Por Eulàlia Iglesias→
20. 07. 2023
El primer biopic que encara Christopher Nolan, un cineasta habitualmente aficionado a géneros como la ciencia ficción que le permiten disponer de un territorio propicio para su querencia por experimentar con estructuras temporales atípicas, es la película de su filmografía que más encaja, con muchos matices, en una idea de cine clásico o más bien posclásico. En su reivindicación de Julius Robert Oppenheimer (1904-1967), el físico norteamericano que encabezó el desarrollo de las primeras bombas atómicas en el marco del Proyecto Manhattan, Nolan apela a un marco de valores tradicionales. Construye a un protagonista complejo y con una moral íntegra que no duda en ponerse al servicio de las causas que considera justas, desde el apoyo al bando republicano en la Guerra Civil Española hasta su entrega al esfuerzo bélico estadounidense cuando estalla la Segunda Guerra Mundial.
La película identifica desde el inicio a Oppenheimer con la figura mítica de Prometeo, el titán castigado por los dioses por entregar el fuego a los hombres. Pero el cineasta británico también dibuja a su héroe caído de aires trágicos tomando en parte como modelo a esas figuras solitarias del wéstern que el Ethan Edwards de “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) encarnó en su máximo esplendor. Después de adentrarse en el desierto de Los Álamos para forjar el arma más letal de la historia, el cowboy que lo ha dado todo para salvar a su país del enemigo exterior acaba expulsado de esa civilización que él ha contribuido a preservar.
El mundo no fue el mismo después de la Segunda Guerra Mundial, y Robert Oppenheimer se convierte a la vez en artífice y víctima de este cambio de paradigma. Christopher Nolan aborda la biografía del personaje a través, en parte, de los modos del cine judicial en tanto el nuevo contexto de la Guerra Fría convierte en sospechoso de comunismo a quien poco antes se había encumbrado como héroe nacional. De esta manera, “Oppenheimer” (2023) se adecua a las formas del cine estadounidense que emerge en los años cincuenta y sesenta sobre todo de la mano de la generación de la televisión. En esas décadas posclásicas vivimos el auge del cine judicial y periodístico, en que los héroes de la palabra y de la ley toman el relevo a los héroes de la violencia física, en un cambio del que también se hizo eco John Ford en otro wéstern, “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962). “Oppenheimer” es la película más hablada de la filmografía de Christopher Nolan, un blockbuster en el que la dinámica implacable de la acción queda sustituida por la de la palabra vertiginosa, la principal arma de un físico teórico. La inscripción del filme en un paradigma más clásico que posmoderno resulta palpable en otras vertientes, como el cambio de tono de Robert Downey Jr., un actor que parecía instalado definitivamente en un registro irónico o cínico y que aquí sirve un personaje desprovisto totalmente de esta retranca.
En la mayoría de su filmografía, Nolan adapta la estructura narrativa a la percepción subjetiva del tiempo que experimenta el protagonista. Aunque aquí no plantea una forma geométrica de relato tan insólita como en “Memento” (2000), “Origen” (2010) o “Tenet” (2020), sigue en parte fiel a esta idea. Oppenheimer se despliega en su narrativa y en sus argumentaciones desde un planteamiento dialogístico a diferentes niveles. A su manera, el director plasma cómo funciona y la velocidad a la que discurre una mente brillante como la de Oppenheimer: veloz, dialéctica, colaborativa, obsesiva y con capacidad para la abstracción. En su último tercio, la película recurre sin embargo a una estrategia que simplifica el tejido de complejidad moral que había estado urdiendo. Convierte a uno de los personajes secundarios en un antagonista, un villano de manual contra el que por contraste Oppenheimer se acaba erigiendo como figura íntegra y a reivindicar.
Aunque trabaje siempre con intérpretes masculinos de primera fila asociados además a un método prestigioso de interpretación, no suele pensarse la obra de Christopher Nolan como un cine de actores. Con “Oppenheimer” cambia la cosa. La película prácticamente se abre y se cierra con un primer plano del rostro acongojado de Cillian Murphy. En una ficción sobre la bomba atómica rodada en Imax 65, Nolan no se recrea tanto en la dimensión espectacular del fenómeno, sino que se focaliza en el rostro de un actor convertido en el centro de gravedad dramático de la historia. Las facciones de Murphy (y la imponente banda sonora del sueco Ludwig Göransson) acaban reflejando aquello que el director ha dejado en fuera de campo: el horror de Hiroshima y Nagasaki. ∎
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