Mito de la televisión, buena saga cinematográfica.
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Informe

“Misión: imposible”: su misión, si decide aceptarla…

El actor y productor Tom Cruise ha convertido la saga cinematográfica de “Misión: imposible” en un blockbuster que equilibra el espesor dramático con secuencias de acción tan incontestables como inverosímiles (imposibles). Se ha rodeado de directores personales –Brian De Palma, John Woo, J. J. Abrams, Brad Bird– en función de los intereses de cada una de las películas, redimensionando la célebre serie televisiva creada por Bruce Geller en 1966. Aprovechando el estreno de “Misión: imposible. Sentencia mortal - Parte 1”, repasamos la singladura de esta excitante franquicia televisiva y cinematográfica.

14. 07. 2023

“Misión: imposible” (1966-1973) apareció en plena Guerra Fría, pero no giró en torno a los temas habituales del relato de espionaje de la época. Su creador, Bruce Geller (1930-1978), le otorgó una vibrante pátina coral y unas premisas argumentales muy imaginativas, tan rocambolescas como adictivas. En su otra serie, “Mannix” (1967-1975) –ideada con Richard Levinson y William Fink, dos especialistas en la serialidad detectivesca de los setenta y ochenta, autores de “Colombo” (1971-1978) y “Se ha escrito un crimen” (1984-1996)–, rebajó el listón: su protagonista es el prototipo de detective hedonista enfrentado a casos de lo más normal.

No eran nada “normales” las misiones que asumían los miembros del grupo FMI –Fuerza Misión Imposible, o Fuerza de Misiones Imposibles– liderado por Daniel Briggs (Steven Hill) en la primera temporada y por Jim Phelps (Peter Graves) en las otras seis. Pese a la gran repercusión inicial, Hill, de nombre real Solomon Krakovsky, abandonó la serie porque era judío ortodoxo y el plan de rodaje lo obligaba a trabajar en sábado, con lo que no podría celebrar el sabbat. Graves tomó el relevo y triunfó: la historia de los grandes éxitos de la cultura popular se escribe así, con decisiones y hechos imprevistos.

Durante los 171 episodios de la serie original –hubo un retorno innecesario con nuevos capítulos emitidos entre 1988 y 1990, en los que Graves mantenía a duras penas el espíritu inicial– el grupo lidió con dictadores de diversa índole, mafiosos, terroristas bacteriológicos, espías del otro lado del Telón de Acero, sicarios, falsificadores, físicos nucleares megalómanos, escuadrones de la muerte o traficantes de armas. Las historias acontecían en repúblicas bananeras, monarquías centroeuropeas –con innegables reminiscencias de “El prisionero de Zenda” (Richard Thorpe, 1952) en la temporada cuatro–, imaginarios países socialistas, casinos, fortalezas, laboratorios o transatlánticos. Para Phelps y su grupo era igual de viable, nunca imposible, desmantelar una organización nazi que buscaba la fortuna escondida de Hitler, restituir el mandato de un rey traicionado por su hermano en un país de Oriente Medio, anular a un magnate corrupto, recuperar una cabeza nuclear o desmontar unas elecciones amañadas en un país comunista.

Equipo con una misión: resolver lo imposible.
Equipo con una misión: resolver lo imposible.

Mascaradas y representaciones

Lo ingenioso de cada trama consistía en los métodos utilizados. El placer de la serie reside en el proceso antes que en el resultado. Geller y sus guionistas inventaron todo tipo de mascaradas y representaciones, suplantaciones y manipulaciones. En estos elementos se forjó la fascinación de “Misión: imposible”. El más habitual, la capacidad de uno de los agentes, Rollin Hand (Martin Landau), para diseñar máscaras de látex idénticas a los rostros de la gente que debía suplantar, atributo igual de innegociable en la saga de filmes de Tom Cruise. Landau sería sustituido en las temporadas cuatro y cinco por un ilusionista encarnado por Leonard Nimoy: la falsa apariencia cambiaba de táctica. También tiene su mérito que adiestraran a animales de compañía para robar microfilmes. En “Ciego”, de la sexta temporada, rizaron el rizo: Phelps se queda ciego de verdad durante todo el episodio para hacerse pasar por un agente invidente.

