Hay directores cuya carrera está atravesada por la provocación y por generar incomodidad y tensión al espectador con cada nueva trama. Es el caso de
Ulrich Seidl. Con su cine, observar la realidad escuece. El director austriaco lleva más de cuarenta años denunciando los peores defectos y las miserias más abominables de la sociedad capitalista occidental, tanto desde la ficción como desde el documental. Ahí está su trilogía “Paraíso” –
“Amor” (2012),
“Fe” (2012) y
“Esperanza” (2013)– con la que quería dar voz a las mujeres de cincuenta años, un sector de la población habitualmente alejado del protagonismo en las pantallas. Para ello escribe la historia de tres austriacas que parten hacia destinos diferentes. En la primera aborda el turismo sexual desde el enfoque del abuso colonialista; en “Fe”, la religión desde su parte más radical; y en la última, la búsqueda del primer amor.
Seidl vuelve a las salas con un díptico en el que continúa fiel a su estilo provocador, repulsivo y cínico. En esta ocasión, dos hermanos, Richie y Ewald, vuelven a sus rutinas habituales tras enterrar a su difunta madre en su Austria natal, dejando al anciano padre en una residencia. El padre se encuentra en un estado de demencia avanzada, pero no ha olvidado sus adoradas canciones nazis.
Richie parte hacia
“Rimini” (2022), como una especie de Benidorm, en que se dedicará a cantar en clubes de jubilados. Ewald es el protagonista de
“Sparta” (2022), con menores coprotagonizando la historia. El director planteaba construir de nuevo una trilogía, pero posiblemente el fallecimiento del actor Hans-Michael Rehberg (1938-2017) impidió finalizar la tercera parte, en la que los hermanos volvían a reunirse con su padre y donde se desarrollaría ese supuesto pasado nazi. Las dos películas denuncian que, estés donde estés, los demonios interiores siempre vuelven a aparecer y poco se puede hacer para escapar de ellos.