El dibujante Miguel B. Núñez (Madrid, 1970) tiene una amplia trayectoria vinculada con la música, tal y como podemos comprobar en su sitio personal. Primero, porque empezó dibujando para revistas musicales, enseguida vamos a ello, pero también porque ha tocado en numerosas bandas, desde Tocadiscos Humano o Humbert Humbert a la más reciente, Autouniverso.
Su carrera como ilustrador y dibujante de cómics es larga a estas alturas, ya en colaboraciones desde finales de los 80 para una amplia variedad de revistas y fanzines, ya con cómics monográficos de extensión creciente. Tebeos como “M” (Under Cómic, 1999), “Interferencias” (2000), editado por Subterfuge Comix –sí, la editorial de cómic de la discográfica Subterfuge–, “Stroszek” (2001), que sacó La Cúpula en su colección Brut Comix, o “Muertemanía” (2003), un miniálbum que le publicó Astiberri en los albores de la era de la novela gráfica en España.
El irónico protagonista de este último era la muerte, como su título sugería, y su admirado Max le escribió el prólogo; el dibujo de Miguel B. Núñez ya se había “aclarado” hacia la síntesis de línea que le gusta practicar. A estas alturas sus preferencias temáticas también estaban definidas y solían hacer gala de un humor minimalista, a veces absurdo, a veces negro, que podría entroncar con historietistas contemporáneos como el francés Lewis Trondheim o el noruego Jason.
Destaquemos otros cómics suyos: “El corazón de los árboles” (Polaqia, 2009) recopila parte de su material breve; “El fuego” (¡Caramba!, 2013) es un tomo de 104 páginas –hola, novela gráfica– con historia coral de dibujo mínimo protagonizada por monigotes poseídos por una fiebre sexual. Tras eso decidió abordar la memoria personal y el costumbrismo urbano en su serie de novelas gráficas “Heavy” (Sapristi, 2016-2017) –dos volúmenes sobre su adolescencia en el Madrid de los 80– y el spin-off terrorífico “666” (Sapristi, 2020). Desde la pasada década también viene publicando cómics infantiles, entre ellos “Rey Huevo” (Bang, 2010) o “El mundo de Miki” (Bang, 2019).
Cuando desde Rockdelux le propusimos elegir un disco para reinventar su portada eligió “Buen ser-vicio” (Tres Cipreses, 1985), de la mítica banda punk Desechables. Un grupo “maldito” fundado en 1981 en Vallirana (Barcelona), cuyo primer guitarrista, Miguel González, murió absurdamente en diciembre de 1983 al intentar atracar una joyería en Vilafranca del Penedès con una pistola de juguete. El joyero se defendió con arma de fuego, y esta era real. Al parecer, la motivación para el robo de un deprimido Miguel fue aparentar ante sus padres que le iba bien con la banda. Murió en el acto, con 27 años.
Como The Cramps al comienzo, con quienes se les comparaba, la formación original de Desechables era un trío: guitarra, batería y voz, sin bajo. La portada original de “Buen ser-vicio”, fuerte para esa época en España, era una fotografía en blanco y negro de Ana Torralva en la que posaba la vocalista de la banda, la igualmente legendaria Tere González, de personalidad inolvidable en concierto: actitud con mayúsculas y aullidos impresionantes. Tere tenía 14 años cuando se puso al frente del grupo, alrededor de 18 cuando este disco fue publicado.
¿Por qué Desechables, Miguel?
Aprendí a tocar la guitarra intentando sacar cosas de The Fall, The Stooges o The Cramps, pero Desechables me mostraron el tipo de banda que podía montar.
¿Te sientes identificado con su propuesta artística?
Durante años, sí. Todo lo que hice musicalmente le debía mucho a Desechables. Y supongo que siempre será un poco así. Tocadiscos Humano –mi primera banda de verdad– éramos caóticos y sucios, no llevábamos bajo y siempre acabamos tirados por los suelos. A mí me obsesionaban grupos como Pussy Galore o Butthole Surfers, pero los que pasaban por Tocadiscos Humano siempre amaban a Desechables: El Capitán Entresijos; Goyo, que ahora está en Nitropollo; Adicto, de SDO 100% Vegetal; o Jesús y Ana, de Generador. Seguramente fuera un requisito indispensable para estar en la banda que Desechables te parecieran la mejor banda del mundo.
¿Por qué este disco en concreto?
