Por Paula Arantzazu Ruiz→
27. 04. 2023
“La justicia no existe, solo la ilusión de la justicia”, declama Perry Mason en el alegato final del juicio que ocupa la segunda temporada (2023) del serial de Rolin Jones y Ron Fitzgerald con Matthew Rhys encarnando el personaje creado por Erle Stanley Gardner. La declamación no es gratuita, habida cuenta del cruce de miradas que se produce en el estrado entre Mason y el fiscal del distrito Hamilton Burguer (Justin Kirk) y en tanto que nos devuelve al primer episodio de la temporada, cuando el caso sobre el asesinato de Brooks McCutcheon, hijo mimado de un magnate y muerto por unos disparos a quemarropa al final de ese capítulo, apenas podía vislumbrarse. Entre esas palabras que se dicen en el primero y el octavo episodio, una turbia investigación que revelará los trapos sucios de las élites angelinas durante los años de la Depresión.
Menos oscura y efectista que la temporada previa (2020), protagonizada por una secta y un truculento infanticidio, esta segunda entrega de “Perry Mason” es más pausada y clásica en el despliegue del suspense con el fin de permitir ese desarrollo psicológico que requerían unos personajes tan buenos. Para empezar, la nueva temporada nos devuelve al abogado y detective en calidad de antihéroe melancólico, capaz de sacrificarse como ningún otro letrado por sus defendidos, pero también otorga más protagonismo al resto del equipo, muy especialmente a Paul Drake (Chris Chalk) y a Della Street (Juliet Rylance). De ahí que las cuestiones de género, orientación sexual, clase social y raza se sitúen en primera línea narrativa, revelando, con ello, una historia de Los Ángeles a menudo oculta, inédita sin lugar a duda para muchos espectadores.
La incorporación de Michael Begler y Jack Amiel como showrunners, con Begler como productor ejecutivo junto a Susan Downey, tiene mucho que ver con la organicidad con que esos temas se imbrican en la trama criminal. ¿Es necesario recordar a la dupla por su magnífico trabajo en “The Knick” (2014-2015), una de las mejores series de médicos de la historia de la televisión? Si ahí ya demostraron lo bien que se desenvuelven con el material histórico del Nueva York decimonónico, en “Perry Mason” sacan punta a las tensiones sociales y urbanas de un Los Ángeles que, bajo el lustre de sus edificios art déco, es literalmente un polvorín.
Citaremos, solo por dar cuenta del pormenorizado trabajo de documentación, algunos de los hechos y personajes históricos que aparecen referenciados: el asesinato de Edward Laurence “Ned” Doheny Jr. en 1929, que inspira la temporada; Chávez Ravine, lugar donde hoy se levanta el estadio Dodger y que, antes de ser cuna del béisbol angelino, fue uno de los primeros enclaves de la comunidad mexicana migrante (como bien documentó Ry Cooder en su gran disco de 2005); los incendios de los barcos-casino Monfalcone y Johanna Smith, que ardieron en 1930 y 1932, respectivamente; o la figura de Anita Loos, la escritora de la chispeante “Los caballeros las prefieren rubias” (1925), aquí transmutada en Anita St. Pierre (Jen Tullock), también guionista en la fábrica de sueños y objeto de deseo de la letrada en ciernes Dalle Street.
Si la primera temporada supo conjugar el espíritu hard boiled con la narrativa procedimental propia del relato de Stanley Gardner, esta segunda entrega afianza sus señas de identidad con un resultado formidable. Al sólido y carismático elenco cabe sumar esa cuidadísima ambientación, esa reactualización del noir que incorpora tensiones del pasado desde lo contemporáneo, además del preciso trabajo sonoro, alimentado por la partitura de Terence Blanchard. Su propuesta musical, en sintonía con el sonido característico del noir, define a la perfección cómo se asoma Perry Mason al siglo XXI: un humano al borde al abismo, pero decidido a enfrentarse a los poderes fácticos de la ciudad. Cuando en el corolario de la temporada Mason se despide como uno de los grandes perjudicados de todo el tinglado, resuenan, junto a los compases de Blanchard y como un eco lejano, las palabras de Lawrence Walsh (Joe Mantell) a Jack Gittes (Jack Nicholson) con las que Roman Polanski concluía su “Chinatown” (1974). En efecto: Perry, olvídalo, así es el sistema. ∎
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