El color ¿importa? Si pensamos en la intrínseca relación entre la historia y la televisión, el paso del blanco y negro al color constituyó un antes y un después en la producción cultural de nuestro imaginario. Un gran paso para la constitución mediática de lo que entendemos como realidad, así como de sus clichés –a través de medios de comunicación y publicidad–, ya que un estereotipo es mucho más sencillo de digerir que aceptar las tramas de la complejidad social. Entre ellas, la del fenómeno de turistización que se mostraba como una beneficiosa y “sencilla” cuestión a través de aquellos anuncios publicitarios de vacaciones sin fin. O aquellos discos recopilatorios “Caribe Mix” de finales de los 90, que en verdad “recopilaban” estereotipos sobre el ocio estival con el reclamo de la fiesta, lo exótico, lo sensual... y la particularidad de que muchas candidatas a “canciones del verano” que incluían no eran las versiones originales.
La industria turística fue preparada para ser recibida como el modelo industrial definitivo: desde las campañas “Spain is different” del Ministerio de Turismo franquista dirigido por Fraga en los 60 al ingreso en la Unión Europea en los 80, en la conjunción de un gran pueblo. La palabra “turismo”, que seguramente es moderna, procede del inglés “tourism”, a su vez un préstamo del francés “tour” (gira, volver), y se difundió durante el siglo XIX. En origen se refería a cuando los jóvenes aristócratas británicos, al acabar sus estudios universitarios, comenzaban un grand tour por ciudades europeas. En Europa se utilizan, mayoritariamente, palabras derivadas de “turismo” para designar el fenómeno; sin embargo, el término en alemán es “Fremdenverkehr”, “flujo o tráfico de personas forasteras”, lo cual posibilita otras lecturas al respecto.
Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959) se sirve de ello como premisa para la exposición homónima “Fremdenverkehr”, en lo que parece ser un “retorno a casa” después de más de una década, ya que no exponía individualmente en Málaga desde 2007. En ella nos invita a volver sobre los imaginarios construidos en torno al turismo, los límites de su industria, los modos de poder, la cultura como producto y la memoria. Al examinar los bordes y mirar al horizonte, parece fácil advertir dónde se encuentra la división exacta entre ser un turista o un refugiado. Como se desvela en la dualidad de imágenes de su trabajo en proceso “El paraíso de los extraños”, expuesto aquí: a la izquierda una refinada mujer (occidental) sobre la arena de la playa en lo que parece ser la costa africana; a la derecha, el cuerpo sin vida de una inmigrante cuya patera parece haber naufragado en nuestra costa. La diferencia entre un inmigrante y un extranjero reside en la capacidad de desembolsar una cuantiosa suma de dinero para comprar una visa dorada. Es decir: conseguir el permiso para residir legalmente a través de una transacción económica.
El propio López Cuenca ha llevado a cabo el comisariado de la exposición. En ella encontraremos una configuración de sus obras comprendidas desde finales de los años 80 hasta ahora, en un diálogo entre piezas tempranas y recientes. Se suma también alguna pieza que pudo verse en la retrospectiva “Yendo leyendo, dando lugar” que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía le dedicó en 2019, como la instalación titulada “Las islas”, en la que nos hace cruzarnos con una serie de maniquíes masculinos blancos que posan de diferentes formas, vestidos únicamente con camisas de estilo tropical. Lo que esconden los patrones del mismo tejido, entre hoja de palmera y flor de hibisco, son ilustraciones del imaginario de la colonización: una es una nativa que ha sido raptada por un colono; otra aparece en una pose similar a aquellas imágenes que pintaba Gauguin en sus cuadros de jóvenes nativas convertidas en objeto por el deseo tras vivir en Tahití. Estos maniquíes de “Las islas” parecen celebrar algo, quizá una despedida de soltero o un gol de fútbol, lo que nos lleva a pensar que los privilegios no solo son cuestión de raza, sino también de género y clase social. Si el turista llega para hacerse con un territorio, sus costumbres y sus gentes, quizá no existan tantas diferencias entre este y el colono de “nuevos mundos”. Ambos actúan de forma dominante e incivilizada, con una percepción de impunidad y poder sobre el pueblo subordinado. Véase la serie “Eva incluida”, realizada junto con la artista Elo Vega, donde ese “paraíso” aparece con las imágenes que la propaganda de posguerra franquista usaba para llamar al turismo atraído por la cosificación de la mujer, una mujer exótica para el extranjero.
Esto podría ayudarnos a comprender cómo el turismo sexual que se produce en la actualidad, y que principalmente se populariza en los países menos desarrollados, ha sido subliminalmente legitimado. En el catálogo de la exposición podrán encontrarse reunidas las series completas con algunas obras que no aparecen en la sala, así como otras que, acertadamente, reflejan la complejidad de los fenómenos que se despliegan en torno a las lógicas de la producción capitalista de sentido cultural. Las mismas que el artista sondea habitualmente en su trabajo.
Siempre suele haber alguien por encima, pero, sobre todo, lo que en esta muestra se sugiere es que siempre habrá alguien por debajo al que subordinar. López Cuenca hace un free tour a través de la apropiación visual: desde imágenes de la propaganda turística de la dictadura franquista a las repeticiones del estereotipo de paisajes, etnias y culturas que previamente han sido apropiadas, como en un gesto neocolonial. Así ocurre en la pieza “Imagine”, donde esa palabra se despliega en un gran vinilo que ocupa toda la pared, superpuesta a la imagen en la que una camarera de pisos limpia y estira las sábanas de una cama; casi puedes sentir el olor del suavizante de la lavandería del hotel. La obra fue proyectada para una vía pública en Mallorca y, finalmente, no obtuvo el permiso para su colocación, poniendo así de manifiesto el ocultamiento del trabajo para mantener intacta la burbuja del relax entre sus consumidores. Aunque en lo doméstico también podemos encontrar esas huellas: en otra pared, el artista dispone platos decorativos, que pueden ser adquiridos en cualquier lugar del mundo, en cuyo reverso aparecen imágenes y eslóganes que nos hacen sospechar de sus intenciones.
Aunque si tuviéramos que reflexionar sobre una de las piezas estrella de los souvenir –tal y como se documenta en el archivo de “Gitanos de papel”–, podríamos mirar a nuestra nevera. Observe ese imán sobre su frigorífico: “Barcelona”, “Benidorm”, “Torremolinos”, “París”, “Roma”... Todos, o la gran mayoría, tienen algo en común: son “made in China” para abaratar costes de producción y elevar los beneficios. Un objeto cultural que te hará recordar un viaje y que en realidad es simulacro, pues nada tiene que ver con la industria de lo local, sino con las ideas y lógicas de la economía posfordista. Entre sus consecuencias, la de gentrificar los núcleos de las ciudades que homogeneizan en muchos casos los servicios y, a la vez, crean estereotipos de lo local –flamencas, guitarras, abanicos, sol, relax– como agentes activos de su Disneyland particular. Y si no, de forma contraria y paradójica, nos convierte en consumidores de esas escenografías foráneas, lo que las mantiene como una forma de esclavitud constante: consumidos o consumiendo. Rogelio López Cuenca nos recuerda en “Fremdenverkehr” que, si no tomamos el papel del agente externo que llega a una tierra, quiere decir que nos situamos –nos sitúan– en otra posición. Y algunas veces puede que dentro de ese parque temático que, día tras día de la marmota, vuelve a empezar con nosotros dentro. Disfruten del viaje… si pueden pagarlo. ∎
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