Libro

Emmanuel Carrère

YogaAnagrama, 2021

23. 03. 2021

Si echamos un vistazo a la bibliografía de Emmanuel Carrère (París, 1957), ¿qué es lo que encontramos? Veamos: la espeluznante historia del farsante y asesino Jean Claude Romand; una exploración de las raíces familiares con derivada guerramundialista; la biografía novelada del intelectual y guerrillero ruso Eduard Limónov; una monumental crónica de los orígenes del cristianismo… Un aparente sindiós temático que si se aguanta es porque, en realidad, el autor francés no ha hecho otra cosa durante las últimas dos décadas que escribir de sí mismo. Su vida, sus miedos y sus intimidades, proyectadas en un variopinto crisol temático y sometidas a una estricta dieta de ensayo, memoria y ficción. Una fórmula se diría que algo manoseada en estos tiempos de autoficción compulsiva que, sin embargo, aún funciona (¡y de qué manera!) en manos del autor de “El adversario” (2000). Sobre todo después de ver como este “Yoga” (2020; Anagrama, 2021), librito risueño y sutil sobre el yoga” en su primer estadio, muta pronto en una Hidra de tres cabezas que Carrère intenta domesticar al tiempo que se va descomponiendo y sumiendo en una profunda depresión que lo dejará cuatro meses varado en un hospital psiquiátrico.

“Quería tanto el desastre como el apaciguamiento, e incesante, insoportablemente, oscilaba de un lado al otro”, escribe justo antes de que le diagnostiquen un trastorno bipolar que voltea el rumbo de la narración y alza un telón tras el que Carrère, neurótico y con el cuerpo atravesado por el alto voltaje de los electroshocks, se esfuerza por exprimir su “talento excepcional para destruir una vida que podría ser dichosa”. Antes de eso, “Yoga” discurre entre taludes, ayunos y largas sesiones de meditación en un retiro de yoga súbitamente interrumpido por el atentado contra ‘Charlie Hebdo’. “Yo era el segundo en la lista de amigos escritores de Bernard”, escribe en referencia a Bernard Maris, uno de los asesinados aquel 7 de enero de 2015. El primero, Michel Houellebecq, acaba de publicar la polémica “Sumisión” y se ha borrado del mapa, por lo que a Carrère corresponde glosar la figura de Maris en su funeral. Es justo ahí donde “Yoga” se desmorona y aparecen, abriéndose paso a codazos, la tragedia, la locura y la crisis de los refugiados, con nuestro protagonista trasplantado en la isla de Leros y dirigiendo talleres literarios para jóvenes llegados de Pakistán y Turquía. También aparece, aunque haya que imaginarla, una crisis amorosa y familiar que no hizo más que acelerar, cuando no desencadenar, la depresión, pero que Carrère tuvo que acabar retirando de la versión final porque su exmujer, haciendo valer su acuerdo de divorcio, le prohibió publicar material relativo a la crisis conyugal.

En el libro, esto se traduce en un agujero negro que hace que el tránsito entre el yoga y la locura, entre el burgués que alinea bandhas y chakras y el escritor demenciado que se identifica con el Jack Torrance de “El resplandor”, sea demasiado forzado y un tanto incomprensible para quien desconozca los alrededores de “Yoga”. Un obstáculo que Carrère vence echando mano de oficio y de una escritura ciertamente maravillosa pero que, sumado al desconcierto que produce esa coda final risueña y sutil, obliga a plantearse dónde termina lo confesional y empieza lo puramente narrativo. En cualquier caso, ya sea como autoficción o como novela basada en hechos reales, como autorretrato necesariamente incompleto de un autor de ego inagotable o como vehículo de la verdad que brilla especialmente en las páginas de pura ficción, “Yoga” viene a demostrar que, a estas alturas, Carrère es capaz de salir triunfal de cualquier envite. ∎

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