Si nos atenemos solo al rock, quizá sean “La bamba” (Luis Valdez, 1987) y “Gran bola de fuego” (Jim McBride, 1989) los primeros biopics de entidad –sobre las figuras de Ritchie Valens y Jerry Lee Lewis, respectivamente– que obtuvieron un buen rédito comercial y animaron a los estudios a invertir en producciones de las mismas características. Aunque un poco antes, a principios de los ochenta y desde la independencia, Jim Jarmusch ya había intentado realizar una película en blanco y negro sobre Buddy Holly que quería ser la réplica de la anodina “La historia de Buddy Holly” (Steve Rash, 1978). Holly desentonaría un poco en relación con las premisas que tienen los biopics sobre músicos, pintores o cualquier otro artista: existencia torturada, adicción a drogas o alcohol, tendencias violentas, disputas y rupturas matrimoniales, ascenso rápido y caída vertiginosa. Sí que mantiene el halo trágico en su muerte, en el accidente aéreo en que también perecieron, el 3 de febrero de 1959, Valens y The Big Bopper. De finales de los setenta es igualmente “Elvis” (John Carpenter, 1979), curiosa introspección en el mito Presley relatada en flashback a partir de su reaparición en Las Vegas, pero el filme era una producción televisiva, tuvo escasa difusión, constituía una rareza en la obra del director de “La cosa” (1982) y nadie lo tuvo en cuenta. Y antes de la primera gran oleada de biografías musicales apareció un filme áspero que marcaba una línea no aprovechada, “Sid y Nancy” (Alex Cox, 1986), radiografía del punk y de Sid Vicious a partir de la relación autodestructiva de este con Nancy Spungen. A Vicious lo encarnó Gary Oldman, que después fue Ludwig van Beethoven en “Amor inmortal” (Bernard Rose, 1994): héroes díscolos de la música.
Se han realizado biografías totales o parciales, centradas en la turbulencia personal –que vende más– o en la estética de la creación –que rinde menos en taquilla– de músicos de rock, rock’n’roll, jazz, country, folk, blues, funk, hip hop o, fuera del ámbito estadounidense, la chanson francesa o esa fascinante rareza que es “Leto” (Kirill Serébrennikov, 2018), que nos dio a conocer a Viktor Tsoï, héroe de la resistencia rockera en los años ochenta de la Unión Soviética con su grupo Kinó. Este tipo de películas encierran también un desafío para actores y actrices que quieren lucir mejor que nunca cuando tienen que encarnar a estos iconos populares: de Marion Cotillard (Édith Piaf) a Jamie Foxx (Ray Charles), de Angela Bassett (Tina Turner) a Dennis Quaid (Jerry Lee Lewis) o Al Pacino (Phil Spector). Los excesos interpretativos son a veces mayores que los del personaje en cuestión.
Si nos ceñimos al rock –de nuevo–, el pop y sus directos derivados, la abundancia de películas demuestra hasta qué punto son las figuras ideales para los rentables códigos de esta variante genérica que admite algo de comedia, intriga, alegato social y, sobre todo, drama, mucho drama. Algunos ejemplos:
“The Doors” (Oliver Stone, 1991). Filme que, pese al título grupal, puede verse como un biopic de Jim Morrison.
“Tina” (Brian Gibson, 1993). Ortodoxia –en todo– sobre Tina Turner.
“Ray” (Taylor Hackford, 2004). Decálogo de cómo contar la historia de un hombre negro y ciego, Ray Charles, que acaba reinando entre blancos.
“Beyond The Sea” (Kevin Spacey, 2004). Un académico filme dirigido e interpretado por el actor en torno a la figura del ídolo teen pop Bobby Darin.
“Nowhere Boy” (Sam Taylor-Johnson, 2009). Sobre la vida de John Lennon antes de formar The Beatles. El filme dialoga con “Backbeat” (Iain Softley, 1994), centrado en el período del grupo en Hamburgo, entre 1960 y 1962, y para cuya grabación musical se creó el efímero supergrupo indie The Backbeat Band, formado por Greg Dulli, Don Fleming, Dave Grohl, Thurston Moore y Mike Mills.