Me gustan todos los discos de Desechables sin excepción y seguramente el que tuvo más impacto en mí fue “Golpe tras golpe” (1984), pero “Buen ser-vicio”, que es otro disco que devoré, tiene una portada más demoledora. No dejó a nadie indiferente. Me recuerda a la primera imagen que vi de Tere Desechable, justamente en Rockdelux. Mi tío me conseguía ejemplares de vez en cuando, cuando yo aún leía solo la ‘Heavy Rock’, y en uno de ellos venía una entrevista o un artículo –de Santi Carrillo, creo– con una foto de Tere desnuda sobre un pentagrama invertido. Caí rendido, como es normal.
¿Hay algo que no te convencía en la portada original de “Buen ser-vicio”?
Nada, todo me parece lo más. La foto, si no me equivoco, es de Ana Torralva, y es sencillamente perfecta.
Explícanos tu propuesta alternativa de portada. No sé si quieres explicar el chiste.
Me interesa la idea de que internet y las redes sociales han fagocitado el misterio. La portada de Desechables, con Tere ofreciéndonos las tetas en bandeja y con una venda en los ojos, tiene algo de esencia de los 80. Lo prohibido y lo oculto. Cosas que definieron los gustos de toda una generación. Mi versión sería una actualización, ahora que enseñamos todo ya no tenemos más que huesos que ofrecer. Tampoco tiene por qué ser todo malo pero, como siempre ocurre, cuando algo se gana, algo se pierde por el camino.
La relación de tus dibujos y cómics con la música viene de muy atrás. Empezaste colaborando a finales de los 80 en las revistas ‘Heavy Rock’ y ‘Thrash Metal’. También, recuerdo, en los fanzines de Subterfuge.
Sí, incluso antes de dibujar cosas para la ‘Thrash Metal’ había colaborado haciendo una página de cómic y música para ‘Thrashock’, pionero fanzine metalero que llevaban mis amigos Antonio Pardo y Antonio Delgado, colaboradores de la ‘Heavy Rock’ y otras revistas heavies. Antes de eso yo hacía mis pinitos con mis propios fanzines, como ‘Paranoia’, donde siempre colaba algún tema relacionando música y cómics. Para Subterfuge dibujé algunas de sus primeras portadas y también hice alguna publicidad de bares o dibujos sueltos y cómics para su fanzine.
Has ilustrado bastantes portadas de discos.
La primera que hice fue un single para Subterfuge, su primera referencia. “Blood And R’n’R. The Subterfuge Compilation Vol. 1”. Salió en 1990 y, sorprendentemente, aún me gusta esa portada. A Carlos Galán se le ocurrió poner ese fondo rojo tan fuerte y quedó guay con todo ese gore. Éramos unos obsesos de lo sangriento. Luego colaboré para la portada de un single de Los Imposibles e hice la del primer LP que editó el sello, un compartido entre la banda de mis colegas de Blackmoon Fire y los Freezer Burn, una especie de superbanda malasañera con gente de Los Imposibles y The Pleasure Fuckers. El dibujo está lleno de moscas, que dibujaba obsesivamente durante esos años, y un feto en medio. Supongo que la idea era ser desagradable. También hice las portadas para las cintas que sacábamos Tocadiscos Humano y colaboré con la banda punk Mal Gusto para el diseño de su disco “Choque de ideas” (1994), editado por Potencial Hardcore.
De Humbert Humbert, el dúo que tenía con Paco Alcázar, hice “Snake Park” (2007) usando todo tipo de simbología esotérica y cosas masónicas por todos lados. Usé un estilo ligeramente diferente influenciado por los dibujos de Anders Nilsen. Luego hice las portadas de todo lo que hicimos Alta Cabeza y Hominidae, bandas que tuve después de Humbert Humbert, pero ninguna llegó a ver publicado un disco, así que son dibujos que quedaron para Bandcamp.
Lo último que hice fue el disco “Chupacabras” (2016), de la banda Munlet. Para la portada pude dibujar a una criatura entre maligna y simpática. Ina y Ana, de Munlet, siempre han cuidado mucho los diseños de sus discos. Otro de ellos, “Bicefalopedia” (2012), se lo encargaron a Paco Alcázar. Y su “Clínica de ruidos” (2007) tiene dibujos de David Sánchez.
Cuéntanos más sobre el dúo de post-punk electrónico que formaste con Paco Alcázar, Humbert Humbert, donde tocabas la guitarra.
A finales de los 90 yo me pasaba el día yendo y viniendo entre Madrid y Barcelona para visitar a Paco, que entonces vivía allí. Habíamos empezado a trastear con nuestros cuatro pistas a distancia y todo eso acabó siendo Humbert Humbert. Tocadiscos Humano no terminaba de volver a arrancar y él no estaba tocando con nadie en ese momento. Fue una de esas amistades surgidas del intercambio de cartas y cintas. La primera colaboración nuestra salió en el CD “Freak Sounds From Outer Space” (1999), editado por Subterfuge con motivo de la X Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, coordinado por Borja Crespo. Yo aún firmaba como Tocadiscos Humano y Paco como Los Súper-Asesinos.