Con el fin de engañar a sus víctimas, los protagonistas eran capaces de crear réplicas perfectas de un hotel y un submarino, o de simular un terremoto para liberar a unos científicos occidentales presos en un zulo. El primer episodio de la quinta temporada, “El asesino”, eleva a la perfección este método: en apenas veinte minutos recrean un hotel falso con todos sus detalles –de los números de las puertas al membrete en los papeles de recepción– en el que el asesino del título se hospeda tranquilamente sin sospechar que se trata de una trampa. Solo hay un ejemplo igual de interesante en la serie cinematográfica, en su sexta entrega, cuando Cruise y compañía engañan a un científico noruego aliado con un grupo terrorista para que les proporcione unas claves. Lo mejor de la mascarada es la cara de tonto que se le queda a la víctima de esta al descubrir cómo lo han engatusado. La elección de los actores invitados también tenía bastante sentido. En “Repetición”, correspondiente a la temporada dos, el elegido fue William Shatner en el cometido de un gánster al que engañan para que crea que ha retrocedido treinta años en el tiempo, algo a lo que estaba acostumbrado Shatner al hacer de capitán Kirk en “Star Trek” (Gene Roddenberry, 1966-1969).

El grupo clásico fue el constituido por Phelps, Hand, la seductora y proactiva Cinnamon Carter (Barbara Bain), Barney Collier (Greg Morris) –el agente de raza negra experto en tecnología: Ving Rhames ha asumido la misma condición a partir de la tercera película– y Willy Armitage (Peter Lupus), el forzudo del grupo, tan parco en palabras que apenas llegó a pronunciar una veintena de frases contando todas sus apariciones. Geller les hurtó la vida privada, cualquier vestigio del pasado. Eran personas siempre disponibles. Phelps seleccionaba para cada misión a los agentes que creía más adecuados al inicio del episodio, lo que permitía a veces agentes invitados como la espía encarnada por Lee Meriwheter; tan bien encajó que apareció en ocho ocasiones. En “Vuelta a casa”, de la quinta temporada, se nos explican cosas de la infancia de Phelps. Eso fue todo. Abstracción frente al espesor dramático que Cruise ha conferido a las películas.

Piloto de 1966, la primera temporada.
La recordada sintonía de Lalo Schifrin se aliaba en los títulos de crédito con una imagen imperecedera, la llama que prendía una mecha y la cámara que seguía el rastro de esa mecha mientras se mostraban, a ráfagas, imágenes del episodio que íbamos a ver. La misión había empezado. Atento a todos los detalles, Geller hizo que cada capítulo comenzara con la explicación de la misión que se le encomendada al líder del grupo mediante una cinta de casete que después de una frase recurrente –“Su misión, si decide aceptarla…”– se autodestruía en cinco segundos. En un episodio de la sexta temporada y en otro de la séptima, la misión sería comunicada a través de un disco de vinilo. Analogía pura recuperada en la sexta película, con un vinilo de jazz como excusa. “Misión: imposible” generó una iconografía pop que llega incólume hasta nuestros días y que un sabio Cruise ha cuidado de mantener. Han pasado casi seis décadas, y eso tiene mucho mérito.

“Misión: imposible” (Brian De Palma, 1996).
“Misión: imposible” (Brian De Palma, 1996).

De Jim Phelps a Ethan Hunt

Cruise no es tonto. Es la estrella con más conciencia autoral del firmamento hollywoodiense. Es productor de todas las películas basadas en “Misión: imposible” desde la primera. No le contrató un estudio para protagonizar un filme de gran espectáculo que, de forma importante, gracias a él, ha devenido franquicia de éxito. No, desde el primer momento Cruise creyó en la peculiar reconversión de la obra de Geller adaptada a los tiempos modernos y la transformó en una de las muescas más importantes en su paradójica trayectoria: de ídolo teen a personaje desolado, desclasado, baqueteado emocionalmente. Sus composiciones en “Eyes Wide Shut” (Stanley Kubrick, 1999), “Magnolia” (Paul Thomas Anderson, 1999), “El último samurái” (Edward Zwick, 2003) y “Collateral” (Michael Mann, 2004) están en la misma línea. Su “Misión: imposible” es como una serie paralela o alternativa en relación con la televisiva.

