Jorge Martí, líder del grupo español La Habitación Roja. Foto: G. González
Jorge Martí, líder del grupo español La Habitación Roja. Foto: G. González

Entrevista

Jorge Martí: “Escribir canciones es vital para la memoria, intento ser cronista de mi tiempo”

El líder de La Habitación Roja divide su vida en dos escenarios: el de cantante y músico en España con una extensa trayectoria y el de enfermero en Noruega, donde vive con su mujer y sus hijas. De su contacto constante con la enfermedad, la demencia y el alzheimer se desprende el anhelo por hacer que los recuerdos perduren en forma de canciones. Ahora, lo hace también a través de su nuevo libro, la autobiografía “Canción de amor definitiva”.

09. 03. 2022

Más de 3400 kilómetros por carretera, trayecto en ferri incluido, separan Valencia de Molde, municipio costero de Noruega de unos 32.000 habitantes rodeado de montañas, donde puede disfrutarse del paisaje de los fiordos y los inviernos son una postal nevada, muy diferentes a los del Levante español. Jorge Martí Aguas (L’Eliana, 1972), líder de la banda de indie rock La Habitación Roja, emprendió ese viaje en coche en 2005, un punto de inflexión en el que fijó su residencia en la ciudad noruega mientras tenía que mantener desde la distancia su proyecto musical, que ya contaba con una andadura de más de diez años y comenzaba a despegar.

Fue el momento en que su vida quedaría definitivamente dividida en dos: la cara A, artista de éxito reconocido en España que vive la adrenalina del escenario; la cara B, extranjero anónimo en Noruega que trabaja de enfermero en un centro para pacientes con alzheimer y demencia, para poder también hacer frente a los gastos derivados de la enfermedad de su mujer, encefalomielitis miálgica, más conocida como síndrome de fatiga crónica.

Una dualidad, música y enfermedad, España y Noruega, que permea en sus canciones y que ahora expone a corazón abierto en su libro “Canción de amor definitiva” (Plaza & Janés, 2022). En esta autobiografía cruda y emocionante, escrita en primera persona, el cantante realiza un recorrido sincero por el plano musical –con el nacimiento y consolidación de una de las bandas más importantes del indie español– y, sobre todo, por el personal, en el que los lectores pueden encontrar mucho de su propia vida. Acompañamos al músico, sanitario, marido, padre y amigo para constatar que la vida es mucho más que lo que pasa en un escenario.

¿Cómo cambian las sensaciones entre crear canciones y culminar una autobiografía?

Escribir un libro es como escribir una canción gigante. Siento inquietud sobre lo que puedan pensar, pero las reacciones están siendo muy emocionantes.

Cuando en 2018 me hicieron el documental “En medio de la nada (In The Middle Of Norway)”, me di cuenta de que la historia era potente. Hasta que no paras, echas la vista atrás y haces balance no eres consciente de todo lo que has vivido. Me sentía cada vez más cómodo haciendo ese ejercicio de introspección y me atrevía a escribir sobre cosas que me daban pudor y me creaban dolor, gracias también a mi editora, con quien he tenido una relación muy bonita, casi epistolar.

Jorge repasa el setlist de uno de sus conciertos en 2017.  Fotografía cedida por Jorge Martí.
Jorge repasa el setlist de uno de sus conciertos en 2017. Fotografía cedida por Jorge Martí.

¿Es un libro solo para los seguidores de La Habitación Roja?

Para nada, yo quería que el libro funcionara también en otro plano, que la gente lo leyera y pensara en su primer amor, su primer grupo favorito, su primer concierto, sus primeras salidas nocturnas, y que eso removiera. Tuve la suerte de que David Trueba leyó partes del libro y me aconsejó que no entrara tan en detalle en algunas cosas del grupo y jugara con las elipsis. Trueba es un tío que todo el mundo piensa que es muy guay; pues es verdad.

Al final de todo esto, resulta que casi me encuentro más cómodo escribiendo sobre mi vida personal que sobre la música, pero, en realidad, en el libro se entremezclan ambas; la música es la vida y la vida es la música.

