Hay en la ingente filmografía de Roger Corman (1926-2024) un momento fundamental en el que alcanza la categoría de “autor”, después de haber transitado como director los paisajes de derribo de la precaria serie B de los años cincuenta. Este momento llega cuando realiza entre 1960 y 1964 ocho películas inspiradas, a veces muy libremente, en cuentos de Edgar Allan Poe. Son “La caída de la casa Usher” (1960), “El péndulo de la muerte” (1961), “La obsesión” (1962), “Historias de terror” (1962) –filme de episodios que adapta tres historias distintas, “Morella”, “El gato negro” y “El caso del señor Valdemar”–, “El cuervo” (1963) –esta en clave cómica–, “El palacio de los espíritus” (1963), “La máscara de la muerte roja” (1964) y “La tumba de Ligeia” (1964).
El ciclo Poe es, desde el punto de vista estilístico, lo mejor que rodó nunca Corman. El terror gótico de los años sesenta, impuesto por la firma Hammer Films en Reino Unido y por el cine italiano liderado por Mario Bava, tiene en estas ocho películas su cota álgida de expresión: sentido narrativo, uso dramático del color –especialmente en “La máscara de la muerte roja”–, empleo del decorado, expresividad de la cámara, interpretaciones matizadas y adaptación de las obsesiones de Poe a los tiempos modernos.
Es un ciclo muy homogéneo realizado con nombres de prestigio. Todas las películas, menos una, están protagonizadas por Vincent Price, sádico inquisidor de “El péndulo de la muerte”, maquiavélico aristócrata de “La máscara de la muerte roja”, hechicero en “El cuervo”, hombre atormentado por traumas insondables en “La caída de la casa Usher” y “La tumba de Ligeia”. En “La obsesión”, según el angustiante texto de Poe “El entierro prematuro” (1844), el protagonismo recayó en el igualmente torturado Ray Milland, que en esta época, aunque fuera del ciclo, interpretó para Corman una de sus fabulaciones más personales en el cine fantástico y de ciencia ficción, “El hombre con rayos X en los ojos” (1963), en torno a un científico que experimenta consigo mismo unas gotas oculares que le permiten ver más allá de los cuerpos y de la materia, aunque acabe convirtiéndose en un moderno Edipo.
Corman recuperó para algunos de estos títulos a mitos del género como Boris Karloff, Basil Rathbone y Peter Lorre. La fotografía de los primeros seis filmes es de Floyd Crosby –entonces habitual de Corman y con prestigio inigualable: había fotografiado “Tabú” (F. W. Murnau y Robert J. Flaherty, 1931) y “Solo ante el peligro” (Fred Zinnemann, 1952)–, mientras que los guiones de cuatro llevan la firma de Richard Matheson, figura capital de la literatura de ciencia ficción. Menos las dos últimas, realizadas en tierras inglesas, toda la serie fue producida por American International Pictures (AIP), la compañía más importante del cine de serie B durante décadas. Tiende a pensarse que Corman formaba parte de ella. No es así, él creó sus propias firmas –Palo Alto Films y la distribuidora Filmgroup a finales de los cincuenta, New World Pictures junto a su hermano Gene Corman en 1970, New Concorde y New Horizons Pictures en los ochenta–, pero AIP estuvo detrás, como distribuidora, de buena parte de sus películas.
Corman se acercaba a Poe con esmero y ganas de trascender la imagen de un director solo rápido y rentable. Eran sus particulares filmes de “arte y ensayo”. Lo más interesante es que detrás de la máscara de Poe subyacía otra influencia no precisamente menor, la de H. P. Lovecraft. Un libro publicado en Francia, “Corman-Lovecraft. La rencontre fantastique” (Dreamland, 2002), de Guillaume Foresti, relacionaba profundamente al director y al autor de “El caso de Charles Dexter Ward” (1927). De hecho, uno de los títulos de este ciclo, “El palacio de los espíritus”, mezcla textos de Lovecraft y de Poe. Además, otras películas de Corman se acercan tangencial o directamente a Lovecraft: “Creature From The Haunted Sea” (1961), comedia de horror cormaniana –una de sus especialidades, como demuestra uno de sus mayores éxitos, “La pequeña tienda de los horrores” (1960)– con monstruos marinos muy lovecraftianos; “El ataque de los cangrejos gigantes” (1957), primeriza serie B con criaturas mutantes de risa; así como la versión directa que produjo de “El horror de Dunwich” (1970), realizada por quien había sido uno de sus directores artísticos, Daniel Haller.
