Si miras bien, hay destellos, brillos, hasta en los lugares más áridos. Y a veces son tan bravíos, tan indómitos y salvajes, que funcionan como empuje para liberarse y huir de la desolación. Ese contraste entre la aridez de lo que se tiene y el fulgor de lo que se sueña y se desea es, de algún modo, la base de “Destello bravío” (2021), el primer largometraje de la cineasta extremeña Ainhoa Rodríguez, una de las películas españolas más libres y estimulantes de la temporada. Sección oficial en el festival de Róterdam y premio especial del jurado en el de Málaga, donde también recibió la Biznaga de Plata al mejor montaje, “Destello bravío” se mueve entre la realidad y el misterio para retratar, a través de un relato subjetivo, las vidas de los habitantes (y, sobre todo, de sus mujeres) de un pequeño pueblo de Extremadura. Hipnótica, fabuladora y misteriosa, habla, entre muchas cosas, del machismo estructural, de la necesidad de liberarse y de la búsqueda de vías para hacerlo.
Hay en “Destello bravío” un juego constante entre la imagen misteriosa, incluso impenetrable, y la narración oral llena de significado.
Sí, eso se debe a que creo tener, o quiero tener, un absoluto compromiso con el contenido. Evidentemente, aunque la estética también es ideología, hay un misterio porque quiero que el espectador participe, que haga un esfuerzo. No me gusta el cine masticado. Pero también hay unos porqués claros, no hay nada al azar en la propuesta.
En la película se da, evidentemente, una descripción de la vida rural, pero está liberada de cualquier intento de tesis. No hay una tentativa de retrato objetivo de un lugar y una forma de vida.
Efectivamente, no pretendía hacer una tesis sobre la vida rural. Quería observar y absorber la exquisita materia prima que tenía delante sin mirar hacia otro lado. Simplemente quería traducirla, interpretarla y mediatizarla. Es una idea clara de relato subjetivo, no es el relato de una representación, ni siquiera representa a Extremadura. Mi visión de ese pueblo es todo lo fiel que he considerado dentro de mi subjetividad. Pero es verdad que, a veces, desde lo pequeño, lo local, lo subjetivo y lo genuino se llega a otras personas por una cuestión de empatía. Y ahora, por ejemplo, en Extremadura se están volcando con la película porque se les está agarrando a las tripas.
¿Cuál fue el primer impulso que te llevó a hacer el filme?
Empecé el proyecto con dos intereses, dos deseos, claros. Por un lado, trabajar con actrices y actores “naturales”, no profesionales. Es un estímulo poderoso para una autora porque, por grande que sea la locura que plantees, ellos la hacen de carne y hueso y la llenan de porosidades. La hacen suya, obviamente con mi acercamiento. Me daba la vida pensar en un pueblo y que ese pueblo se volcara con un proyecto fílmico tan personal, que es lo que ha pasado. El otro interés era buscar mis propias raíces, algo que compartimos muchas directoras porque te toca, te atrae y te lleva a lugares.
Has contado que te instalaste durante muchos meses en ese pueblo.
Sí, era importante que me fuera a vivir allí. Estuve nueve meses, aunque no conocía a nadie, y más adelante se instaló el resto del equipo. Fue esencial la convivencia para establecer un vínculo de confianza absoluta sin la que no hubiera habido película. Este proyecto no se habría conseguido solo con dinero; ha sido clave tanto la implicación del equipo técnico y artístico como la del pueblo y las localidades aledañas, que se han volcado de una manera apabullante. Con pasión, con entrega y con generosidad. A todos los niveles: detrás de la cámara, delante. ¡Han llegado a montar una Semana Santa en junio!
¿Por qué elegiste ese pueblo en concreto?