El cantante acaba de publicar su autobiografía, “Canción de amor definitiva”. Foto: G. González
El cantante acaba de publicar su autobiografía, “Canción de amor definitiva”. Foto: G. González

Tiene que ser así para alguien que lleva en la industria más de 27 años, pero se os ha cuestionado a veces el éxito. Por ejemplo, en el libro relatas la anécdota sobre vuestra participación en el festival BBK de Bilbao en 2012, cuando os recuerdan que tenéis que demostrar vuestra valía. Tú exclamas: “Por el amor de dios, estamos en nuestro octavo disco, ¿hasta cuándo vamos a tener que estar demostrando?”.

Siempre decimos que somos el grupo conocido más desconocido del mundo. En mi época de enfermero en Noruega yo nunca le decía a nadie que tenía un grupo, no quería un contrato fijo y hacía sustituciones cuando lo necesitaba. Pero una compañera estuvo en Gran Canaria y le preguntó a un par de taxistas si conocían a un grupo español que se llama La Habitación Roja; le dijeron que no. Si un par de taxistas canarios nos conocieran no tendría que hacer sustituciones como enfermero en Noruega.

“Da igual que un día hicieras un conciertazo; si llegas y palmas, eso es lo que queda”

¿Cuánta precariedad hay en la música independiente?

Nosotros somos unos privilegiados porque hemos vivido para la música y nos ha devuelto mucho del esfuerzo que le hemos dado; lo hemos hecho a salto de mata, pero tirando de ella. Pero hay mucha precariedad y parece que en la música el legado no importa: da igual que un día hicieras un conciertazo; si llegas y palmas, eso es lo que queda. Por eso me frustraba preguntarme “¿cuánto más hay que demostrar, si llevamos toda la vida haciéndolo?”.

Además, todo es muy caro y entras en un círculo vicioso en el que todo lo que va alrededor de las canciones genera negocio, pero tú eres el único que tarda en ver ese rédito. Pasas temporadas sin tocar y sin estar dado de alta como autónomo, te haces mayor y piensas, “joder, he cotizado muy poco”. Es una inseguridad muy grande.

Ese día de 1995 les dijeron que habían ganado el certamen Circuit Rock. Fotografía cedida por Jorge Martí
Ese día de 1995 les dijeron que habían ganado el certamen Circuit Rock. Fotografía cedida por Jorge Martí

Al final, has priorizado el camino de la música, pero hubo un momento en tu vida en que tenías tres caminos ante ti: en la Barcelona posterior a los Juegos Olímpicos, estabas estudiando enfermería, empezando a formar una banda de música y recibiendo la noticia de que tenías una dolencia que seguramente te impediría jugar el fútbol semiprofesional, al que te estabas dedicando. ¿Qué sentía el Jorge de ese momento?

Tenía una sensación de vértigo porque muchos de estos caminos eran antagonistas, sabía que en algún momento tendría que elegir. El deporte estaba muy reñido con la música, más ligada a la noche y a tocar los fines de semana; cuando era futbolista entrenaba todos los días y costaba compaginarlo. Los primeros conciertos que hice antes de La Habitación Roja con José (Marco, batería del grupo) los encajábamos cuando no había partido.

Entonces tuve una lesión que me dijeron que era degenerativa y me dieron la baja; fue un desengaño de los que te ponen en tu sitio. El libro es en cierta manera así, un viaje desde la emoción, en el que hay un Jorge vulnerable que se ilusiona mucho y que luego tropieza con la vida real.

LHR en el Low Festival de Benidorm en 2016. Fotografía cedida por Jorge Martí.
LHR en el Low Festival de Benidorm en 2016. Fotografía cedida por Jorge Martí.

Lo que sí conseguiste compatibilizar con la música fue tu vocación sanitaria. ¿De dónde te nace?

Desde pequeño quise estudiar Medicina, al final hice Enfermería y un máster de Medicina Tropical, e iba a conferencias de Médicos Sin Fronteras. Me gustaba la idea de darme a los demás, de poder ayudar; también de poder viajar y conocer otras culturas.

Es un gran punto de conexión con mi mujer, Ingrid, que ha viajado muchísimo y estudiaba aspectos sociales relacionados con ciencia y tecnología; por ejemplo, la parte sociológica de la implementación de la energía eólica. En Noruega siempre han sido más avanzados con el nivel tecnológico porque miran a largo plazo. El estado de bienestar de allí ayuda: se pueden implementar políticas de reciclaje cuando la gente tiene curro, no hay paro y existe una clase media establecida.

