han devuelto la relevancia a Liz Phair, una mujer que pudo reinar entre la generación post-grunge y se perdió en una errática e incomprensible trayectoria. Si la pandemia no lo impide, en noviembre visitará Barcelona y Madrid como telonera de Alanis Morissette.

08. 04. 2021

Elizabeth Clark Phair nació en 1967 en New Haven, Connecticut, de padres a los que nunca conoció ni quiso buscar. Adoptada por una profesora de Historia del Arte y un eminente virólogo especializado en la investigación del sida, se crió en el barrio residencial de Winnetka, en las afueras de Chicago; se dice que uno de los que posee mejor calidad de vida en Estados Unidos. Estudió Arte en una escuela bastante exclusiva, el Oberlin College, en Ohio, y allí conoció a Chris Brokaw cuando este iniciaba su camino con Codeine, y a Sooyoung Park, de Seam. De vuelta en Chicago tras licenciarse, en 1990, entró en contacto con la escena alternativa de la ciudad, donde entabló amistad con Jim Ellison de Material Issue y con los componentes de Urge Overkill. Precisamente de una de las canciones de estos, “Goodbye To Guyville”, tomó prestado Liz el concepto de aquel lugar imaginario inspirado en el ambiente slacker de Wicker Park. Su Guyville era casi un estado mental, una fantasía tan real como el “Ghost World” (1993-1997) de Daniel Clowes  o el Seattle de “Odio” (1990-2011) de Peter Bagge, pero también era el mismo Chicago en que se situaba la tienda de discos de la versión cinematográfica de “Alta fidelidad” (Stephen Frears, 2000). Era una sociedad secreta dominada por los hombres: chicos frikis con barba, gafas redondas y camisas de franela que presumían de sus colecciones de discos y cómics y donde las chicas eran meros aderezos sin autoridad ni credibilidad. Chicos que presumían de alternativos pero que perpetuaban los mismos roles de dominación de género de toda la vida. La no tan joven Liz, entonces con 24 años, se dedicó a componer sus canciones y grabarlas en un 4 pistas para demostrar a sus amigos varones que ella también podía formar parte del club, que su talento debía ser tenido en cuenta. Al principio lo hizo con timidez. De las tres maquetas presentadas con el nombre de Girly-Sound solo le dio copias a dos amigos. Uno era Chris Brokaw y el otro era Tae Won Yu, del grupo Kicking Giant. Pero funcionó: el impacto de aquellas canciones a voz y guitarra corrió como la pólvora entre músicos, editores de fanzines y radios libres y, en 1992, su autora estaba firmando con el sello Matador. Su responsable, Gerard Cosloy, acostumbraba a conocer antes en persona a los artistas, pero en esa ocasión no lo necesitó. Su estilo, inteligente, divertido y sórdido al mismo tiempo, lo sedujo inmediatamente.

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El disco que hay que escuchar

“Exile In Guyville”

(Matador, 1993)
“Girly-Sound To Guyville. The 25th Anniversary Box Set”

(Matador, 2018)
Liz Phair debutó a los 26 años con un álbum doble (18 canciones) y el truco conceptual de decir que era una respuesta, tema por tema, a “Exile On Main St.”, de The Rolling Stones (1972). Ella secuenció el disco con esa idea en mente, pero la teoría no se sostiene del todo bien, ya que casi todas las canciones provenían de las maquetas de Girly-Sound, donde iban surgiendo más casualmente. En cualquier caso, la declaración de intenciones sí otorgaba un gran poder simbólico a ese nuevo orden creado por ella. El punto de vista femenino a la hora de rearticular el relato rock lo alteraba constantemente todo. Había mucha sexualidad a bocajarro, un vocabulario natural y sin autocensuras; tanta chulería como vulnerabilidad. Canciones que, por cierto, no solo eran punzantes en lo lírico, sino que se mostraban aventuradas en su estructura, sin descuidar nunca la inmediatez melódica, y mostraban a Phair como una guitarrista imaginativa e ingeniosa, capaz de inventarse sus propios acordes de un modo muy intuitivo.