Cruise creó a Ethan Hunt, el nuevo líder de FMI, a su imagen y semejanza cinematográfica, mezclando sus intereses por un cine digamos que más comprometido con el de gran espectáculo. Blockbuster de autor. O blockbuster de calidad. Y todo muy físico: no quiere dobles en las escenas de acción que pueda rodar personalmente y su manera de correr tan recta, sin mover torso y cabeza, se ha convertido en otro signo distintivo de la saga. Los que ponen el dinero en Paramount tienen sudores fríos cada vez que rueda una de estas secuencias, pero esa gestualidad tan orgánica es innegociable. Además, su gusto por el transformismo que le procuran las máscaras de la saga tampoco es nuevo: en “Tropical Thunder ¡Una guerra muy perra!” (Ben Stiller, 2008) también aparece con un maquillaje que le hace irreconocible.

Ethan Hunt no existía en la serie catódica. Debutó en “Misión: imposible” (Brian De Palma, 1996), a la que han seguido siete películas más: “Misión: imposible 2” (John Woo, 2000), “Misión: imposible 3” (J. J. Abrams, 2006), “Misión: imposible. Protocolo fantasma” (Brad Bird, 2011), “Misión: imposible. Nación secreta” (Christopher McQuarrie, 2015), “Misión: imposible. Fallout” (Christopher McQuarrie, 2018), “Misión: imposible. Sentencia mortal - Parte 1” (Christopher McQuarrie, 2023) y “Misión: imposible. Sentencia mortal - Parte 2” (Christopher McQuarrie; estreno previsto para junio de 2024). Todo parece indicar que con este doble capítulo Cruise se dispone a dar fin a la saga.

Las siete entregas en cine (a la espera de la segunda parte de la más reciente, a estrenar el próximo año).
Las siete entregas en cine (a la espera de la segunda parte de la más reciente, a estrenar el próximo año).

De la mano del barroco De Palma –que en “Los intocables de Eliot Ness” (1987) ya había llevado a su terreno otra serie clave de la edad de oro de la televisión estadounidense– y de unos guionistas tan capacitados para el policíaco multiforme como Robert Towne y David Koepp, Cruise emprendió una relectura a conciencia del éxito catódico. Su interés en conferir acento trágico es manifiesto: aparece Jim Phelps (Jon Voight), pero es un traidor, un topo en la organización, y el grupo con el que trabaja Hunt es asesinado, uno a uno, en la secuencia en Praga. El filme se adscribe aún a una cierta idea de la Guerra Fría: sus escenarios son Praga, Kiev y Londres. Las localizaciones de los filmes posteriores se asemejan más a un itinerario de James Bond: Sídney, Sevilla, el Vaticano, Shanghái, Budapest, Moscú, Dubái, Bombay, Minsk, de vuelta a Londres, Viena, La Habana, Casablanca, Belfast, Berlín, Cachemira, París y, en la primera parte de “Sentencia mortal”, Ámsterdam, el desierto árabe, Roma y Venecia.

El filme de De Palma combinó, con algún desequilibrio, espectáculo, espionaje residual de la Guerra Fría y admiración-diferenciación con la serie madre. Respetó los títulos de crédito con la cerilla que prende y una serie de imágenes que veremos después, idea aplicada también en las últimas cuatro películas. La trama se acerca a John le Carré. El topo utiliza el nombre bíblico de Job. Eugene Kittridge, el director de FMI que reaparece en la última entrega con los rasgos del mismo actor (Henry Czerny), dice de Hunt y los suyos que “están entrenados para ser fantasmas”. En eso se convertirán progresivamente. La primera aparición de Hunt en “Misión: imposible. Sentencia mortal - Parte 1” es emergiendo directamente de entre las sombras, como un rostro espectral del que no vemos el cuerpo. Gente sin pasado, presente y futuro, con una magnitud dramática impensable en la serie de Geller. Es el fin de la Guerra Fría, del eje USA-URSS. El bromista Ethan del principio del filme se hace adulto a base de hostias.