 Ingrid y Jorge se conocieron durante el Erasmus que él estudió en Noruega. Fotografía cedida por Jorge Martí
Ingrid y Jorge se conocieron durante el Erasmus que él estudió en Noruega. Fotografía cedida por Jorge Martí

No es la única diferencia de España con el país nórdico, de donde es ella y donde te mudaste definitivamente en 2005.

En Noruega son muy estrictos con las normas, eso te da sensación de seguridad pero también te impone como una obligatoriedad ser muy cívico. Intentas que nadie te saque los colores. He sido extranjero y he sentido esa desconfianza hacia el que habla la lengua regular y tiene otras costumbres y otro aspecto. Sobre todo trabajando con gente mayor y enferma he tratado con personas que rozaban el racismo y tenían una actitud de recelo. Obviamente, es algo que también pasa en España, pero allí he sido a veces el foco.

Jorge quita la nieve tras una nevada en Molde, el mismo año en que le vitorea el público del Low Festival de Benidorm. Fotografía cedida por Jorge Martí.
Jorge quita la nieve tras una nevada en Molde, el mismo año en que le vitorea el público del Low Festival de Benidorm. Fotografía cedida por Jorge Martí.

Cuando años más tarde le diagnostican a Ingrid encefalomielitis miálgica, en algún momento pensaste “¿me formo más para investigar?”.

Claro, he pasado muchas noches leyendo artículos, he ido a jornadas, estuve a punto de asistir a un congreso internacional sobre el síndrome de fatiga crónica e incluso ayudé a promocionar en España el documental sobre esta enfermedad “Unrest” (2017), que ganó un premio en el Festival de Cine de Sundance. Cuando tienes un familiar enfermo te conviertes en activista.

Durante sus primeras prácticas como enfermero en el hospital de Molde en 1996, durante su Erasmus. Fotografía cedida por Jorge Martí
Durante sus primeras prácticas como enfermero en el hospital de Molde en 1996, durante su Erasmus. Fotografía cedida por Jorge Martí

Para sufragar los gastos de la enfermedad, dejaste en un segundo plano tu cara A para ser enfermero en un centro de pacientes de alzheimer y demencia en Noruega. ¿Estaba la música presente?

Los pacientes con este tipo de patologías necesitan un ambiente tranquilo y acogedor con una serie de estímulos concretos para que el deterioro se frene. Cuando me contrataron en ese centro dije que era músico y les pareció muy bien. Cogía la guitarra y les tocaba canciones de los Beatles. Había un piano en cada estancia, tenían otros instrumentos, y juntaban a todos los pacientes y venía gente a crear música. Era emocionante.

¿Crees que la música es terapéutica?

Tuve una paciente que tenía demencia frontotemporal, una afección bastante severa. Les deja como ensimismados, no pueden hacer casi nada por su propio pie y los tienes que ayudar hasta a comer, pero a ella la sentaba delante del piano y se creaba una situación de película: me miraba, sonreía y tocaba perfectamente una canción de música clásica, siempre la misma. También lo veía en gente que conectaba con su infancia al escuchar ciertas canciones. Las conexiones del cerebro con la música son increíbles.

El cantante y escritor recuerda cómo tocaba el piano una de sus pacientes con demencia. Fotografía: G. Gonzálezz.
El cantante y escritor recuerda cómo tocaba el piano una de sus pacientes con demencia. Fotografía: G. Gonzálezz.

Viviendo tan de cerca todo esto, ¿te da miedo olvidar?

Este tema de la memoria me dejó una impronta muy grande y me influyó en la música. Todo lo que vas viviendo cala, a veces no es inmediato, pero tarde o temprano te cambia. En el documental “20.000 días en la Tierra” (2014), de Nick Cave, hay una escena como de psicoanálisis en la que el artista comenta que una de las cosas que más miedo le da es perder la memoria.

En nuestro disco “Memoria” (Mushroom Pillow, 2018) hay una canción que se llama “¿Quién eres tú?”, que habla de esta pérdida. Yo pensaba en la memoria musical, porque la música tiene ese poder evocador de teletransportarte, traer recuerdos del pasado, proyectar el futuro. La música es muy poderosa.

“Cuando trabajas de enfermero afrontas de frente la decadencia de la vida. Me provocaba ganas de hacer canciones y atrapar momentos para fijarlos en el tiempo”

¿Qué otra parte de tu cara B como sanitario ha calado en tus canciones?

