Decía Chiquito de la Calzada, acudiendo al inagotable fondo de armario del saber popular, que “la cosa está muy mal”. Una sentencia grabada en piedra que perfila de manera inapelable el desastroso devenir contemporáneo: una pandemia que sigue dando sus últimos coletazos, un conflicto armado a las puertas de Europa Occidental y ni se sabe cuántos en marcha alrededor del mundo, una crisis económica interminable y, acechante, el oscurísimo, seco y extremo futuro fruto de los efectos del cambio climático. Si se escucha a los tertulianos de guardia, que ya son ganas, la pomposa letanía sobre el particular concluye que las consecuencias de semejante panorama son “impredecibles”, lo que no deja de ser una bonita manera de sacudirse el muerto de encima y a otra cosa mariposa.
Sin embargo, aunque no lo parezca, analistas y especialistas de todo pelaje han pasado buena parte de su vida profesional alertando de los diferentes escenarios a los que se enfrentará la especie humana durante el siglo XXI. Uno de ellos es Jean-Marc Jancovici (París, 1962), ingeniero, escritor y una de las voces más autorizadas sobre el cambio climático. Adalid del concepto “huella de carbono” (el total de los gases de efecto invernadero emitidos por la especie humana a la atmósfera), las charlas y los libros de Jancovici llamaron la atención de uno de los grandes maestros del cómic francés, Christophe Blain (Gennevilliers, 1970), quien le propuso un encuentro para concretar una futura colaboración. El resultado de la propuesta de Blain es un cómic excelente, “El mundo sin fin” (2021; edición en castellano de Norma Editorial, en catalán de Finestres, ambas de finales de 2022), un ensayo gozosamente didáctico, articulado a través de una entrevista informal a Jancovici. Blain se pone al servicio del experto en el tema asumiendo el papel de atento oyente, planteando dudas más o menos inocentes y aceptando que se encuentra frente a una autoridad en lo suyo, así que durante todo el tebeo hará lo que mejor sabe hacer: dibujar. ¡Y cómo! El despliegue de recursos de Blain es impresionante, pero se camufla tras un ritmo endiablado y una ejemplar dosificación de la información, algo bastante de agradecer en un libro como este, donde la relación de conceptos científicos y cifras puede llegar a apabullar al lector poco dado a frecuentar este tipo de ensayos. Y, por supuesto, dibujado con mucho sentido del humor, picando de aquí (la tradición del cómic francobelga) y de allá (de la Marvel al arte contemporáneo). Las tesis de Jancovici pueden llegar a sonar desconcertantes: su firme apoyo a la energía nuclear quizá no sea del agrado de todos los lectores digamos, comprometidos, pero su argumento merece, cuando menos, ser escuchado (bueno, leído). Máxime si el lector ha sido derrotado por la ola de fatalismo (casi) inevitable que sobrevuela toda la obra y quiere agarrarse a un clavo ardiendo, aunque sea radiactivo.
Quien sí parece que no está para albergar muchas esperanzas es otro artista francés, Philippe Squarzoni (Lyon, 1971), autor de “Cambio de clima. Un ensayo gráfico (y autobiográfico) sobre el cambio climático” (2012; Errata Naturae, 2022), el monumental (por su extensión, cerca de 500 páginas) fruto de seis años de concienzudo trabajo. En un correcto blanco y negro, sin estridencias, Squarzoni desgrana su periplo personal y su toma de conciencia del calentamiento global tras trabajar en una obra anterior donde analizaba las políticas ambientales de Jacques Chirac, heraldo del neoliberalismo rampante que se ha apoderado de Francia desde hace dos décadas. El trabajo del lionés cruza sin rubor las fronteras del ensayo científico, el cómic periodístico –incluye un buen número de extensas entrevistas a varios expertos en la materia– y la autobiografía, tomándose el tiempo necesario para exponer sus ideas. Sin embargo, la repetitiva estructura de la obra la convierte en un tebeo farragoso, algo envarado y con cierto déficit expositivo. Si Blain era capaz de ofrecer los datos y las ideas de Jancovici con soltura y cercanía, Squarzoni encalla a la hora de compaginar la cadencia entre las cifras y la confesión personal que, bueno, tampoco es que resulte apasionante, por decirlo de alguna manera: una sucesión de páginas y páginas contemplativas que, aunque no están exentas de lirismo, rozan la cursilería más almibarada y terminan agotando por su machacona insistencia en ideas que quedan más que claras en la primera viñeta. Cierto pesimismo trufado de culpa burguesa occidental recorre toda la obra, si bien es cierto que Squarzoni señala con tino –las cosas como son– a la clase política que claudicó a las presiones del capital como principal responsable de una situación que tiene difícil arreglo, y llama a la acción individual como el primer recurso efectivo frente a las drásticas consecuencias del cambio climático. En el pecado se lleva la penitencia.
Precisamente la llamada a la toma de conciencia personal es la principal conclusión de “El meteorito somos nosotros. Un cómic sobre el cambio climático” (Astiberri, 2022), obra del humorista argentino afincado en Madrid Darío Adanti (Buenos Aires, 1971). El título deja claras las intenciones del autor: esto se acaba, esto es culpa nuestra y esto o lo arreglamos nosotros o no va a venir nadie a salvarnos (por mucho que los extraterrestres se dejen caer por las páginas de este cómic de vez en cuando con su dosis de retranca y mala leche). Con mucho sentido del humor, como no podía ser de otra manera, Adanti elabora una suerte de guía para dummies del cambio climático, cabalgando entre la exposición histórica de los hechos y los datos científicos, desarrollada de manera clara, con una estructura capitular con chistes a toda página anunciando el punto a tratar en cada una de las diferentes secciones, y una especial atención por apuntar nombres de científicas que avisaron en su momento de lo que se nos venía encima (cosa de agradecer en un entorno masivamente poblado por voces masculinas). El bonaerense se pone el mono de trabajo y dispone la información con un dibujo sintético, trufado de color y decididamente pop, con ese gusto por la caricatura marciana que ya es marca de la casa. El resultado es un cómic pedagógico con cierto regusto a libro de texto, y quizá por eso funcione bien para un público adolescente, uno de los targets más olvidados por los tebeos de producción nacional. Destacamos también su optimista corolario, que deja entrever un rayo de luz y cierta ilusión en el futuro pese a la apabullante sucesión de malos presagios que hemos leído a lo largo de sus páginas.
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