Primero confió en De Palma. Cruise sabía lo que podría ofrecerle. Lo mismo con John Woo, el gran artífice del éxito del cine de acción hongkonés de la década anterior. El director de “The Killer (El asesino)” (1989) venía además de dirigir ya en Hollywood “Cara a cara” (1997), una historia de rostros transfigurados, los de un terrorista (Nicolas Cage) y un policía (John Travolta), que se convierten el uno en el otro. Perfecto para el cambio de máscaras –y para las escenas de artes marciales–, aunque en el nuevo guion de Robert Towne se abuse demasiado de las sorpresas que esa permuta de rostro procura. El mensaje de la misión es a través de una gafas de realidad virtual. Adiós a lo analógico. No faltan los planos de palomas al vuelo, el signo distintivo que tenía Woo entonces. “Misión: imposible 2” no sigue la estela argumental de la primera, es como un paréntesis o el inicio de una nueva corriente que no fructificó. Más pirotécnico que físico. Con todo, deja cosas muy interesantes y del agrado de Cruise en su vertiente trágica.

“Misión: imposible 2” (John Woo, 2000).
“Misión: imposible 2” (John Woo, 2000).

La película reedita el mito de Belerofonte, hijo de Poseidón, y la Quimera, el monstruo con cabeza de león y cola de serpiente. Es la eterna pugna entre héroe y villano trasladada a los nombres que reciben un antídoto y el virus que este debe combatir. Sin el primero no existiría el segundo. Todo héroe necesita un villano para existir. La némesis como materia prima argumental, aunque el malvado del filme (Dougray Scott) tenga escasa entidad. El otro poso dramático está directamente sacado del cine de Alfred Hitchcock. En la relación inicial en Sevilla entre Hunt y la ladrona Nyah Hall que interpreta Thandiwe Newton, percibimos ecos indisimulados de “Atrapa a un ladrón” (1955), pero aquella era una comedia de intriga hitchcockiana sin apenas conflicto. Todo lo contrario de “Encadenados” (1946), de la que Woo y Cruise toman tantas cosas: Hunt se enamora de Nyah y aun así la envía a una misión (posible) y la deja en brazos de su antiguo novio, el villano de la función, como Cary Grant sacrificaba a Ingrid Bergman en el filme de Hitchcock enviándola a espiar y a casarse con un nazi instalado en Brasil.

Curiosamente, “Misión: imposible 2” no satisfizo a sus creadores y careció de prolongación pese a ser una de las películas más lucrativas de la serie: la primera, por ejemplo, costó 80 millones de dólares y ha recaudado 458 millones, mientras que en la segunda se invirtió más, 125 millones, pero ha dado 546 de beneficio. La tercera tendría menos rentabilidad económica, pero es más importante porque puso los fundamentos de la saga tal y como se ha desarrollado después. Entonces, entró J. J. Abrams.

“Misión: imposible 3” (J. J. Abrams, 2006).
“Misión: imposible 3” (J. J. Abrams, 2006).

El influjo de J. J.

“Misión: imposible 3” es un reboot. Volver a empezar. Volver a lo analógico: la misión se entrega en una cámara Kodak desechable. El antagonista es más poderoso, al margen de que lo interprete el excelente Philip Seymour Hoffman. Sobre el papel, un M:I reseteado. Pero hay tanto del director y guionista J. J. Abrams en la historia, personajes, estilo y estrategia narrativa que sería absurdo no pensar que desde este filme los destinos de la saga están equilibradamente regidos por Cruise y Abrams. No en vano este último dominó durante años la serialidad televisiva y se ha encargado de trasponerla a películas que son versiones de series de los sesenta y setenta, como “Misión: imposible” y “Star Trek”, o que parten de célebres iconografías cinematográficas, como la tercera trilogía de “Star Wars”. Abrams en el punto de mira de los trekkies, los warsies y los M:I.

