El Madrileño, ante el reto de su vida. Foto: Alfredo Arias
El Madrileño, ante el reto de su vida. Foto: Alfredo Arias

Concierto

Pongamos que hablo de C. Tangana: una nueva forma de entender el directo

La nueva gira de C. Tangana aterrizó en el WiZink Center de Madrid el pasado sábado, 5 de marzo, con un espectáculo total que marida todo tipo de géneros, en el que una banda de más de 30 músicos da frenética rienda suelta a los temas del aclamado “El Madrileño”. Fuimos testigos del concierto más importante en la carrera de Pucho.

07. 03. 2022

A veces el mayor de los talentos consiste en saber elegir el mejor talento del que rodearse. Es un acto humilde aunque pueda parecer lo contrario. Y no se me ocurre forma mejor de resumir el poso que deja el espectáculo total con que El Madrileño ha superado definitivamente a C. Tangana. En la gira “Sin cantar ni afinar”, Puchito cede más protagonismo del que habríamos podido llegar a imaginar. Incluso comparte espacio titular con Víctor Martínez en los créditos de apertura –al mismo nivel– y las pantallas y los focos no solo lo enfocan a él. Es la estrella, sí, pero más aún es el conductor de un concierto que es una fiesta, una celebración. De la carrera del madrileño, del éxito y de la fama, pero también de toda nuestra cultura popular.

La escenografía se asemeja a una sala de fiestas de los años 30 o 40 –tipo La Perla o Pasapoga– y hace pensar inmediatamente en crooners como Frank Sinatra o Julio Iglesias. Algo de truhán, algo de señor, mucho de mafioso. Acaba de abrir su nuevo garito y estamos todos invitados. “Banda en directo”, rezan los rótulos. Dentro, mesas redondas con cuidados manteles, remates dorados, teca y cuero negro. Alcohol de alta graduación en vaso corto y tabaco. Un camarero sirve a los presentes esquivando a músicos y operadores de cámara. Y una sección de viento –con Pirata de la banda de ‘Late Motiv’ soplando el sousafón, una especie de tuba callejera– más otra de cuerdas sirven como único telón de fondo. Y se erige una pantalla panorámica gigante que da cuenta de todo lo que sucede dentro de este particular ecosistema, con ojo clínico y vocación cinematográfica. Haciendo del momento presente, del ahora, el gran protagonista.

Quizá el apartado de la realización sea, de hecho, el gran elemento diferencial de la barbaridad a todos los niveles que supone a día de hoy un concierto de C. Tangana. Todo –excepto varios tirones y negros provocados por problemas técnicos– tiene aire de videoclip, encierra sensibilidad y esconde incluso una cierta narrativa. En el uso de los planos, en los enfoques, en los movimientos de cámara, todo contribuye no solo al embellecimiento del show, sino a la transmisión de sus valores intrínsecos: lo festivo y lo colaborativo. Al final, desfila un rollo de créditos rubricando esa idea cinematográfica y, en el ecuador del concierto, el camarero interrumpe a Pucho para recriminarle que “vaya ‘toyacada’ lo de subirte encima de la mesa y los bombos y redobles”. Él le pide que se conecte simbólicamente al bluetooth del WiZink Center y ponga algo mejor y lo siguiente que pasa es “Llorando en la limo”. Haciendo suyo aquello de “tú antes molabas”: no llegó a tirarse un “C.H.I.T.O.” –que habría sido legendario por aquello de “molar más cuando era Crema”–, pero sí cogió por el cuello críticas y vaciles antes de que lo vapulearan a él. Antes molaría, sí, pero ahora lleva en directo la banda más grande de España y lo sabe, y presume de ello.

Rodeado de los mexicanos Carin León y Adrián Favela, y con el camarero del show atento a cualquier nuevo pedido. Foto: Alfredo Arias
Rodeado de los mexicanos Carin León y Adrián Favela, y con el camarero del show atento a cualquier nuevo pedido. Foto: Alfredo Arias

Es realmente apabullante el sonido que generan los vientos, la percusión y las cuerdas mientras entre las mesas comparten jaleos los y las Carmona, Niño de Elche, El Bola, La Húngara o Kiko Veneno. Y mientras Yerai Cortés y Víctor soflaman guitarras que, en el caso del primero, pueden ser de las mejores de España y del planeta. Pasan de la ranchera al bolero, de la salsa a la bachata y al son, pero con un punto más aflamencado que en la versión de estudio, más nuestro, de ida y vuelta. Suben al escenario Carin León y Adrián Favela, Canelita y Omar Montes, Nathy Peluso. Suenan hits de ayer y de hoy enroscándose en la dualidad entre lo desgarradoramente natural y lo oscuramente electrónico. Pero la sublimación llega cuando se recogen, cuando la extensión longitudinal del colosal escenario se contrae y se concentra en torno a la sobremesa. Casi 20 minutos a lo NPR Tiny Desk con las canciones más orgánicas de “El Madrileño” (2021) –“Ingobernable”, “Los tontos” o la extensión de la reedición con “Me maten”– aderezadas con retales de “Volando voy”, “No estamos locos” o “Corazón partío”, homenajes a los presentes y a nuestro acervo más desacomplejado.

Tras el precioso momento de introspección que supone una “Antes de morirme” prorrogada magistralmente con “Luces de bohemia” a lo Bon Iver, llega la explosión final. Asoma hasta una superbanda de rock de estadios –en “Hong Kong”, claro– que muta en jarana para versionar “Suavemente”, de Elvis Crespo. La sonrisa de satisfacción de Antón Álvarez ante el que era el concierto más importante de su carrera es la de cualquier amante de la música apabullado por una propuesta artística tan increíblemente sólida, pese a que algunos problemas de sonido deslucieron ciertas secciones, especialmente aquellas en las que el maridaje entre banda y percusiones y todo el aparato electrónico se antoja más alquímico. Puedes no compartir las canciones, ni el personaje ni el aura de su ego, pero habría que estar ciego para no ver que estamos, seguramente, ante una de las giras más ambiciosas y espectaculares de la historia del pop en castellano. ∎

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