“Exile In Guyville”, por cierto, no fue tan bien recibido en el núcleo duro de Guyville. El desmerecimiento más comentado llegó a través de Steve Albini, quien acusó a Liz de ser una chica de clase media-alta con una gran campaña de publicidad a sus espaldas.

Si recomendamos la reedición 25º aniversario es como forma de observar que en las maquetas de Girly-Sound ya estaba ABSOLUTAMENTE TODO. Sus 40 canciones son la piedra filosofal de la que surgió no solo “Exile In Guyville”, sino las líneas maestras de la trayectoria de Phair: muchas de estas canciones irían reapareciendo a lo largo de toda su discografía hasta 2005.

Liz Phair actuando en The Academy, New York, en1994. Foto: Ebet Roberts (Getty Images)
Liz Phair actuando en The Academy, New York, en1994. Foto: Ebet Roberts (Getty Images)

Segunda generación de las riot grrrls, primera del #MeToo

La ira de Albini era la demostración de que Liz había ganado su partida, y no solo por eso. Otro ejemplo: en la entrega de los Premios Brit de 1994, PJ Harvey y Björk hicieron historia con su versión a dúo del “Satisfaction” de The Rolling Stones. El poder simbólico de dar la vuelta a uno de los grandes tótems del patriarcado rock, eliminando el fálico riff de guitarra de Keith Richards y poniendo en primer plano el deseo femenino, resultaba nítido e incontestable. También es fácil sostener que Liz Phair se les adelantó en ello. Era un tiempo en que, a nivel mediático, las riot grrrls estaban por todas partes, pero en la MTV y el gran mundo alternativo se situaba en primer plano una generación de mujeres que, sin pertenecer estrictamente al movimiento riot, poseían un discurso colindante: Hole, Breeders, Throwing Muses, Belly, L7, Babes In Toyland, Juliana Hatfield…

Es cierto que las canciones de “Exile In Guyville” tienen más que ver con la confusión que con el empoderamiento. “En aquel momento, yo no tenía el control de mi sexualidad, simplemente la estaba utilizando, y ella me estaba utilizando a mí también”, contaba Phair a ‘The Village Voice’ en 2008. “Pero siento que en ese disco participé en lo que es la verdad sobre su sexualidad para las chicas jóvenes, y creo que por eso respondieron tan bien ante él”.

Explícitamente o no, es fácil ver su influjo hoy día en Courtney Barnett, Angel Olsen, Snail Mail, Waxahatchee, Soccer Mommy, Stella Donnelly, Japanese Breakfast, Torres, Mitski, Nicole Dollanganger y, ojo, también en músicos masculinos. Por ejemplo, Mike Hadreas (Perfume Genius) y Ben Gibbard (The Postal Service, Death Cab For Cutie) la han citado como artista que les ha influido decisivamente.

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El disco a recuperar

“Whip-Smart”

(Matador, 1994)
Cuando se publicó el segundo larga duración de Liz Phair, las expectativas se dispararon. El mundo estaba preparado para hacer de ella una superestrella y, de hecho, así la presentó ‘Rolling Stone’ cuando le dio el artículo de portada coincidiendo con el lanzamiento. El videoclip de “Supernova” aparecía por doquier en la MTV y sus canciones sonaban algo más abrillantadas y más pop sin perder su carácter incisivo, pero con un contenido conceptual más difuso y algo menos llamativo (según ella, documentaba todos los estados por los que pasaba una relación sentimental). En realidad, fue un moderado éxito de ventas, funcionando bastante mejor que “Exile” en ese sentido, pero, en plena era del pelotazo alternativo, supo a poco. Vale la pena darle otra oportunidad, porque contiene un temazo tras otro. Ojo, porque el siguiente, “Whitechocolatespaceegg” (Matador, 1998), pasó más desapercibido pero encierra un cancionero igualmente potente.