El ciclo Poe es algo parecido a un oasis no buscado pero logrado. Un momento no de pausa, pues entre 1960 y 1964, fiel a su idea del cineasta todoterreno, realizó once películas más, pero sí de cierto replanteamiento de lo que significaba dirigir. Hasta entonces, su filmografía tras la cámara se había caracterizado por rodar en tiempo récord y con presupuestos irrisorios filmes de serie B destinados a programas dobles, salas de repertorio y drive-in.
Cubría el terreno que también pisaban William Castle, Edward L. Cahn, Jack Arnold y, en más precario, Ed Wood. El del cine popular, de género, de consumo rápido, filmes que dieran el suficiente rédito económico para hacer el siguiente recurriendo al mismo equipo y utilizando a veces las mismas tomas en varios títulos: del wéstern –“Cinco pistolas” (1955), su debut– al cine de gánsteres –“I Mobster” (1958) y “Machine-Gun Kelly” (1958)–; del exploit ambientado en una escuela de señoritas –“Sorority Girl” (1957)– y los gangs femeninos –“Teenage Doll” (1957)– a la comedia negra –“Un cubo de sangre” (1959)–; de la ciencia ficción con posesiones alienígenas –“War Of The Satellites” (1958)– a la fantasía prehistórica adolescente –la muy curiosa “Teenage Cave Man” (1958).
Dos detalles de esta época. Primero, la afición al protagonismo femenino, y no siempre en clave exploit, con profusión de las palabras mujer o mujeres en los títulos de sus filmes: “Apache Woman” (1955), “Swamp Women” (1955), “The Oklahoma Woman” (1956), “The Viking Women On The Sea” (1957), “The Wasp Woman” (1959) y “Last Woman On Earth” (1960). No solo estas: “Gunslinger” (1956) es un wéstern con mujer sheriff y “La diosa tiburón” (1958) tiene como protagonistas a unas buceadoras de perlas que se enfrentan a una banda criminal. El método Corman se evidencia con este filme: lo rodó al mismo tiempo que realizaba en la misma isla hawaiana “Naked Paradise” (1956), montada y estrenada antes. En tres de los filmes del ciclo Poe pueden verse idénticas tomas de una casa en llamas: las filmó para el incendio de la casa Usher y las empleó después en otros títulos sin ningún problema. Autoría y estajanovismo. Muchas veces hacía los planes de producción para que el rodaje de una película terminara en viernes y el de la siguiente comenzara el lunes siguiente.
Segundo detalle: Corman fue de los primeros en intuir el potencial del rock’n’roll en el cine. Elvis Presley debutó en Hollywood en 1956 con “Love Me Tender” (Robert D. Webb) y un año después Corman ya tenía listas dos películas,“Carnival Rock” y “Noches de rock”, ambientadas ambas en un local de música en directo. Las tramas y los motivos por los que los personajes están ahí son de lo más inconsistente. Lo que le importaba a Corman era sacar tajada del fenómeno musical predominante. The Platters y The Blockbusters repiten en los dos filmes. The Shadows y Bob Luman suenan en el primero, mientras que en el segundo lo hacen Nora Hayes y Eddie Beal Combo.
El rock siguió presente en la obra de Corman. “The Trip (El viaje)” (1967), su visión de una experiencia con LSD, escrita por Jack Nicholson y protagonizada por Peter Fonda dos años antes de que coincidieran en “Easy Rider (Buscando mi destino)” (Dennis Hopper, 1969) –el manifiesto independiente, hippy y contracultural que Corman arropó sin llegar a producir–, contó con banda sonora de The Electric Flag, en el que sería el primer disco de esta banda de rock, blues, psicodelia y soul con brillante alineación: Mike Bloomfield, Harvey Brooks, Buddy Miles y Barry Goldberg.