Cuando trabajas de enfermero haces un ejercicio de observación y reflexión continuo. Afrontas de frente la decadencia de la vida y te hace reflexionar sobre tus propias experiencias. Veía a una señora noruega mayor y pensaba en mi mujer, en sus fotos de juventud, en cómo será cuando tenga esa edad y en dónde estaré yo. Era un golpe de realidad pensar que esa señora fue tan joven como nosotros, se enamoró, tuvo hijos, ilusiones, y ahora todos esos recuerdos son fotos y se desvanecen. Me provocaba ganas de hacer canciones y atrapar momentos para fijarlos en el tiempo.

¿Crees que la música puede conseguir esa atemporalidad?

Siempre ha sido mi anhelo. Una de las cosas que me encantan de la música es que aspira a sobrevivir al paso del tiempo, por encima de la vida del creador. Me gustan los grupos que hacen canciones imperecederas y que a alguien con 15 años le llegue una canción que tú escribiste en su momento, como ha pasado con “Indestructibles”; pasó a otro plano, se nos independizó y ahora vive varias vidas. Por eso creo que escribir canciones es tan importante para la memoria. Intento ser cronista de mi tiempo, de las cosas que vivo y que me rodean; eso es lo que nutre mis canciones.

Ahora he empezado a escribir temas desde el punto de vista de mis hijas, como “1986”, “15 años” o “El espíritu adolescente”. Creo que son canciones potentes porque es muy intenso el ejercicio de observar la vida desde los ojos de alguien más joven y recordar tu propia experiencia como adolescente, esa época de indefinición en que te abres a la vida adulta.

Jorge e Ingrid con sus hijas, Érika y Frida, en la cabaña de sus suegros en 2011. Fotografía cedida por Jorge Martí.
Jorge e Ingrid con sus hijas, Érika y Frida, en la cabaña de sus suegros en 2011. Fotografía cedida por Jorge Martí.

En un concierto en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, en julio de 2019, tus hijas se subieron contigo al escenario. ¿Cómo lo vives con ellas?

Mi padre fue futbolista profesional y luego profesor en la facultad de Ciencias Físicas del Deporte; toda su vida estuvo ligada al deporte. A mí me llevaba a partidos, era su forma de conectar conmigo compartiendo su pasión. José, Marc (Greenwood, bajista de La Habitación Roja) y yo tenemos hijos y nos gusta llevarlos a los conciertos; es importante que sepan a lo que nos dedicamos y no lo vean como algo abstracto.

Volvemos a la memoria, porque tengo la obsesión por fijar momentos de su infancia y su juventud y que el día de mañana recuerden, esto es lo que hacía papá y allí estuvimos con él.

Jorge con su mujer y sus hijas en el FIB 2016. En su libro cuenta que fue la última vez que Ingrid fue a verlo tocar. Fotografía cedida por Jorge Martí
Jorge con su mujer y sus hijas en el FIB 2016. En su libro cuenta que fue la última vez que Ingrid fue a verlo tocar. Fotografía cedida por Jorge Martí

Entonces, ¿es en parte esta autobiografía un legado?

Seguro. Hay una cita de James Salter al principio del libro que dice: “Todo lo que no está escrito desaparece. (...) Los animales mueren, la casa se vende, los hijos son mayores, incluso la propia pareja se ha desvanecido, y aun así queda el poema”. Yo quiero que quede el poema. Que, si algo me mueve en la música o escribiendo este libro, perdure. Me han dicho que he tenido una vida extraordinariamente normal, y yo añado que me gustaría normalizar lo extraordinario y hacer lo extraordinario normal. Se puede conseguir a través de la música y de la escritura, porque las cosas que no se cuentan, que no se graban, no quedan fijadas en la memoria.

“Si no lo canto ahora, desaparecerá / Canta mi poema, vuelve a recordar”, versa la canción "Años luz". Foto: G. González
“Si no lo canto ahora, desaparecerá / Canta mi poema, vuelve a recordar”, versa la canción "Años luz". Foto: G. González

Bonus track

Jorge Martí nos atendió en Madrid y, antes de que cogiera un taxi en el centro y le pidiera que lo llevara tan lejos, como canta en “Taxi a Venus”, le pedimos que le pusiera banda sonora de LHR a la geografía de su vida, esa que ha transcurrido viajando entre Valencia y Noruega, y que tuvo paradas importantes en Barcelona y Madrid.

