No defrauda
Christopher Nolan en su primera inmersión en las hazañas bélicas. Incluso para reproducir una parte de la evacuación de Dunkerque durante la Segunda Guerra Mundial ha sido capaz de establecer tres líneas temporales (de una semana, un día y una hora) en tres localizaciones espaciales diferentes (tierra, mar y aire), que confluyen en el segmento final para orquestar un espectáculo de dimensiones épicas (IMAX, 70mm). Una contradicción cuando, de lo que se trata, es de ofrecer un retrato del infierno por el que pasaron los soldados que esperaban la repatriación.
No es la única paradoja que exhibe una película que se pretende continuadora de una tradición realista espartana (fisicidad, escasez de diálogos), pero, al mismo tiempo, se apuntala en la fotografía de alto contraste de Hoyte van Hoytema y, sobre todo, en la música de Hans Zimmer, ambos ya presentes en
“Interstellar” (2014). O que, en fin, sintetiza un episodio de masas en un puñado de casos singulares, estrategia ideológica habitual en el cine de Hollywood.
Producto industrial de intachable factura técnica, destinado a protagonizar la próxima entrega de los Óscar,
“Dunkerque” (“Dunkirk”, 2017) es capaz de convertir una retirada (a tiempo) en una victoria, de forzar hasta el límite (y algo más) los recursos del suspense y de poner en primer plano el heroísmo de la sociedad civil en el relato de un conflicto armado que se libra contra un enemigo invisible (uno de sus grandes aciertos), circunstancia susceptible de interesantes dobles lecturas.
En su aproximación a un hecho histórico reciente, Nolan combina la estilización (el
soft landing del Spitfire sin combustible) con la voluntad de verismo, y el resultado es un híbrido que impacta en la distancia corta, pero cuyo mecanismo, aunque de precisión, queda al descubierto con demasiada facilidad. ∎