También con Paco Alcázar creaste un fanzine o revista propia, ‘Recto’ (2002-2004), a la que más tarde se unió Miguel Brieva. El primer número incluía un CD de Humbert Humbert. ¿Qué recuerdos tienes de ese proyecto?
Fue una cosa muy guay, aunque también complicada de mantener. Paco y yo, y después Brieva, nos repartíamos las portadas y el grueso del contenido. En el primer número teníamos colaboraciones de otros dibujantes amigos. Supongo que las ventas no fueron bien, porque cada número salió editado por una editorial diferente (fueron tres números, editados por Under Cómic, Dobledosis y Astiberri).
Tu banda más reciente es Autouniverso.
Sí, desde 2016 he formado parte de Autouniverso, una banda de rock experimental instrumental con miembros de Psilicon Flesh, Vírgenes Adolescentes y de la actual banda de Javier Corcobado. Desgraciadamente lo he tenido que dejar aparcado por problemas para conciliar el resto de mi vida con mantenerme activo en el grupo.
Publicaste historietas en un sinfín de revistas, incluyendo algunas legendarias como ‘El Víbora’.
En ‘El Víbora’ estuve dos años, pero cuando me pasaron de dos páginas a una vi que la cosa bien no iba. Allí publiqué mi serie “Soy una chica”. Llegué a tener mis propios haters, que se molestaban en escribir cartas donde me llamaban de todo menos bonito.
También colaboraste en ‘Nosotros Somos Los Muertos’, la revista de cómic de vanguardia que fundó Max con Pere Joan.
En ‘Nosotros Somos Los Muertos’ pude probar muchas cosas, la revista estaba claramente abierta a la experimentación. Empecé con historias mudas de mi personaje Líder; de hecho, antes de que cambiaran de idea, esa era la serie que iba a hacer para ‘El Víbora’. Después dibujé un buen puñado de historias sobre temas morales y filosóficos, que es lo que salió recopilado en “El corazón de los árboles”, editado en 2009 por Polaqia. También pude publicar en la mítica revista francesa ‘Lapin’ y en el fanzine eslovaco ‘Stripburger’, entre otros.
En tus dos novelas gráficas “Heavy. 1986” y “Heavy. Los chicos están mal” –como el título de la canción de Topo– un grupo de adolescentes buscan su lugar en el mundo de los 80. Parece que quisiste rememorar tu adolescencia en Madrid y también aquella España de la postransición. ¿Hasta qué punto es autobiográfica esta serie?
La historia sucede en mi ambiente adolescente y está llena de experiencias propias, pero mezclándolas y trasladándolas a diferentes personajes.
¿Cómo ves aquel fenómeno ya lejano, el de las tribus urbanas juveniles? Tan centradas, obsesivamente a veces, en géneros del rock para generar una “identidad” colectiva. De hecho en el segundo libro de “Heavy” van saliendo a lo largo de la historia: además de heavies, también rockers, mods, skinheads, etc.
Creo que, en esos años, donde aún no sabíamos nada de globalización, ni estaba internet para darnos toneladas de opciones sin salir de casa, convirtiendo la calle y los bares en tu terreno natural, cuando en los 80 la autoridad hacía todavía uso de la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social –herencia del franquismo, parándote y cacheándote en la calle solo por estar sentado en un banco con tus colegas o por pillarte pidiendo unas pesetas a la salida del metro– y las diferencias generacionales con nuestros mayores eran bastante más abismales que actualmente, pertenecer a una tribu era casi una cuestión de supervivencia.
El mundo actual es muy diferente.
Ahora también existen estas zonas de confort. Supongo que no se basan tanto en una alianza musical, pero seguramente sigan teniendo diferencias de clase social. También había mucha gente que no formaba parte de una tribu o no era tan militante. De hecho, yo diría que la mayoría de la gente joven no se decantaba por un estilo en particular. Se llevaba mucho ir de normal. Era la mejor manera de no meterte en problemas.
Luego publicaste una especie de “spin-off terrorífico”, como tú mismo lo llamas, de “Heavy”, titulado “666”.