Aunque el guion de la película lo firman Abrams, Alex Kurtman y Roberto Orci, los creadores de una serie posterior de J. J., “Fringe” (2008-2013), la tercera película de “Misión: imposible” tiene mucho de “Alias (2001-2006), la serie de intriga, acción, espionaje y muchos camuflajes físicos que Abrams venía de clausurar. Posiblemente había estado influenciado por algunos aspectos de la obra de Geller al trazar la historia de Sydney Bristow, agente de una rama secreta de la CIA, pero al mismo tiempo aportó muchas cosas de “Alias” y su propio sentido de la nueva serialidad cuando Cruise lo llamó para reflotar la exitosa nave de FMI.

La anticipación, por ejemplo, evidente en la secuencia inicial, un elemento narrativo más utilizado entonces en la televisión que en el cine. El McGuffin que supone la pata de conejo, un artefacto esencial para los personajes pero irrelevante para el espectador, que conecta con algunos objetos y artilugios esparcidos a lo largo de “Perdidos” (2004-2010). La distensión que procura de manera aún tímida el técnico informático interpretado por Simon Pegg, actor que crece exponencialmente en la saga y que también ha aportado elementos humorísticos en las otras franquicias comandadas por Abrams, caso de su personaje de Scotty en la saga de “Star Trek” –en la que Pegg también figura como guionista en la tercera entrega, “Star Trek. Más allá” (Justin Lin, 2016)– o el del chatarrero cósmico Unkar Plutt en “Star Wars. El despertar de la fuerza” (J. J. Abrams, 2015). Benji, el informático en cuestión, es lo más parecido al divertido técnico Marshall Flinkman de “Alias”. La atmósfera relajada de la secuencia del primer bloque en la fiesta en casa de Hunt y su prometida Julia (Michelle Monaghan), intercambiable con cualquiera de las fiestas de Sydney con los amigos que no saben de su trabajo real. La presencia de varios intérpretes de las series de Abrams (Keri Russell, Greg Grunberg). Y, sobre todo, el intento imposible de llevar una doble vida, el drama permanente en “Alias” y en cualquier relato de espionaje: los miembros de FMI han sido adiestrados para ser fantasmas, pero no para llevar una doble vida, ser personas normales en casa y agentes entrenados para matar fuera de ella. La historia con Julia está muy bien resuelta en los últimos planos de la siguiente película, y su cometido, alejada por el propio Hunt de su vida para protegerla de todo peligro –un sacrificio sentimental muy presente en las teleseries de Abrams–, se cierra definitivamente en la peripecia final en el campamento médico de Cachemira en “Misión: imposible. Fallout”. Todo encaja, aunque lleve su tiempo.

“Misión: imposible. Protocolo fantasma” (Brad Bird, 2011).
“Misión: imposible. Protocolo fantasma” (Brad Bird, 2011).

Cruise y Abrams dieron una curiosa pirueta al contactar con Brad Bird para dirigir “Misión: imposible. Protocolo fantasma”. Además de la animación pulp “El gigante de hierro” (1999), Bird había rodado dos de las mejores películas de Pixar, “Los increíbles” (2004) y “Ratatouille” (2007). En su primera incursión en la imagen real, Bird introdujo en algunos pasajes de acción una cierta gestualidad de la animación. La trama es más directa: hay que atrapar a un extremista que posee unos códigos nucleares. Léa Seydoux da vida a una asesina glacial e implacable que cobra por sus trabajos en diamantes. El protocolo fantasma del título es activado para desautorizar a todos los agentes de FMI después de que Hunt sea acusado de volar por los aires el mismísimo Kremlin. La saga parece volver a los viejos temas de la serie en cuanto a la geopolítica internacional y el terror atómico. La secuencia de cierre en un bar al aire libre de Seattle, con Julia contemplada desde la distancia, es totalmente de Abrams. No en vano los guionistas del filme, Josh Appelbaum y André Nemec, habían escrito y producido varios episodios de “Alias”.