“The Runaways” (Floria Sigismondi, 2010). Cuenta la historia de The Runaways con unas improbables Kristen Stewart y Dakota Fanning como Joan Jett y Cherie Currie y un Michael Shannon impecable como Kim Fowley.
“Jimi. All Is By My Side” (John Ridley, 2013). Filme sobre Jimi Hendrix que apenas ha circulado.
“Phil Spector” (David Mamet, 2013). Resbaladiza visión del productor realizada para la televisión por el autor de “American Buffalo” (1996).
“Love & Mercy” (Bill Pohlad, 2014). Uno de los mejores biopics musicales: profundiza en la obra de Brian Wilson –interpretado en dos épocas distintas por Paul Dano y John Cusack– a través de sus problemas en el oído, experiencias con el LSD, episodios psicóticos y la relación con el terapeuta Eugene Landy.
“I Feel Good. La historia de James Brown” (Tate Taylor, 2014). Con uno de los primeros papeles protagonistas para Chadwick Boseman.
“Straight Outta Compton” (F. Gary Gray, 2015). Buena aproximación a la revolución gangsta rap implantada por N.W.A.
“Bohemian Rhapsody” (Bryan Singer, 2018). O cómo Freddie Mercury se merienda a Queen.
“Rocketman” (Dexter Fletcher, 2019). Glam en todo, lo que resulta muy coherente, para esta fantasía sobre Elton John.
“Respect” (Liesl Tommy, 2021). Discreta aproximación a un personaje expansivo como Aretha Franklin.
“Elvis” (Baz Luhrmann, 2022). O cómo el director de “Moulin Rouge” (2001) lleva a su terreno el icono Presley mientras representa al coronel Parker como una cucaracha.
Hablemos de otros estilos musicales, porque el biopic lo devora todo. A “Maestro” (Bradley Cooper, 2023), otra estampa fílmica de artista genial, controvertido, individualista y bisexual –cuando la condición sexual debía esconderse– podemos sumar “Noche y día” (Michael Curtiz, 1946), que disimulaba muchas cosas de la vida privada del compositor de canciones Cole Porter. Entre ellas su homosexualidad, algo impensable de mostrar en pantalla en el Hollywood de los cuarenta pese a que el compositor estuviera encarnado por el bisexual Cary Grant. Kevin Kline le dio vida en otro filme más realista aunque igual de melancólico, “De-lovely” (Irwin Winkler, 2004). También “Música y lágrimas” (Anthony Mann, 1953), visión sentimental del director de orquesta, arreglista y trombonista Glenn Miller, protagonista de la gran era de las big band a finales de los treinta.
Igualmente han tenido sus torturados biopics compositores de música clásica como Wolfgang Amadeus Mozart –la celebrada “Amadeus” (Milos Forman, 1984), centrada en su rivalidad con Antonio Salieri–, Johann Sebastian Bach –en la experimental y fascinante “Crónica de Anna Magdalena Bach” (Danièle Huillet y Jean-Marie Straub, 1968)– y Beethoven –en la ya citada “Amor inmortal”–. Y el ruidoso Ken Russell llegó a convertirlos en un género en sí mismo con sus encendidas y airadas aproximaciones a Piotr Ilich Chaikovski –“La pasión de vivir” (1970)–, Gustav Mahler –“Mahler, una sombra del pasado” (1974)– y Franz Liszt –“Lisztomania” (1975)–, en las que a pesar de cierta reflexión musical lo que priman son las relaciones huracanadas, la homosexualidad escondida, la locura: Russell convirtió el biopic en provocación y en su filme sobre Liszt tuvo la osadía de convertir al compositor romántico en una estrella del rock para escarnio de los fundamentalistas del pentagrama clásico.
Y esto no para. Se encuentra en fase de preproducción una película sobre Michael Jackson, “Michael”. La protagoniza su sobrino, Jaafar Jackson, y la dirige Antoine Fuqua. La familia Jackson está implicada directamente en la producción, por lo que no es de extrañar que se haya anunciado como un relato en torno a su carrera musical con pinta de panegírico, sin ahondar para nada en cuestiones más espinosas. ∎
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