Sí, estuve rondando la idea de una tercera parte, pero también quería alejarme un poco del drama costumbrista y el formato slasher ochentero podía darme lo uno sin renunciar del todo a lo otro. “666” tiene bosques siniestros, sectas satánicas, criaturas, sacrificios y, de nuevo, alguna referencia musical. Toda la historia gira alrededor de uno de los personajes de “Heavy” que sale brevemente en el segundo tomo, “Los chicos están mal”, el Venom.
Uno de tus referentes principales en el cómic ha sido Max.
Max se convirtió en uno de mis dibujantes favoritos cuando sacó su “El Licantropunk” en 1987. Ya me gustaba “Peter Pank” (1984), pero ese tebeo tenía todo lo que yo necesitaba: terror, tribus urbanas y línea clara. Sigue siendo mi autor de referencia no solo por aquellas obras, sino también por haberse negado a quedarse estancado en ese estilo de historieta. Poder colaborar con ‘Nosotros Somos Los Muertos’ –o con sus proyectos de “Bardín” (1997-2006) o “Sònic Còmix” (2001)– fue un regalazo. Y contar siempre con su apoyo ha sido lo mejor que me ha pasado desde que empecé a publicar.
¿Qué otros maestros y maestras has tenido?
Gilbert Shelton también fue una gran influencia. De hecho, más de la que durante años imaginé. Julie Doucet siempre me gustó mucho y pude rotular algunos de sus tebeos, pero nunca intenté seguir sus pasos, así que en su caso fue más inspiración que influencia. Hace años me fijaba mucho en Yves Chaland o Serge Clerc, y aún aprendo cosas de Ulf K. o Vincent Sardon.
También has hecho bastante cómic infantil. Me gustaría preguntarte por las principales diferencias con hacer cómics para adultos, si las hay.
Para mí hay más cosas en común que diferencias. En ambos casos intento no planificar demasiado. También me gusta que, sea infantil o adulta, la historia esté llena de cosas, que no baje el ritmo.
¿Cuáles son tus proyectos actuales? He visto algo en tu blog sobre un cómic en proceso en el que revisas a Jekyll y Hyde, de Robert Louis Stevenson.
Sí, juego con la posibilidad de que Mr. Hyde no fuera del todo el malo de la historia. Es un cómic en blanco y negro. Lo editarán los chicos de Tebeox y será mi último cómic adulto en un tiempo. Para mí se ha vuelto inviable económicamente lo de hacer un cómic voluminoso –de 80, 100 o más páginas– y esa es la única opción que parece habernos dejado el mercado para los cómics adultos. Después de eso me centraré en lo infantil. Estoy acabando un nuevo cómic con Bela Lugosi y una niña de protagonistas, que editará Sally Books. Y de aquí a fin de año Mamut Cómics sacará “Niña Gigante”, otro cómic infantil de aventuras. También quiero ver la posibilidad de autoeditar algunos fanzines con historietas más experimentales.
¿Dónde te ves en el panorama del cómic actual?
Ni idea. Hago mis cómics sin pensar dónde me van a colocar respecto al resto.
Cita, según tu criterio, tres obras maestras del cómic y de la música que creas que perdurarán en el tiempo.
No creo mucho en esto de las obras maestras, pero puedo nombrarte cómics y discos que me parecen muy especiales y que, posiblemente, no sean muy recordados dentro de un siglo. O sí, quién sabe. Cómic: “Eden” (2011), de Kioskerman, o lo que es lo mismo, Pablo Holmberg. Creo que este cómic, en el que tuve la suerte de meter la cabeza con una página, es de una pureza emocional tremebunda. “El sueño 100.000 de Philbert Desanex” (1993), de Gilbert Shelton. Sigo flipando cada vez que leo este pequeño cómic. Todo un viaje. Y el dibujo me da mucho gustico. “Billy Avellanas” (2006), de Tony Millonaire. Como un primo lejano de “Alicia en el País de las Maravillas” (1865), de Lewis Carroll, e “Israel Potter” (1855), de Herman Melville. Único en su especie.
En cuanto a los discos: “Contact”, de Silver Apples. Año 1969. Podía haber elegido su primer disco, pero en este sale “A Pox On You”. Techno antes del techno. Música disco antes de la música disco. “Requiem. Live At Roadburn 2019”, de Triptykon. Metal oscuro de narices con voces espectrales y arreglos orquestales. Proyecto especialísimo de Tom G. Warrior, que ya lo andaba rumiando en tiempos de Celtic Frost. Se me pone la piel de gallina cuando lo escucho. “Tron”, de Wendy Carlos. Año 1982. Si sacamos los dos temas de Journey –que me encantan pero rompen la magia del resto del disco–, nos queda una cosa fantabulosa de narices, hecho con maquinitas y un dramatismo futurista que me deja loco. ∎
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