“Hoy es uno de esos días en los que entiendes la vida simplemente porque ves a las amigas”, escribió Perla Zúñiga (Madrid, 1996-2024) en su diario, el martes 4 de junio de 2024. Sentirte vista, explicada, reconocida, aunque sea por unos segundos, nos reconcilia con el mundo de lo efímero. Lo efímero, al final, se traspasa a todos los aspectos de nuestra existencia. En su texto “No quiero hablar de la fiesta, quiero hablar del tiempo”, publicado en el blog de Caja Negra, Perla decía: “La muerte, la enfermedad y la fiesta tienen la virtud y la desgracia de otorgarte una presencialidad total y, al mismo tiempo, distanciarte de ella. Esto provoca, aunque dé miedo, que lo efímero se convierta en nuestra única certeza, es un ancla, una guía”. Ella que pasó –y está pasando, si no creemos en la linealidad temporal– por todos estos estadios, nos conduce a través de ellos en “Me muero, te quiero”. Es un libro-aparato-agujero-talismán que hace que entendamos la vida. Aunque muchas terminemos derramadas en gotitas saladas, porque echamos de menos la corporalidad de Perla. No quiero escribir un obituario aquí.
Perla es, seguirá siendo, una de esas personas que andan por nuestras mentes sin gravedad, como esa lagarta que despertó tras una siesta de muchos años, y que “enfundada en tacones rosa flúor camina por las calles del centro anunciando verdad, demostrando que la gravedad nunca será universal”. Habla nativo en sus poemas y sus diarios, ahora en físico, desafiando y a la vez exponiendo lo efímero. Una fugacidad que también se conecta con la fluidez de las identidades y de las prácticas queer, de la cultura rave y la de club, con la libertad de experienciar cada momento según sea, llevándolos a la práctica en la medida de lo –efímeramente– posible. Vemos la momentaneidad de las dudas y de los deseos, lo cuidamos como quien acoge, brevemente, la visita de unas amigas.
Ejecutamos pequeños espacios que condensan y celebran el tempus fugit. Recintos más o menos hospitalarios con los que ella tanto soñaba, a veces pesadillescamente. Hay un cielo sobre cada sala de espera y sobre cada quirófano. Hay un coto privado de ácido en cada cabeza, en cada after, en cada pista de baile. Hay restos de fantasía dentro de los cuerpos y en este libro hay ironía cuando “la célula cancerosa es mi organismo queer”, “la metástasis pura poesía anarquista” y la enfermedad es otra capa que se suma a las realidades de un cuerpo vivido. Lo que no hay, gracias a sus palabras, es más miedo a exponernos con las defensas bajas.
Me viene la imagen de cuando como JOVENDELAPERLA sostenía esa pancarta con la frase de Baruch Spinoza “Lo que puede un cuerpo”. La seguimos viendo así y de muchas maneras a través de sus palabras, que junto a los agujeros eran la materia prima de sus obras de arte promiscuas. Y nos sentimos cogidas de la mano, en una cama mullidita, haciendo recuento de todas las posibilidades que nos han nutrido. Haciendo recuento de cuántos discursos más empezaremos citando a Perla con todo lo aprendido. Otro de estos lugares fue el pasado 1 de marzo en La Casa Encendida de Madrid junto a su colectivo Culpa, con la proyección de “Tranquila” (2024) del director Leo Adef y los DJ sets de Berenice y JASSS. Hubo un libro de firmas. Ojalá le hayáis dejado allí muchas cartas, para que completen las suyas, si es que alguna vez un texto ha podido ser completado por fin. ∎
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