Un año antes, el mismo Fonda y otra hija díscola de famoso, Nancy Sinatra, protagonizan “Los ángeles del infierno” (1966), la lectura del cine de moteros a cargo de Corman, y la música la puso el grupo de garaje Davie Allan & The Arrows, habituales en estos menesteres: suyas son también las canciones de “Los ángeles del diablo” (1967), filme de AIP dirigido por Daniel Haller, producido por Corman e interpretado por John Cassavetes. De 1979 es “Rock’N’Roll High School”, otra producción suya, con dirección de Allan Arkush y argumento de Joe Dante, en la que los Ramones, interpretándose a sí mismos, se convierten en ídolos de las estudiantes de una escuela secundaria.
“The Trip” y “Los ángeles del infierno” son, junto a las adaptaciones de Poe, “El intruso” (1962) –sobre los problemas raciales en un pueblo sureño–, “El terror” (1963) –nueva introspección en el horror gótico, en este caso en época napoleónica, con Nicholson y Karloff, un remoto castillo como decorado y escenas rodadas por Francis Ford Coppola y Monte Hellman– y “La matanza del día de San Valentín” (1967) –sobre el episodio que dio a Al Capone el liderazgo del crimen organizado de Chicago–, las películas que cambiaron el paradigma en la obra como director de Corman. Explotó a fondo, y en apenas una década, todos los géneros y variantes habituales de la serie B –terror, ciencia ficción, aventuras, wéstern, gánsteres, filmes de motoristas y corredores de coches, comedias adolescentes y playeras, exploitation, rock, cine carcelario, filmes de monstruos, peplum–, pero poco a poco fue estilizando las formas y llegando a un cine ciertamente más depurado, aunque igual de popular; más caro de producción –tampoco mucho–, pero con la misma finalidad en cuanto a su recorrido por las salas.
Después, cuanto más ambicioso quiso ser y acercarse a la serie A, peor le fueron las cosas. No pudo completar su acercamiento a la tumultuosa vida del Marqués de Sade en“De Sade” (1969), completada por Cy Endfield. Su acercamiento a las vicisitudes del Manfred von Richthofen, el as de la aviación bélica durante la primera guerra mundial, se saldó con un filme monótono de batallas aéreas, “El barón rojo” (1971). En esta etapa en la que intentó catar las mieles del cine más comercial, su único logro, e importante, es “Mamá sangrienta” (1970), evocación de la agitada existencia de Kate “Ma” Barker, otro personaje femenino de calado en la obra de Corman, y la banda criminal que formó con sus cuatro hijos: Shelley Winters, actriz del viejo Hollywood, y Robert De Niro y Bruce Dern, representantes del Nuevo Hollywood, fueron sus protagonistas. El filme abrió antes de tiempo la corriente del folk noir, o policiaco rural retro –en sintonía con “Bonnie y Clyde” (Arthur Penn, 1967)–, y fue seguida, con Corman como productor, en “La dama de rojo” (1979), película orquestada por dos de sus pupilos, el realizador Lewis Teague y el guionista John Sayles. Corman se despidió del cine en calidad de director con una estéril revisión futurista del moderno Prometeo, “La resurrección de Frankenstein” (1990).
Si Corman define el cine de serie B, su cometido no es menos importante en cuanto a la producción independiente. Ambos conceptos, filmes baratos/filmes independientes, se entremezclan de forma orgánica, sobre todo cuando empezó a ejercer de productor. No fue un cazatalentos; él creó esos talentos. Ideó, sin pretenderlo, una escuela alternativa de cine. Nada de pasar por la universidad, como hicieron Steven Spielberg, George Lucas o Paul Schrader. Él formaba a sus “discípulos” haciéndoles supervisar los diálogos, encargarse del sonido, trabajar como asistentes de dirección y de montaje o aprendiendo a realizar un pastiche editando material nuevo con material preexistente. Dos ejemplos. Curtis Harrington, quien había realizado la mítica “Marea nocturna” (1961) con la ayuda de Corman, se encontró ensamblando en el relato de vampirismo galáctico “Planeta sangriento” (1966) las escenas que él había rodado con las de efectos especiales procedentes de una producción soviética que Corman había comprado, “El planeta de las tormentas” (Pavel Klushantsev, 1962). Lo mismo le tocó a Coppola con el filme ruso “Nebo zovyot” (Mikhail Karyukov y Aleksandr Kozyr, 1959), convirtiéndolo en “Batalla más allá del sol” (1962). Y a Peter Bogdanovich le dio la alternativa como director en “El héroe anda suelto” (1968), a condición de que a su historia sobre un tipo que dispara contra los transeúntes desde los tejados le añadiera varias secuencias con Boris Karloff, ya que a este le quedaban aún diez días de contrato con la compañía de Corman y había que explotarlos.
