Tanto el auge como la caída de
Amy Winehouse (1983-2011) fueron procesos que, prácticamente, se retransmitieron en directo. En la época de la interconexión globalizada, de la urgencia de la inmediatez más irrelevante y del sumidero ético de los mass media, la cantante y compositora londinense fue la gallina de los huevos de oro en lo que a escándalo y tragedia se refiere. Hasta tal punto llegó el escarnio –la vimos andando medio desnuda y descalza, llorando por las calles de Camden y dando conciertos totalmente colgada olvidándose de cantar mientras la prensa no dejaba de sacudirla con pleitos derivados de su adicción a las drogas– que parecía que no quedaba nada por contar de una de las últimas grandes voces del soul contemporáneo.
Así que hay que aplaudir que el cineasta inglés
Asif Kapadia (
“Senna”, 2010) se acerque a la figura de Winehouse de la forma más íntima y detallada posible, centrándose más en el crecimiento musical de una joven con voz y talento portentosos que en el enésimo clip de YouTube que haya ilustrado su atracción por el averno. Más de cien entrevistas y un inagotable uso de filmaciones caseras que nos muestran el quehacer cotidiano de Winehouse, en un juego de fuerzas destinado a quebrarse entre su devoción por el jazz y el soul y su pésima suerte a la hora de saber rodearse de gent. Nadie elige a sus padres, pero a la firmante de “Stronger Than Me” le tocó la gorda con el suyo; si hay un villano en
“Amy” (2015), ese es sin duda Mitchell Winehouse.
Al final, este documental-
blockbuster quedará como un epílogo tristísimo a una carrera caótica: la de una chica que quería ser Ella Fitzgerald y acabó convirtiéndose, a su pesar, en una estrella del pop; y que, siendo incapaz de gestionar lo que conlleva la fama, acabó siendo devastada por ella. Raro será que no gane el Oscar a Mejor Documental. ∎