Cuatro años hemos tenido que esperar a que Paul Auster (Newark, 1947) nos deleitara con una nueva ración de alta literatura. Su anterior novela, “4 3 2 1” (2017), dejó el listón muy alto, pero el estadounidense ha logrado lo más difícil: superarse a sí mismo con un libro que derrocha ambición e ilusión a lo largo de su millar de páginas, centrada en la vida y milagros del escritor y periodista del siglo XIX Stephen Crane (1871-1900), quien, según el propio Auster, allanó el camino para que autores tan referenciales como Ernest Hemingway o Joseph Conrad encontraran su oremus estilístico.
Con la reivindicación por montera, Auster enarbola la balanza de la justicia, templando su propia devoción por la obra de Crane. Y lo hace en pos de una experiencia vital enriquecedora, e investigando con asombro cómo la propagación de su obra se fue perdiendo con el paso del tiempo, hasta el punto de dejar de ser, prácticamente, divulgada fuera de los círculos académicos.
Lo que aquí tenemos no es una biografía al uso, ni mucho menos. En realidad, es un adentramiento total y absoluto en el arte de un genio cuya vida da de por sí suficientes razones para poder ensamblar un ensayo con no pocos puntos en común con las novelas del propio Auster, como “El libro de las ilusiones” (2002). De hecho, los sucesos que marcan la vida de Crane están sujetos a la misma liturgia del azar que mueven los hilos de las creaciones a las que da vida en sus ficciones.
Como el propio Auster comenta en el arranque del libro: “No lo enfoco como especialista o erudito, sino como viejo escritor sobrecogido por el genio de un autor joven”. Ni más ni menos. A partir de esta mecha, prende la llama de la inquietud en el lector como mejor sabe hacerlo: por medio de una prosa envolvente, vital y extrañamente atinada en su manera de empatizar con los pensamientos que se esconden tras la cortina del subconsciente. Y lo hace por medio de su obra más ambiciosa, surgida tras la tranquilidad de haber tocado techo con “4 3 2 1”, su novela más memorable hasta la fecha, de la que el propio Auster llegó a comentar que se trataba del libro para el que parecía que se había estado preparando toda la vida.
Con el alivio de haber alcanzado dicha cumbre artística, Auster se entregó en cuerpo y alma en la confección de este híbrido ideado entre el ensayo literario y el documental novelado, también un fresco demoledor de las tres últimas décadas de Estados Unidos en el siglo XIX, época llena de controversias que definen las contradicciones de la tierra de la oportunidad y la libertad. No en vano, no debemos olvidar que una de las grandes virtudes del vecino de Crane (ambos fueron concebidos en Newark) es su capacidad para atrapar al lector en el contexto temporal en el que se enmarcan sus narraciones; para la ocasión, una directamente relatada a partir de los hechos finiseculares que marcan la mirada poética del mundo de Crane, visionario a través de quien Auster nos hace ver estos años con los mismos ojos de quien es considerado por él mismo como el primer escritor modernista.
Finalmente, lo que “La llama inmortal de Stephen Crane” (“Burning Boy. The Life And Work Of Stephen Crane”) destila, en todo momento, es la sensación de encontrarnos ante la quintaesencia del estilo Auster, que su autor ha sublimado por medio de un género diferente a la novela. Oportunidad que ha aprovechado para darnos una lección de entusiasmo con un trabajo hiperdetallista y concienzudo de periodismo. El resultado final no podría ser otro que un trabajo monumental y poliédrico con el que se reafirma como uno de los escritores indispensables para entender la evolución narrativa de estas últimas décadas. ∎
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