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El disco que polariza

“Liz Phair”

(Capitol, 2003)
Puede que Liz Phair sea, junto a Sonic Youth, la única artista que ha obtenido un 10 en ‘Pitchfork’ (por la reedición de “Exile In Guyville”) y un 0, que recayó en su cuarto y homónimo álbum. Nadie entendió su cambio de rumbo hacia el pop comercial y, de hecho, ella misma sigue comentando divertida que, en las entrevistas concedidas entonces, tuvo que consolar y hacer de terapeuta a los críticos decepcionados. Lo habitual suele ser que las estrellas mainstream intenten ganar credibilidad entrando en el mundo indie (pienso en Miley Cyrus, por ejemplo), pero no lo contrario. A sugerencia de Capitol, se puso en manos de The Matrix (responsables de producciones para Avril Lavigne y Britney Spears) para emprender lo que muchos consideraron un suicidio creativo, sepultando su valor diferencial en forma de canciones pop de marca blanca que, paradójicamente, acabaron convirtiéndolo en el álbum más vendido de toda su trayectoria.

Liz Phair: “Hey Lou”.

Exilio en el mainstream y vuelta a empezar

La nueva Liz pop llegó a la industria con la intención de quedarse allí, aunque, como era de esperar, tampoco encajó demasiado bien: era un cuerpo demasiado extraño para las dinámicas predominantes. “Somebody’s Miracle” (Capitol, 2005) reincidía en el mismo estilo que su vilipendiado precedente, con canciones un poco mejores y ventas un poco menores, en un lugar que podría estar perfectamente entre Sheryl Crow y HAIM. Paralelamente, comenzó a vivir de componer bandas sonoras para series de televisión (entre ellas, “Mujeres desesperadas” y “Sensación de vivir”). Pero sus desavenencias con el mainstream estallaron con su álbum maldito. “Funstyle” (Rocket Science Ventures, 2010) le valió el fin de contrato con Capitol, que ni siquiera quería que viera la luz, y con su agencia de management. Es el álbum más sorprendente de su carrera, encabezado con un single como “Bollywood”, un rapeado sobre fondo banghra –como si quisiera que la produjera Timbaland– que pretendía ser una sátira sobre la industria del pop, al igual que “U Hate It”, un hilarante collage en spoken word a costa de las opiniones que los demás tenían sobre ella. Después de eso llegó el disco perdido: un doble álbum que debería haber salido en 2016 pero que nunca sucedió, en parte porque su productor iba a ser Ryan Adams, a quien luego descubrió como “una persona disfuncional y exasperante”. Tras el éxito de sus memorias “Historias de terror” (2019) –al que va a seguir un segundo libro que se titulará “Fairy Tales”–, el excelente single “Hey Lou” hace esperar con ganas su próximo álbum, “Soberish”, que promete ser un retorno a su mejor forma. ∎

Momentos variables

10

Never Said

de “Exile In Guyville” > Matador, 1993

Una canción aparentemente muy sencilla, que repite una y otra vez el estribillo, “I never said nothing”, pero que engancha con sutiles cambios de acordes, y bromea sobre los cotilleos en los ambientes del rock sobre lo que unas bandas decían de otras.

09

Hey Lou

de “Soberish” > Chrysalis, 2021

Liz Phair se abre a un tipo de canción que no había cultivado nunca antes. Esto es, la imaginación de cómo debía ser un día en la vida de su pareja artística favorita: Lou Reed y Laurie Anderson, narrado desde el punto de vista de la autora de “O Superman” y cargada de humor y guiños a las carreras de ambos.

08

Lazy Dreamer

de “Somebody’s Miracle” > Capitol, 2005

Su abrazo más inspirado al pop californiano, con reminiscencias de los mejores Fleetwood Mac. Una melodía portentosa y una letra que habla sobre un noctámbulo, diletante seductor, perdido en su propia fantasía.

