El problema no es la edad. El problema es el nombre. Ni la mejor de las canciones de esta segunda etapa de Pixies (cinco álbumes en los últimos diez años) es mejor que la peor de su etapa inicial, la de los cinco discos publicados entre 1987 y 1991. La historia, la percepción sobre su obra, habría sido muy diferente si la banda hubiera pasado efectivamente a mejor vida cuando publicó “Trompe Le Monde” (1991) exactamente el mismo día que Nirvana sacaba a la venta “Nevermind” para tomar su testigo creativo y llevarlo a la cima de la cultura popular. El bajonazo no habría sido tan morrocotudo si “Indie Cindy” (2014), “Head Carrier” (2016), “Beneath The Eyrie” (2019), “Doggerel” (2022) y este “The Night The Zombies Came” hubiesen sido firmados como Frank Black & The Pixels o un nombre similar, pero me siguen reconcomiendo todos los demonios del averno cada vez que los veo presentados como Pixies, ensuciando cada vez más su legado con cada nuevo lanzamiento.
La escucha de este disco me llena de odio y desprecio. Si lo aislamos de todo esto (venga, pensemos en Frank Black y lo que sea) es... psé, meh. No está mal en comparación a la discografía en solitario del orondo Charles Thompson IV, que tampoco es que sea para tirar cohetes. Cuentan con nueva bajista, Emma Richardson, que estaba en el mediocre grupo británico Band Of Skulls, y los temas tienen cierto aroma de fantaterror serie B (lo de los zombis y tal), pero predominan los medios tiempos. Son canciones aplacadas, que tiran un poco de americana, de surrealismo perezoso y un levísimo espíritu de extrañeza psicodélica. Hay guitarras luminosas y una bonita melodía en “Kings Of The Prairie”, alguna cosa agradable de disfrutar como “Johnny Good Man” y unos pocos temas como de garage más acelerado: “You’re So Impatient”, “Oyster Bed” y “Ernest Evans”.
Pensándolo bien, puede que la edad sí que sea un problema, porque la fuerza también se les ha ido como a Sansón. No es que sea un disco que da igual si existe o no: tal vez hubiera sido mejor que no existiera. Si al menos los de Boston tuviesen esa pulsión de reírse de sí mismos, podría flirtear con la idea de que el título del álbum se refiere a ellos mismos, pero creo que ni lo han pensado. Mientras, al otro lado de la pantalla, visualizo perfectamente a Kim Deal, recuperando el favor de la crítica y el público, riendo y diciendo: “¡Comeos esa mierda, cabrones!”. ∎
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