Soy extremeña, nacida en Madrid pero criada en Extremadura, y toda mi familia paterna es de Tierra de Barros, donde se ha rodado la película. Necesitaba un pueblo pequeño porque era la única manera de llegar a conocerlo, y de que el pueblo me conociera a mí. Este es un proyecto que nace de la pasión, y quería crear un juego y que todo el pueblo se conectara a él. Buscaba ese acto de fe mutua. Y aparecí en Puebla de la Reina. Llegué al pueblo y monté un taller de cine en el que analizábamos lenguaje fílmico y códigos de lenguaje, y veíamos cómo se había representado a la mujer en el audiovisual y también cómo algunas propuestas rompían con la mirada canónica y predominante. Fue así como se gestó el grupo de Las Bravías, que acabaron protagonizando una parte importante de la película. Son las mujeres de la escena de la merienda.
La entrega de las actrices es brutal. ¿Cómo fue el proceso de casting?
Hicimos muchos castings por la región, y me pasaba una hora hablando con cada una de esas mujeres, que me contaban su vida. Tanto es así que salían del casting y le decían unas a otras: “Vete para el casting, aunque no te cojan, que te va a venir muy bien y sales liberada”.
Es que hay algo terapéutico en la interpretación de las actrices. Es evidente que se liberan verbal y físicamente ante la cámara, que parecen haber encontrado en la película una vía de escape, una posibilidad de contarse y expresarse que quizá llevaban toda su vida buscando.
Sí, los ensayos ya fueron una terapia para muchas de ellas. Algunas me decían que me contaban cosas que ni siquiera le habían contado a su familia.
Las mujeres de “Destello bravío” hablan con códigos distintos (realistas, religiosos, fantasiosos, incluso esotéricos) de machismo estructural, de represión, de sentirse asfixiadas, de sus ganas de liberarse y salir huyendo de ese pueblo, de esas vidas. Quizá sea la primera vez que lo hacen, o que lo hacen en público. Aunque el taller ayudara a establecer una complicidad, no debió ser fácil ganarte su confianza.
Por supuesto. Algunas me pusieron a prueba a cada momento, ¡pasé las doce pruebas de Astérix! Estaban todo el rato tomándome las medidas. Pero al final se rompen los muros de contención y entras en el terreno de los corazones mutuos, y yo sabía que la película que quería hacer necesitaba tanto de la inmersión de esas mujeres como de la mía y de mis compañeras. Pero recuerdo que al principio decían: “Esta dice que va a hacer una película aquí con nosotras, pero luego traerá a los actores de Madrid y nos pondrá de fondo” (risas).
Y estas mujeres, de alguna manera, se han transformado. Y asistimos a su transformación en pantalla.
Sí, creo absolutamente que el cine no solamente tiene un nivel místico, sino también terapéutico, porque provoca transformaciones. Ellas cuentan que la película las ha transformado. Una me dijo: “Yo por fuera soy igual, un ama de casa que sigue haciendo sus cosas, pero por dentro ha habido una revolución”.
Hay una escena extraordinaria, la que comentabas de la merienda, en la que estas mujeres, diría que todas sexagenarias, experimentan un éxtasis colectivo. Teniendo en cuenta que la sexualidad de las mujeres de más de, pongamos, 35 años no suele representarse en el cine, o no de esa manera, es una escena tan hermosa como injustamente exótica.
Sí, no es lo habitual. Y eso es así porque esa representación tiene que ver con la sexualidad masculina; en la mayoría de los casos, además, con la visión del macho heterosexual. La explicación es muy obvia: la mujer que no es objeto de deseo no está visibilizada. En la industria española, no tanto en propuestas más independientes, se nota mucho la ausencia de lo no canónico. Todo lo que se sale del canon, de lo hegemónico, de lo sistemático, no existe. Es increíble cómo se invisibiliza a las mujeres reales, de una determinada edad, porque no interesan. Yo no concibo retratar a un personaje sin contemplar su sexualidad, porque forma parte de la vida.
De todos modos, es importante decir que la liberación de las mujeres de “Destello bravío” no es exclusivamente sexual.
