“La escena de Londres estaba llena de hedonismo. La gente dice ahora que fue una época en la que teníamos todas esas ideas sobre la paz y el amor, pero también había anarquía. Los Floyd nos alimentaban de eso. Eran como la personificación de nuestra conciencia local”. Ese anarquismo al que en su declaración se refiere Jenny Fabian, la que fuera coautora del
roman à clef “Groupie” (1969), se entiende solo desde la perspectiva de los primeros conciertos del grupo, henchidos de improvisación, y del atormentado devenir de su entonces máximo activo creador, Syd Barrett (1946-2006). Precisamente el primer álbum de
Pink Floyd, “The Piper At The Gates Of Dawn” (1967), consistió en depurar esa acracia formal, que no vital, salvo en lo referente a Barrett, con un proceso mediante el que el productor Norman Smith, de alguna manera, contribuyó a alienar aún más a este. En el libro
“The Piper At The Gates Of Dawn” (2003; en España, 2013),
John Cavanagh, locutor escocés de la BBC, explora ese período, no solo de Pink Floyd, sino del Londres
underground, de forma amena y descriptiva, reforzando la narración con testimonios de numerosas voces de personajes próximos a la banda, aportaciones que constituyen uno de los principales méritos de este tomo cuyo único inconveniente es no trascender la “intocabilidad” histórica en la que Barrett reposa.
También psicológicamente dañado, y asimismo mimado por la autora de su correspondiente volumen,
Nick Drake (1948-1974) es otro de los escogidos para participar en esta nueva tanda de traducciones de la colección 33 1/3, dedicada a estudiar aquellos álbumes que han hecho historia en el rock. No es que “Pink Moon” (1972) la hiciera exactamente en vida del autor, lo cual carecería de importancia si no fuera porque
Amanda Petrusich, periodista musical asentada en Nueva York, dedica un tercio de su libro
“Pink Moon” (2007; en España, 2013) a detallar la “justicia histórica” devengada a Drake por el hecho de que la canción homónima de su tercer y último álbum pusiera fondo en el año 2000 a un anuncio de Volkswagen. Esta copiosa digresión que parece de relleno, tan innecesaria como las numerosas citas de músicos actuales intercaladas entre capítulos, resta puntos a un trabajo realizado con mentalidad y formas de becaria que idealiza en lugar de analizar y que, por ese prurito de fan, construye una apreciación posmoderna donde se dilapidan demasiadas líneas adobando el martirologio del artista incomprendido o intentando dilucidar si la muerte de Drake fue un suicidio y de qué modo eso quedaba presagiado en “Pink Moon”.
Cierra este triplete británico
Andy Miller con
“The Kinks Are The Village Grren Preservation Society” (2003; en España, 2013), un tomo, quizá el más sólido del lote, dedicado al sexto álbum de
The Kinks, el último que grabó la formación original, del que el próximo noviembre se cumplirán cuatro décadas y media. Dotado como el de Pink Floyd de un prólogo especial para la edición española, sus páginas son arteramente utilizadas por Miller, escritor londinense, para subrayar las peculiaridades que hacían de Ray Davies y los suyos un punto y aparte en el censo pop de aquella era, certeza amplificada por la aparición de “The Kinks Are The Village Green Preservation Society” (1968), álbum que, a contrapelo, anticipaba el formato conceptual celebrando, y añorando, las viejas tradiciones británicas. Con estilo ágil, que busca y encuentra explicaciones, bien documentado a falta de entrevistas de primera mano con protagonistas o allegados, el autor desenreda las circunstancias que rodearon la gestación de un álbum con el que la banda acalló a aquellos que venían acusándola de repetir fórmula y esquemas, remitiendo episódicamente las tensiones internas que enfrentaban a Davies con sus compañeros. ∎