Algo huele a podrido en Escandinavia. No, de verdad. ¿Qué le pasa a esta gente? ¿En qué momento los cuerpos desmembrados, las historias de nazis chalados y las psicopatías más extremas se convirtieron en lectura de sobremesa, en entretenimiento para los ratos muertos de andén y vagón de metro? Defiende Joyce Carol Oates que, a la hora de escribir, no sería realista separar la vida de la violencia, pero esto ya es demasiado. ¿O no? “Si nos creyéramos todo lo que leemos en la novela negra escandinava nadie se acercaría por ahí”, bromeaba hace poco David Peace, autor del cuarteto “Red Riding” y un tipo que, francamente, no parece demasiado impresionable.
“Cuando vi la película me quedé fascinado. Era espantoso: habla de violaciones, incesto, nazis. Y eso es lo que lee la gente en el metro”, recordaba hace años el escritor y traductor Javier Calvo. La película en cuestión no era otra que la adaptación de 2009 de “Los hombres que no amaban a las mujeres” (2005; Destino, 2008), primera novela de la trilogía “Millennium” de Stieg Larsson y kilómetro cero de un boom nórdico que dejó las estanterías de las librerías hechas literalmente un asco. Porque si es verdad que las sociedades más ejemplares producen las pesadillas más escandalosas, ahí estaban países como Suecia, Noruega, Islandia y Dinamarca bien dispuestos a atiborrar el mercado de crímenes grotescos, retratos escorzados de comunidades supuestamente idílicas y, en fin, casquería a tutiplén. La lista, tomen aire, es larga y suma más consonantes que un remoto villorrio galés. A saber: Anne Holt, Mari Jungstedt, Camila Läckberg, Anders Roslund y Börge Hellström, Åsa Larsson, Karin Fossum, Jussi Adler-Olsen, Arnaldur Indriðason, Johan Theorin... Y todo, claro, por culpa del malogrado Stieg Larsson, que murió en 2004 sin llegar a ver la que había liado. “Desde entonces, todos los editores comenzaron a buscar un sueco o un nórdico para poner en el catálogo. Si además tenía una trilogía, miel sobre hojuelas. Comenzó a hablarse de la invasión nórdica o de la avalancha sueca”, escribe el librero Paco Camarasa, impulsor del certamen BCNegra, en su libro “Sangre en los estantes” (Destino, 2006). El “entonces” de la frase se refería a finales de 2007 y principios de 2008, que fue cuando empezó a publicarse en España la saga “Millennium”. Solo un año después, en 2009, la trilogía ya había despachado 2,7 millones de ejemplares en España y, ancha es Castilla, las librerías se abrieron de par en par al crimen que llegó del frío.
Ahora, más de diez años después de aquello, las cosas se han calmado, la novela negra se ha diversificado geográficamente y, pese a que los nórdicos siguen cargando con su fama de sádicos y retorcidos, el cambio de década ha propiciado un interesante giro de guion. Podríamos hablar de la brutal saga histórica de Niklas Natt och Dag sobre el Estocolmo de finales del siglo XVIII, iniciada con “1793” (2017, Salamandra, 2020) o de la intriga hogareña de Mattias Edvardsson y su “Una familia normal” (2018; Salamandra, 2021), pero si hay una novela que le ha cambiado la cara al noir norteño esa es “El reino” (2020; Reservoir Books, 2021), el último título de Jo Nesbø. En ella, el autor noruego nacido en Oslo en 1960 vuelve a dejar al problemático y malcarado Harry Hole en el banquillo y marca distancias con los clichés de la novela negra para sumergirse en un claustrofóbico thriller rural y familiar de resonancias bíblicas; una suerte de revisión del mito fundacional de Caín y Abel con proyecto urbanístico de fondo con la que Nesbø se arrima al gótico sureño de escritores como Donald Ray Pollock o Chris Offutt.
En realidad, tiene todo el sentido del mundo que haya sido él, cabecilla del grupo de rock Di Derre, promesa del fútbol en sus años mozos y antiguo agente de bolsa, el que le haya empezado a cambiar la cara al género. Ahí está, por ejemplo, su asombrosa y ultraviolenta revisión de “Macbeth” (2018; Lumen, 2018), un auténtico festín de policías, moteros, camellos, políticos y gánsteres, para confirmar que el noruego siempre ha hecho buenas migas con la tragedia y el drama. “La tragedia ha formado parte siempre de mi narrativa”, reconocía el propio Nesbø durante la presentación de “El reino”, novela que, en cierto modo, viene a culminar un camino alternativo a la docena de títulos de la serie Harry Hole; un desvío que le ha permitido airear su pasión por Jim Thompson y Knut Hamsun y, al mismo tiempo, seguir explorando con novelas como “Headhunters” (2008; RBA, 2012), “El heredero” (2014; Reservoir Books, 2018) o “Sol de sangre” (2015; Reservoir Books, 2020) las posibilidades de un género íntimamente ligado a la actualidad política y social. “En los 70, la novela negra hablaba de crítica política. Creo que la gente vio en la novela negra un vehículo para contar cómo funciona el sistema para el individuo y que eso captó muchos talentos que la usaron para narrar. Por eso hay tantos escritores en Escandinavia”, explicaba Nesbø.
De esa tradición y del legado de pioneros como Maj Sjöwall y Per Wahlöö sigue alimentándose un atípico superventas que suma traducciones por decenas y que aterrizó tarde en España: su primera novela, “El murciélago”, vio la luz en 1997 (no se publicó en castellano hasta 2015), pero aquí hubo que esperar hasta 2008 para leer “Petirrojo” (2000), tercera entrega de la serie Hole y novela que, en cierto modo, nace de la misma herida que “El reino”. De hecho, si ahora es la relación con su hermano menor, fallecido hace seis años víctima de cáncer, lo que ha ayudado a engrasar tan complejo bufet libre de envidias, rencores, crímenes y codicias extremas, “Petirrojo” nació fruto de la necesidad de purgar la conmoción que le supuso enterarse de que su padre pasó tres años en la cárcel por combatir junto a los nazis. “Mira, hijo –le dijo a Nesbø su padre–, yo era un demócrata de pura cepa, pero, por entonces, solo había dos bandos, los soviéticos y los alemanes, porque Inglaterra y Francia estaban arruinadas y Estados Unidos se encontraba muy lejos. Y resulta que yo temía más a Stalin y culturalmente mantenía más vínculos con Alemania. Ahora es fácil ver que me equivoqué, pero, bueno, pagué mi precio”. Se entiende así que el noruego haya acabado creando a un personaje sacudido por conflictos internos y en lucha permanente con su propia noción del bien y el mal y que, con los años, la lectura moral de sus novelas haya empezado a ganarle terreno a los espasmos de violencia y unos clichés cada vez más difuminados. Como muestra, “El reino”, un canto a la fatalidad y a las tragedias que acaban peor que mal. O, atendiendo a los estándares del género, mejor que bien. ∎
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