La lista de directores, guionistas, productores y actores a los que formó, cobijó o hizo debutar en distintas épocas es ingente: Harrington, Bogdanovich, Coppola, Hellman, Nicholson, Fonda, Hopper, Haller, Martin Scorsese, Robert Towne, Polly Platt, Jack Hill, Ron Howard, Dante, Teague, Sayles, Jonathan Demme, Jonathan Kaplan, Barbara Peeters, Steve Carver, Paul Bartel, Corey Allen, James Cameron, Gale Anne Hurd, Jimmy T. Murakami. Nombres olvidados que siguieron sus mismos pasos en la serie B y autores vitales en la evolución del cine estadounidense. Algunos volvieron al redil de Corman cuando las cosas se torcieron: Bogdanovich con “Saint Jack, el rey de Singapur” (1979).
“Last Woman On Earth”
(Roger Corman, 1958)
Segunda inmersión de Corman en un futuro posapocalíptico tras “El día del fin del mundo” (1955). Allí eran siete supervivientes del holocausto nuclear. Aquí, filmados en aguado Pathécolor, son una mujer y dos hombres que hacían submarinismo mientras se produce un fenómeno que aniquila a toda la población de Puerto Rico. El guion es más reflexivo que terrorífico. Wim Wenders la tuvo en cuenta cuando hizo “El estado de las cosas” (1982), en la que Corman, precisamente, interpreta a un abogado corrupto.
“Demencia 13”
(Francis Ford Coppola, 1963)
Corman le dio a Coppola diez días hábiles de rodaje, una módica suma de dinero y un puñado de latas de cine, y lo mandó a Irlanda para que demostrara todo lo que había aprendido con él. El resultado es la única película de terror del director de “La conversación” (1974), sobre herencias y pesadillas familiares, bastante timorata, pero felizmente cruda y espectral.
“La máscara de la muerte roja”
(Roger Corman, 1964)
La culminación del ciclo dedicado a las pesadillas de Edgar Allan Poe es el retrato de un medioevo siniestro en el que los aristócratas y terratenientes buscan refugio en un castillo mientras la muerte roja, la peste que lo arrasa todo, impregna el ánimo y los cuerpos. Una atmósfera sórdida y un tratamiento del color muy plástico redondean la propuesta.
“The Trip (El viaje)”
(Roger Corman, 1967)
Producción indie, contracultural y serie B, todo de una tacada. Peter Fonda es un realizador publicitario en crisis. Su esposa, Susan Strasberg, lo ha abandonado. Su mejor amigo, Bruce Dern, lo inicia en el consumo de LSD. Dennis Hopper pasa por ahí, entre hierático y estridente. El guion lo firma Jack Nicholson. Y Corman se tomó un ácido días antes de rodarla para experimentar el mismo viaje.
“El tren de Bertha”
(Martin Scorsese, 1972)
Debut en el cine profesional de Scorsese con un retrato de la Gran Depresión, las duras pugnas entre patronos y sindicalistas y los desplazamientos de los vagabundos en trenes. El filme se inspira en la vida de “Boxcar” Bertha Thompson, prostituta, ladrona, reformadora social y líder sindical. La interpreta Barbara Shelley. David Carradine es su compañero, literalmente crucificado al final.
“Piraña”
(Joe Dante, 1978)
Corman funcionaba a veces a rebufo de los grandes éxitos de la taquilla. De este modo concibió “Piraña”, como respuesta B al “Tiburón” (1975) de Spielberg: aquí son los peces carnívoros los que le hacen la vida imposible a los turistas. Es emocionante el notable esfuerzo por paliar con imaginación la ausencia de medios. Significó la puesta de largo de Joe Dante. ∎
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