Para Valencia eligió “El día internacional de los amantes”, una mirada a la ciudad desde Noruega, que espera permanezca en la memoria como un poema. A Molde le dedicó “Norge”, precisamente la palabra noruega para nombrar al país. Barcelona, que le dejó impresionado desde la primera vez que la pisó y donde estudió el primer curso de Enfermería, le inspira “La noche se vuelve a encender”, porque “en esta ciudad junto al mar / cualquier cosa puede pasar”. A Madrid ya le dedicó la canción homónima, un himno a la calle Quiñones y al templo madrileño del indie rock Moloko: “Hablo de lo pequeña que es Madrid, porque para los que venimos de fuera siempre se concentra en Gran Vía, Malasaña, Chueca y La Latina”.

Como en sus canciones, el líder de La Habitación Roja recorre en su autobiografía los lugares, momentos y experiencias que le han hecho ser quién es, desde retirar nieve en su casa y la de sus suegros a cantar y que sus fans coreen con él los éxitos de su grupo. Todo un camino de largos viajes y memorias que le permite, ahora, tratar de escribir la canción de amor definitiva. ∎

La vida, como un disco, tiene dos caras

JORGE MARTÍ
“Canción de amor definitiva”
(Plaza & Janés, 2022)

La ilustradora Carla Fuentes pone un gran peso visual en los ojos de sus retratos. Crea miradas hipnóticas e incisivas que persiguen, que analizan y parecen hacerse preguntas. Remarca la voz en la mirada. En el dibujo que ilustra la portada de “Canción de amor definitiva”, la artista valenciana –como el cantante– da un brochazo rojo sobre los ojos de Jorge Martí y nos obliga a mirar. Y eso es lo que vamos a hacer a través de esta autobiografía: mirar a la vida a través del cantante de La Habitación Roja.

Durante algo más de 400 páginas (el escritor reconoce que su editora tuvo que meter bastante tijera), Martí hace un recorrido en primerísima persona por los hitos que han marcado su vida, desgranando un contexto personal y también circunstancial. La Valencia de los años 80, un epicentro musical en el que se fraguó La Habitación Roja, y la evolución de la industria de la música a través de los personajes que la pueblan nos permiten conocer las aventuras y desventuras de un grupo referencia en la escena indie en España, cuando aún ni se sabía muy bien qué era eso.

Pero, además de una parte musical indisoluble, presente desde las primeras páginas en las que un QR nos regala la lista musical de Jorge que va referenciando durante el libro hasta las menciones en los títulos de los capítulos a sus canciones, lo que realmente queda tras la lectura es la historia de una persona que ha vivido a través del amor y de la sinceridad.

Si hubo pudor a la hora de escribirlo, Martí lo deja a un lado para abrirse a la página en blanco: las primeras vivencias sexuales, los primeros amores y frustraciones de la juventud, las dudas sobre qué hacer con su vida, los inicios musicales y, como una luz que desde entonces lo envuelve todo, el hito en mayúsculas, conocer al amor de su vida, Ingrid, en Noruega.

Después, se desencadena la verdadera adrenalina, los viajes, los conciertos, la pasión, sus hijas. Y, como en toda historia, un reverso más difícil del que cuesta tirar, como cuando la pala se clava en la nieve: la enfermedad, presente en distintas aristas de su vida. En su mujer, en las personas a las que cuida, en sus familiares, en él mismo.

La sinceridad se desprende de su manera de contar las dos caras de todo: la emoción, la felicidad y la ilusión, sí; pero también los miedos, la incertidumbre, las decepciones. Martí es un amigo detallando sus experiencias, un padre compartiendo sus temores, un marido expresando sus deseos y anhelos, una persona que se baja del escenario y tiene que enfrentarse a la vida.

El libro está narrado en presente, una elección que hace que la historia se suspenda en el tiempo, como si estuviera sucediendo otra vez mientras tú la lees. Otro reflejo de su intención de querer retener los instantes. Cada vez que se vuelve a posar la mirada sobre sus páginas, la honestidad sacude y la extraordinaria normalidad de sus vivencias hace que te sientas reflejado en ellas y se queden en tu memoria, como un brochazo de pintura roja.  ∎

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