En el verano de 2016 nada me pareció más refrescante que la “Gran bola de helado” (Apa-Apa) de Conxita Herrero, su primer cómic largo. Poco más de un lustro después, un original de Conxita titulado “Museo-caca” forma parte de “Constelación gráfica. Jóvenes autoras de cómic de vanguardia”, propuesta expositiva en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) inaugurada el pasado 2 de diciembre. En el dibujo, unos espectadores miran y fotografían una imagen de unas heces debidamente enmarcadas con una distancia de seguridad perimetrada por rígidos barrotes. Las relaciones entre lo institucional y la creatividad, entre la industria y lo independiente, el mercado y lo experimental, han sido conflictivas, polémicas y, hoy más que nunca, permeables. Quizá sea una manifestación positiva de la liquidez social baumaniana. Filosofía aparte, que nueve autoras transgresoras del cómic protagonicen una exposición en un centro cultural referencial de Barcelona es síntoma del buen momento, en el que todos los ámbitos del sector parecen estar de acuerdo: la concentración actual de creatividad y talento en la producción gráfica es inaudita. Y el protagonismo femenino en este dulce momento es innegable.
Las artistas de esta exposición coinciden en otros puntos, entre ellos su origen en la autoedición y cierta singularidad “generacional” milenial, de ahí que el recorrido expositivo se inicie con dos salas-ámbitos –la exposición se divide en seis “ámbitos”– que nos introducen en estas coordenadas espaciotemporales. En la primera, dedicada a la edición independiente, podemos ver entrevistas a los responsables de algunos de los principales festivales (GRAF, Gutter, Tenderete), librerías (Fatbottom) y editoriales (Apa-Apa) del sector en España; pero también obras, autores y géneros de cabecera que abrieron espacios a las autoras del cómic reciente: el “Persépolis” (2000-2003; en España, 2002-2004) de Marjane Satrapi como acontecimiento, la obra pionera de la canadiense Julie Doucet, el humor alternativo para adultos de Lisa Hanawalt y Simon Hanselmann, la llegada del manga a Occidente en los noventa como cómic que consiguió atraer a lectoras femeninas. En la segunda, esterillas para yoga, valium y VOX se mezclan en “Milenial: una generación en disputa”, espacio-ámbito concebido por Eudald Espluga donde, en torno a una instalación-habitación a lo Tracey Emin llena de objetos cotidianos “generacionales”, varias proyecciones y cartelas retratan pasado reciente y presente de las artistas expuestas en esta muestra. Aspectos transversales que desbordan las barreras de la edad: neoliberalismo, exceso de formación y autoexigencia, estrés, frustración, feminismo, identidad de género.
Tras este anclaje, comienza el viaje “interestelar” con el tercer ámbito de esta exposición: “Costumbrismo milenial”, donde la acidez de Roberta Vázquez, el desencanto naif de Bárbara Alca y el torrente creativo de Conxita Herrero afrontan la precariedad laboral y emocional. Un tablero de juego a escala humana, la simulación de una aplicación de contactos y un relato en tres dimensiones son las instalaciones de estas autoras (todas debían crear una instalación inédita para la muestra); manifestaciones de cómo el espíritu lúdico, la ironía y la poesía pueden ser armas afiladas para hacer frente al malestar. El rincón dedicado a Tronco, en la sala de Conxita, está concebido como santuario al que deben peregrinar todos los fieles seguidores de la banda formada por la historietista y su hermano Fermí Herrero, asumiendo el riesgo de quedar abducidos por este astro ingrávido.
De los alimentos y animales antropomórficos y la poesía de los objetos cotidianos, pasamos en el cuarto ámbito del periplo a la depuración formal de Nadia Hafid y Marta Cartu, con sus indagaciones en torno a la soledad, la secuencialidad y la ruptura de las narrativas tradicionales. La instalación de Hafid muestra una solidez y calidez asombrosas, y consigue, como las restantes, acoger instantáneamente al receptor en su universo creativo.
En cada una de las salas dedicadas a estas artistas, el diseño expositivo, la diversidad de soportes y materiales –dibujos originales, paneles retroiluminados, ampliaciones de páginas de cómic flotantes, instalaciones, música, entrevistas– propician una experiencia inmersiva muy lograda. La selección de autoras y obras es acertada, aunque es inevitable echar de menos algunas ausentes en esta ocasión: nombres como Begoña García-Alén o Cynthia Alfonso, por ejemplo. Justo es reconocer que el comisariado de Montserrat Terrones ha propiciado con un relato expositivo bien trabado un diálogo entre el cómic experimental y el arte contemporáneo. El resultado consigue que, definitivamente, seguir dudando del interés intelectual y artístico de este lenguaje parezca algo del Pleistoceno.
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