Por Jordi Bianciotto→
30. 05. 2024
n otros tiempos, cuando un artista lo petaba de un modo cósmico, se apelaba al “fenómeno sociológico”, con el analista encogiéndose de hombros y dando por terminado su billete de opinión. Y bien, en lo de Taylor Swift hay, en efecto, mucha literatura glorificadora, mucha propaganda sobre sus números de negocio e incluso sobre su (presunta) influencia política, pero también mucha música. Hay grandes cantidades de todo, en realidad. Aunque sus canciones no siempre atrapen por sí mismas, por la habilidosa o genial combinación de armonías, texturas y tonadas, sino también por todo un minucioso subtexto que ha elaborado con inteligente y sibilina constancia álbum a álbum (y vídeo a vídeo, y gossip a gossip).
Solo así puede explicarse que un formato de puro entertainment como un concierto de estadios arrase (de Ciudad de México a Singapur) como lo hace este “The Eras Tour” cuando apela a parámetros tan extraños: concierto extenuante de tres horas y veinte minutos, 45 canciones asociadas cada una a giros escenográficos abracadabrantes, hasta nueve bloques relativos a otros tantos álbumes… Hits elaborados a conciencia (que no se amontonan al final, tramando un clímax, sino que se reparten por el setlist), pero también incursiones de cantautora de texto largo (ese “All Too Well” en su versión de diez minutos) que logran mantener la atención de 65.000 personas. Así fue este miércoles en el Santiago Bernabéu, primero de sendos shows con los que el estadio oficializó el arranque de su nueva “era” como “eventódromo” musical (si las quejas del vecindario no lo impiden).
Evolucionando por el mayestático escenario y por la pasarela con forma de letra te, proyectada en la macropantalla de LED, subiendo y bajando a bordo de las tarimas hidráulicas, Taylor Swift no se impuso a través de una voz prodigiosa, ni un don para la danza, sino simbolizando un gran paquete de significados: ella es la amiga íntima que comparte sus cavilaciones (candorosas o vengativas), la suministradora de claves crípticas para sus fans propias de un serial televisivo y la chica un día normalita y ninguneada que se come el mundo. Bueno, este último punto es matizable: algún día habrá que hablar con sinceridad del peso de la belleza en el éxito, sobre todo entre las artistas femeninas (tan “empoderadas”), aunque no solo.
Por supuesto, en un punto central de la ecuación están las canciones, muchas de ellas brillantes. Y sus textos, repasados sílaba a sílaba por la afición. Entre los 45 temas, hubo hitos admirables en connivencia con los éxitos mainstream de peso medio de su primera etapa pop y signos de cierto embelesamiento narrativo en su etapa más reciente, incluyendo ese “THE TORTURE POETS DEPARTMENT”, novedad en la actual gira europea –respecto al guion reflejado en el filme “The Eras Tour” (Sam Wrench, 2023), grabado en el SoFi Stadium, de Los Ángeles, en agosto de 2023–, que rebajó un poco la dinámica del espectáculo cuando ya enfilábamos las dos horas y media de recorrido y comenzábamos a mirar el reloj.
Es cierto que Swift no dispone de ningún “Billie Jean” (como hacía notar días atrás Neil Tennant a ‘The Guardian’), pero qué son sino hits con todas las letras “Cruel Summer”, “Blank Space” o “Shake It Off”, temas que funcionaron en el Bernabéu ante un público que, además de dejarse llevar por su avasalladora dinámica pop, reconocía sus claves internas, ese trasfondo de amores rotos, reproches y protestas mundanas. Invocando el estribillo grandioso, el synthpop en bucle in crescendo o el gag efectista casi infantil (hay que ver cómo bailaban y vociferaban las niñas del lugar). Los álbumes “1989” (2014) y “Lover” (2019) fueron troncales, pero también aportó un atractivo contraste el material de “Reputation” (2017), más duro y enrarecido, con ese “Look What You Made Me Do” en el que decía adiós a la “vieja Taylor”, supuestamente tontorrona y naíf.
En el tramo de “folklore” (2020) y “evermore” (2020), la bonita escenografía de la cabaña en el bosque resultó más mágica que algunas de las canciones, y “Midnights” (2022), la estación final, escenificó el poder de la última Swift, electrónica y sonámbula, a cuenta de piezas de altura como “Lavender Haze” y “Anti-Hero”. El show seguía sin dar tregua, con la tropa de quince bailarines dibujando enésimas coreografías, y sets y más sets cargados de sorpresas y cambios de color, de desfiles de camas giratorias, cuadros de frac y claqué o algodonosas nubes con patas.
Incluso si visitas el museo más apabullante del mundo, es posible que acuses cierto aturdimiento a la hora de disfrutar de la obra maestra número 342, y algo así le puede ocurrir a los asistentes a “The Eras Tour” que sean más ajenos a la erudición swiftie. Aunque ¿los hay? Tal vez los periodistas seamos los únicos, visto el fervor general con que, en el Bernabéu, se acogía cada estrofa, cada parrafada, cada guiño. Así que, ante semejante espectáculo poco cabal por agotador (y autorreferencial), solo queda constatar que, si bien Taylor Swift no ha venido aquí para transformar los lenguajes musicales, sí que encarna una forma audaz y distinta de concebir el pop, convirtiendo toda su circunstancia en un hit e inventando caminos aventurados para mantener en vilo a todo un estadio. ∎
La semana vista por... David Saavedra: viernes, 14 de marzo de 2025
La semana vista por... David Saavedra: miércoles, 12 de marzo de 2025
Los nuevos modelos y desafíos del sector musical, en el objetivo de Primavera Pro 2025
La semana vista por... David Saavedra: lunes, 10 de marzo de 2025
La semana vista por... Miguel Tébar A.: viernes, 7 de marzo de 2025
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.