07

Polyester Bride

de “Whitechocolatespaceegg” > Capitol, 1998

Evan Dando y Courtney Love habrían matado por esta canción. La artista imagina una conversación sentimental con su camarero, quien le ofrece una respuesta turbadora a sus ansias por encontrar pareja. Que el punto de vista sea femenino es lo que marca la diferencia.

06

Flower

de “Exile In Guyville” > Matador, 1993

Una melodía minimalista de voz y guitarra, que luego colisiona con una segunda melodía donde Liz dobla su propia voz. Pasada de la maqueta al disco, se reconstruye sobre ruidos sincopados. Las palabras, expresiones del deseo que la narradora siente por un chico, van sucediéndose y penetrando lentamente, lúbricas, tan guarras como las de, pongamos, un Snoop Dogg.

05

Canary

de “Exile In Guyville” > Matador, 1993

Sobre una frágil y hermosa melodía de piano, canta a la pérdida de la inocencia y el paso a la edad adulta, de niña a mujer, con algún verso bastante comentado. ¿Qué quería decir con: “I jump when you circle the cherry / I sing like a good canary”?

04

Help Me Mary

de “Exile In Guyville” > Matador, 1993

Su mejor manifiesto sobre cómo sobrevivió en Guyville. I practice all my moves / I memorize their stupid rules / I make myself their friend / I’ll show them just how far I can bend. Un riff y una melodía absolutamente infecciosas, de puro rock’n’roll, que concluyen en un triunfal quiebro final. “Weave my disgust into fame / And watch how fast they run to the flame”.

03

Chopsticks

de “Whip-Smart” > Matador, 1994

Su segundo álbum no se podía abrir de modo más demoledor. Solamente a voz y piano (con el aderezo posterior de una guitarra distorsionada), narra con una cándida timidez un rollo de una noche. “I met him at a party and he told me how to drive him home / He said he liked to do it backwards / I said, ‘That’s just fine with me / That way we can fuck and watch TV’. Una curiosidad: la anecdóta que Liz cuenta a su amante, sobre cómo conoció a Julia Roberts a los 12 años en un campamento de verano, es cierta.

02

Whip-Smart

de “Whip-Smart” > Matador, 1994

Ya en la época de Girly-Sound, Phair fantaseaba sobre cómo educaría a su futuro hijo, mucho antes de tenerlo. Regrabó la canción en el segundo álbum, tiñéndola de más brillo pop, aunque la esencia ya estaba desde el principio: una melodía que es puro caramelo y unas primeras líneas brillantes (“I’m gonna tell my son to grow up pretty as the grass is green / And whip-smart as the English Channel’s wide”) para desembocar en un falso estribillo que… ¡genialidad!, es una versión de “Double Dutch” de Malcolm McLaren.

01

Fuck And Run

de “Exile In Guyville” > Matador, 1993

Su canción más reconocible desde la primera nota. En contraste con su aparentemente provocador título, la muestra más vulnerable que nunca, narrando una sensación de desencanto romántico. Comienza despertándose alarmada en la confusión de una mañana tras tener sexo casual y se lamenta porque una vez más haya vuelto a suceder. En un álbum que se consideró abanderado de cierta idea de la liberación sexual, de una mujer que presumía de tener el control, “Fuck And Run” sorprende al mostrar con delicadeza y honestidad la otra cara de la moneda. Ella quiere un novio, quiere toda esa estúpida vieja mierda, como cartas y refrescos. Una melodía inigualable y una construcción instrumental en delicioso lo-fi que nos conduce hipnotizados hacia el estribillo definitivo: I can feel it in my bones / I’m gonna spend another year alone / It’s fuck and run, fuck and run...”. 

Liz Phair: “Fuck And Run”, en directo, en 1995.

Como complemento de esta Revisión, David Saavedra selecciona esta exclusiva playlist de Liz Phair.

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