“Ya es de día y se ha instalado aquí el terror”, que cantaría Nacho Vegas. Porque incluso a plena luz, con lámparas y bombillas a pleno rendimiento y el sol lamiendo las ventanas, adentrarse en
“Nuestra parte de noche” (Anagrama, 2019) es hacerlo en una densa y pegajosa oscuridad (o, ya llegaremos a ello, Oscuridad) para contemplar con los pelos de punta cómo lo gótico se pliega sobre lo político y los miembros amputados por una macabra y golosa deidad van a parar al mismo lugar que los cuerpos sin vida de los desaparecidos durante la dictadura militar argentina.
Así que, con el terror cómodamente instalado y setecientas páginas para recrearse a placer, a
Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) solo le ha hecho falta exprimir el género a conciencia para ver cómo los críticos más o menos serios hacían malabarismos verbales para justificar que se lo hayan pasado pipa con una novela que, vade retro, remezcla a Borges con Stephen King, el
Swinging London con el horror viscoso de Lovecraft, y el romanticismo de Bioy Casares con la fantasía febril de Neil Gaiman. Una novela popular en el mejor sentido del término, que ya le valió a su autora el Premio Herralde de Novela y que, más que leerse, se devora al tiempo que ella nos devora a nosotros.
Enriquez, algo así como la hija que podrían haber tenido Roberto Bolaño y Shirley Jackson, maneja como pocas (y pocos) los códigos del género, mención especial para lo macabro e inquietante, y sabe cómo transformar lo sobrenatural en espejo deformante de nuestros miedos. Se explica así la multiplicidad de temas y significados de una novela absorbente en la que caben la historia argentina, la siempre compleja relación entre padres e hijos, el sobrepeso de las herencias, el dinero como semilla del mal y, en fin, la oscuridad que todos llevamos dentro. Y todo a partir de una suerte de
road movie siniestra en la que seguimos los pasos de Juan y Gaspar, padre e hijo que viajan por la Argentina de los setenta huyendo de lo que se espera de ellos. Porque Juan, médium con poderes sobrenaturales capaz de invocar a una aterradora deidad llamada la Oscuridad, empieza a sospechar que su hijo ha heredado sus dones y lo último que quiere es que acabe al servicio de una orden secreta que comete todo tipo de atrocidades para contentar a la Oscuridad. Por el camino, las víctimas de esa secta de familias bien se confunden con los muertos y torturados de la dictadura militar mientras Enriquez centrifuga memoria, maldad, ocultismo y viajes de ácido en el Londres de los sesenta en una novela de asombro sobrenatural. ∎