En 1975, Cohen creó el cóctel  “the red needle”. Foto: Jarkko Arjatsalo
En 1975, Cohen creó el cóctel “the red needle”. Foto: Jarkko Arjatsalo

Gastronomía

Leonard Cohen: té y naranjas de la China

¿Se puede deducir de la música de alguien si le va a gustar comer, y qué? Es un ejercicio arriesgado, pero divertido. ¿Tiene más pinta de bon viveur Dylan o Joni Mitchell? ¿Acaso la música de Pascal Comelade no suena a tienda de caramelos? ¿Qué pone para cocinar –si es que cocina– Bad Gyal? Podemos especular, y seguramente nos llevaremos algunas sorpresas, pero al final este es un juego no muy distinto a imaginar hipotéticas luchas a mamporros entre La Masa y La Cosa. Sin embargo, hay algunas suposiciones que se pueden hacer fácilmente. Sid Vicious no parece haber tenido la gastronomía entre sus prioridades. Tampoco Morrissey. Veamos qué tal Cohen.

03. 02. 2021

Muchos son los músicos que han bebido (pero los Pogues bebieron en mayúscula) y no creo que a nadie le cueste imaginar a Leonard Cohen disfrutando de las cosas de comer y beber, igual que disfrutó de todo el resto: con emoción, conocimiento y un puntito de no tomárselo del todo en serio. Y pese a ello cuenta Eric Lerner en “Asuntos de vital interés” (Alianza Editorial, 2019) que solo se interesaba superficialmente por la comida. A veces suspiraba ‘Yo es que no comería, la verdad, si no fuera necesario’. Un almuerzo era para él una experiencia mucho más social que digestiva, pero, eso sí, una experiencia muy particular. Si lo dice Lerner, que fue amigo íntimo de Cohen, pues será verdad, pero lo cierto es que el libro, que describe cuarenta años de amistad, está lleno de momentos en torno a una mesa, o en bares. Y a la que una comienza a investigar el tema, cuesta creer que así sea. Comenzando, simplemente, por las de los paisajes que habitó –recuerden: decía Josep Pla que la comida es el paisaje en la cazuela–, no cuesta imaginar a un niño Leonard comiendo challah en el sabbat; y ya de joven adulto, en el Main Deli Steak House, carne asada y bagels al estilo de Montreal, parecidos pero no iguales del todo al pastrami y los bagels que podrá comer luego en Nueva York, aunque según cuentan sus preferidos eran las chuletas y el pastel de queso. O bebiendo el té de la marca Constant Comment, aromatizado con cítricos, que le servía Suzanne Verdal en sus visitas. Y los sabores de Hydra: ensalada, halloumi y dolmades. O, en el silencio, el movimiento constante y atento del cuchillo sobre la madera, a primera hora de la mañana, mientras corta en diminutos cubitos idénticos las verduras que serán parte de la guen-mai, la sopa de arroz que se come en el monasterio zen después de la meditación (aunque existen fotos de Cohen cocinando en el monasterio, una de las anécdotas que cuenta Lerner en el libro es que el maestro de ambos, Kyozan Joshy Sasaki, les pidió que le llevaran sushi cuando, con 106 años, convalecía de una grave infección). Leonard y Anjani comiéndose un helado o un hot dog, felices.

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