Jonathan Coe (Birmingham, 1961) se aleja de la Inglaterra que ha descrito y socavado en obras como “¡Menudo reparto!” (1994), “El Círculo Cerrado” (2004) o “El corazón de Inglaterra” (2018) para celebrar tanto el cine como la personalidad de Billy Wilder (1906-2002) a través de un relato de ficción y no ficción, una historia con base documental en la que un personaje imaginario, Calista Frangopoulou, se convierte en protagonista de excepción del rodaje de “Fedora” (1978), la penúltima película de Wilder, rodada en la isla griega de Lefkada, París y Múnich, y del cambio de los tiempos para los viejos cineastas de la edad de oro de Hollywood: Wilder hizo “Fedora” en Europa, y con capital básicamente alemán, porque ningún estudio hollywoodiense quiso financiarla.
Al inicio de la novela, que va y viene en el tiempo y por distintos escenarios, la Calista actual, compositora de bandas sonoras en horas bajas, sigue trabajando en una pequeña suite para orquesta de cámara titulada “Billy”. “Todo me recuerda siempre una película, no lo puedo evitar”, comenta en las primeras páginas. Pero “El señor Wilder y yo” (Mr Wilder And Me”, 2020; Anagrama, 2022) no es una novela cinéfila: está lejos de la complacencia nostálgica que, generalmente, encierra este concepto. Es tanto una reflexión sobre aquel tiempo, aquel cine, como un relato de aprendizaje y madurez. Resultan tan importantes en este recorrido, escrito con la enorme fluidez de Coe –el pasaje en el que relata la improvisada comida de Calista y Wilder en una granja francesa, sentados a una mesa en la que les sirven distintos tipos de queso Brie, es una auténtica maravilla–, las acotaciones sobre lo que ocurría en el cine estadounidense a mediados de los años 70 como los procesos personales de Calista, primero como advenediza convertida en intérprete de Wilder y su guionista I. A. L. Diamond, después como madre de una adolescente con problemas.
Se nota que Coe admira la obra de Wilder, al que describe en la intimidad –el largo episodio de su estancia en París y Londres durante el período de entre guerras y la segunda contienda mundial estructurado en forma de guion cinematográfico– y en su forma de trabajar: abundan en la novela las descripciones sobre los famosos “guiones de hierro” de Wilder y Diamond, el guion como “texto sagrado”, la obsesión de ambos por que los intérpretes dijeran puntillosamente los diálogos tal y como habían sido escritos, lo que le acarrea no pocos problemas a Marthe Keller, la protagonista de “Fedora”. Keller era entonces novia de Al Pacino, lo que le da pie a Coe para realizar un relato –en el fondo un pertinente análisis cinematográfico– sobre el cambio generacional en Hollywood.
No hay acritud, pero sí tristeza, en las referencias a Spielberg, uno de los de “la panda de la barba”, como llama Wilder a Scorsese, Coppola y compañía. Tras el éxito de “Tiburón” (1975), Wilder exclama: “Yo fui Steven Spielberg… hace tiempo”. En una paradoja final, Coe cuenta cómo el director de “El apartamento” (1960) quiso adaptar “La lista de Schindler” y reconoció después que la película dirigida por Spielberg en 1993 era una de las más importantes del cine norteamericano. En manos de Coe, Wilder no pierde ni un ápice de su mordacidad, como en la descripción de Pacino, alguien que, en uno de los mejores restaurantes de Múnich, después de que Wilder pida platos locales y el resto de los comensales lo secunde, prefiere comer una hamburguesa con queso, patatas fritas y ensalada de repollo.
“El señor Wilder y yo” discurre a partir de anécdotas reales y documentadas en los libros sobre el cineasta, reconstruidas mediante la fabulación del personaje inventado de Calista. El proceso es parecido al de “El padre de Frankenstein” (1995), la novela en la que Christopher Bram fantaseó sobre los últimos días del director James Whale, llevada al cine en “Dioses y monstruos” (Bill Condon, 1998). De este modo, Coe tiene licencia para evocar historias relacionadas con “La vida privada de Sherlock Holmes” (1970), una cena con el compositor Miklós Rózsa, el filme que Wilder llevó a cabo en Londres montando imágenes documentales de los campos de concentración alemanes –“Death Mills” (1945)– o la jocosa reflexión de Wilder y Diamond sobre uno de sus grandes logros, “Con faldas y a lo loco” (1959). “Es una obra maestra de la comedia americana”, les dice un efusivo fan. “Adaptada de una película alemana, adaptada a su vez de una película francesa, ¡y escrita por un austriaco y un rumano!”, comenta sarcástico Wilder.
En “Fedora”, a través del personaje de William Holden, un productor afectado por el suicidio de una vieja estrella de Hollywood, Wilder habló de su propio ocaso. Paralelamente, el rodaje de “Fedora” supone para Calista el fin de la inocencia. Coe une a sus dos personajes, el real y el imaginado: “Lo que teníamos que ofrecer ya no lo quería nadie”, una frase que corresponde por igual al fracaso de “Fedora” que a la inconclusa pieza de Calista inspirada en Wilder. ∎
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