Por supuesto. Hay también una liberación del relato. El relato lo cuento yo como directora, pero también lo cuentan esas mujeres. Ellas toman las riendas: “Yo cuento mi propio relato, yo intervengo, yo digo que no, yo transgredo las normas y las convenciones de mi pueblo y mi localidad y voy a hacer esta película”. Joaquina Valentina, la actriz que sale chupando el collar de perlas en la foto de promoción que ha circulado tanto, es una mujer muy seria, aunque luego cuando la conoces es divertidísima. Cuando la conocí, me contó que ella no bailaba ni con su marido en las fiestas del pueblo y me dijo: “¡¿Cómo voy a hacer yo la película!? No va a estar bien visto”. Al poco tiempo, cambió de opinión: “¿Pero por qué no la voy a hacer? Si la quiero hacer, pues la hago”. Y, al acabar el rodaje, le pregunté cómo le había afectado participar en la película y me dijo: “A mí me ha cambiado, que llevaba diez años de depresión y se me ha curado de repente”.
Una cosa muy interesante de la película es que sus personajes, especialmente los femeninos, son tan devotos de lo religioso como de lo fantástico. Sé que estoy simplificándolo mucho, pero, de alguna manera, alternan el rezo del Santo Rosario con una fabulación casi esotérica para, precisamente, reformular el relato que comentabas.
Sí. Como te decía al principio, una de las razones de hacer esta película era la búsqueda de mis propias raíces. El primer impulso era mi necesidad de infancia, de recuperarla, porque para mí era un lugar plácido y de protección. Sé que no es una sensación compartida por todo el mundo, pero es la mía. Y sospechaba que podíamos conectar con ese pueblo por ese lado. Y así fue. Encontré un pueblo necesitado de fabular y con personas necesitadas de infancia aunque tuvieran 90 años. Es la forma en la que ese pueblo se enfrenta a su sentido en ese lugar, a su conexión con la tierra. Pero, evidentemente, en mi caso era una conexión agnóstica y, en el suyo, católica. Sus sueños estaban traducidos a lo católico.
El conflicto, ¿o quizá el diálogo?, entre lo terrenal, lo religioso y, te diría, lo mágico está presente en toda la película y se expresa tanto a través del texto como a nivel formal (visual y sonoro). Los personajes parecen encontrar a la vez el consuelo en el rezo y en la posibilidad de ser abducidos para salir de allí.
Hay una historia muy bonita que tiene que ver con eso. En uno de los castings conocí a Angelita, que es la señora que en la película cuenta la historia del dragón. Yo le expliqué una historia de infancia. Era el típico sueño en el que de niña estás en la cama, despiertas, te escapas por la ventana sin que nadie se dé cuenta y recorres mares y montañas. Se lo conté y me lo tradujo desde una perspectiva del paraíso católico. Lo narró con una emoción que me conmovió profundamente. Eso me decía que la necesidad de fabulación está en cualquier parte. Ya sea un sueño más esotérico o un sueño más católico, está en él esa necesidad de fuga y de encontrar lugares para la magia. Eso me interesó mucho y es un tema troncal de la película.
Aunque “Destello bravío” toque oscuridades y dolores, me atrevería a decir que es, eminentemente, una comedia. El humor, a menudo conectado con el absurdo, está siempre muy presente.
Totalmente. Yo vivo la vida con ironía, si no no puedo, todo es demasiado asfixiante. Me interesan especialmente las películas que tienen retranca, que tienen ironía, que tienen sentido del humor. De hecho, sospecho un poco de los directores que no lo tienen. La losa es tan pesada que tenemos que encontrar esas fugas. Y en “Destello bravío” la ironía está establecida desde la primera secuencia, con esas dos mujeres borrachas, en mitad de un pantano, que se han escapado de una boda. Es una imagen bella, sí, pero está la ironía de que ellas hablan del mar, de la reina de los mares, y eso en realidad es un pantano. Hay un horizonte. Al otro lado está el mismo pueblo y están encerradas. Y, además, el pantano es artificial. Está construido por el hombre, ¡por Franco, sin ir más lejos! ∎
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