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Marianne Faithfull se ha desnudado física y emocionalmente en canciones, fotos y libros. También lleva más de cuarenta años practicando ese otro oficio que es enfrentarse a la prensa. “Hice mi primera entrevista en 1964 y nadie me dio ningún consejo. Me lanzaron ahí, sin más. Celebro que no me aconsejaran, pues en caso contrario nunca hubiese sido tan honesta”, opina ahora cuando le pregunto cómo torea las injerencias de la prensa en su vida privada.
Un artista desarrolla una carrera, vive una vida y de vez en cuando se encuentra ante personas a quienes nunca antes había visto y que le preguntan sobre cosas realmente íntimas. Son las reglas del juego, sí, pero es una situación antinatural. Extraña e incluso incómoda, a menos que te lo tomes de otro modo. “Para mí no eres tú la persona con quien estoy hablando. Tú eres la vía que tengo para comunicarme con mi público. No hablo contigo sino a través de ti”, me alecciona, con total franqueza.
La transparencia con que ha expuesto en sus autobiografías los capítulos más morbosos de su vida ha atraído riadas de periodistas en busca de titulares amarillos. “Que les jodan”, suelta, aunque los atiende a todos. “La gente hace preguntas muy invasivas. De joven no era muy buena en eso, pero ahora sé cómo desviarlas. Les digo que no quiero hablar del tema y no les queda más remedio que aceptarlo”, explica. Lo último que hará, insisto, es dárselas de víctima: “Nada de lo que me puedan preguntar me hará daño. Hay muy pocas cosas ya que puedan romperme. Quizá no me guste la pregunta, pero haré lo que tenga que hacer. No lo considero la parte sucia de mi trabajo, pero tampoco me dejo avasallar. Soy bastante fuerte”. ∎
“Memories, Dreams & Reflections” (Fourth Estate, 2007) comienza donde acababa “Una autobiografía” (1994; edición española de la editorial Celeste, 1995) y lo primero que hace en esta segunda autobiografía es mostrarse sorprendida (y escarmentada) por las quejas de varias personas citadas en la primera. Pero ello no le impide seguir hablando aquí de quien quiera, ya que, en cierto modo, su vida es la suma de toda la gente a la que ha conocido. Y, al fin y al cabo, ¿qué otro ser humano se ha cruzado en su vida con Francis Bacon y Kate Moss?
Su desorden cronológico recuerda al de las “Crónicas” de Bob Dylan, pero mientras aquel habla principalmente de música, ella solo destina tres de sus treinta y cuatro capítulos a los discos “Vagabond Ways” (Instinct-EMI, 1999), “Kissin’ Time” (Hut-Virgin, 2002), “Before The Poison” (Naïve, 2005) y otro a su etapa Brecht-Weill. Mucho más espacio dedica a sus padres y a sus amigos muertos: el poeta beat norteamericano Gregory Corso, la escritora británica Caroline Blackwood y la modelo y musa artística hindú Henrietta Moraes reciben un tratamiento tan generoso que por momentos olvidas quién es el verdadero protagonista del libro.
No obstante, y ahí radica el interés del nuevo volumen, esta vez Marianne alterna recuerdos y reflexiones, lo cual cohesiona su desordenada narrativa y le permite ir más allá del cotilleo llano; que también lo hay (por sus páginas pasean Joe Orton, John Boorman, Brian Jones, Bob Dylan...). Son profundamente reveladoras sus conversaciones con William Burroughs, su admiración por Juliette Gréco, la naturalidad con que describe los masajes que se aplica a diario en el pecho para difuminar las cicatrices de la operación y su admiración por el poeta Arthur Rimbaud: no el adolescente que inoculó en el rock el modelo romántico de artista autodestructivo, sino el que se instaló en Etiopía, descubrió la vida real y ya no escribió más poemas. Ella misma confiesa que si ahora no necesitase dinero haría lo mismo: nada.
Sí, ha sobrevivido a muchos de sus compañeros de excesos. Sí, se ha desenganchado de todas sus adicciones. Sí, ahora prohíbe a sus músicos pasarse de la raya. Pero no, ella no ha visto la luz a través de ninguna religión o terapia mística. Pragmática hasta la médula. ∎
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