Las películas cinco y seis establecen una mayor conexión con la serialidad televisiva. No hay el clásico “continuará…” al final de la quinta, pero la sexta no tendría sentido sin la anterior. El enemigo se hace material en “Misión: imposible. Nación secreta”: una organización de terrorismo internacional, El Sindicato, agentes totales del caos y del pánico nuclear. Capturado el líder al final de la quinta –en una espléndida escena en que lo encierran en un cubo de cristal como si fuera el Magneto aislado de X-Men–, en “Misión: imposible. Fallout” el organismo que amenaza el orden mundial es ahora una célula de aquella organización, denominada Los Apóstoles. No es de extrañar que el líder del Sindicato reciba el nombre de Solomon Lane, tan parecido al guerrero puritano creado por Robert E. Howard, Solomon Kane. O que en la sexta película el mensaje le sea entregado a Hunt en una cinta digital escondida dentro de una edición de “La Odisea”, de Homero. Mientras resuelven entuertos ligados a la endeble paz mundial, Hunt y los suyos siguen enfrentándose al propio sistema y, por presión de la CIA, vuelven a ser cancelados. No hay paz ni para los malvados ni para los héroes.

“Misión: imposible. Nación secreta” (Christopher McQuarrie, 2015).
“Misión: imposible. Nación secreta” (Christopher McQuarrie, 2015).

Este nuevo arco argumental dentro de la saga cinematográfica posee uno de sus mejores hallazgos en la presencia de Ilsa Faust (Rebecca Ferguson). Antes estuvieron los personajes puntuales o más efímeros encarnados por Emmanuelle Béart, Thandiwe Newton, Keri Russell, Maggie Q y Paula Patton. Julia al margen, la esposa amada con la que debe cortar todo lazo, Hunt encuentra en Faust su pareja perfecta. Exagente del MI5 británico convertida en mercenaria y asesina por sus propios superiores, es antagonista y compañera fiel, némesis y ser amado. En las tres últimas películas, hasta la encrucijada a la que se aboca el personaje en un momento clave de “Misión: imposible. Sentencia mortal - Parte 1”, Faust ha proporcionado el contrapunto al halo trágico de Hunt siendo igualmente un personaje desgraciado, además de propiciar otra de esas historias de tensión sexual no resuelta, o resuelta a medias.

Desde “Misión: imposible. Nación secreta”, el guionista y director de los filmes es el más cumplidor Christopher McQuarrie, un hombre de absoluta confianza de Cruise: además de las producciones de FMI, le ha dirigido en “Jack Reacher” (2012) y es uno de los guionistas de “Walkiria” (Bryan Singer, 2008), “Al filo del mañana” (Doug Liman, 2014), “La momia” (Alex Kurtzman, 2017) y “Top Gun. Maverick” (Joseph Kosinski, 2022). Aunque, sobre todo, deberíamos recordarle por escribir “Sospechosos habituales” (Bryan Singer, 1995), la modélica película-puzle con twist final de los noventa. Pero hasta McQuarrie ha adoptado como suyos los deseos de J. J. Abrams (que en la última película dividida en dos partes ya no figura como productor, aunque sí aparece su compañía, Bad Robot). Volviendo a la interesante relación entre Hunt y Faust, ese toma y daca entre personajes que se atraen y se escinden por igual, hay una escena en “Misión: imposible. Fall Out” en la que otra de las mujeres ambivalentes que pueblan la saga, La Viuda Blanca, le pregunta a Hunt por su relación con Faust. Le contesta: “Tenemos un pasado. Es complicado”. Es exactamente la misma frase que le decía la protagonista de “Alias” a su rival femenina en un episodio de la tercera temporada de la serie. El episodio en cuestión se titula en castellano “Consecuencias”. “Fallout” también puede traducirse por consecuencias o repercusiones. ¿Mera casualidad? ∎

“Misión: imposible. Fallout” (Christopher McQuarrie, 2018).
“Misión: imposible. Fallout” (Christopher McQuarrie, 2018).

La música: una gran sintonía y mucho más


Para Lalo Schifrin, la función de la sintonía de una serie en los años sesenta o setenta era la de poner en aviso al telespectador. Lo explicaba así: una persona deja el televisor encendido en el salón, se va a la cocina a prepararse un bocadillo y desde allí escucha la reconocible música, señal de que un nuevo episodio de su serie favorita ha empezado.

La formidable sintonía que compuso para “Misión: imposible”, de timbre contagioso, vientos poderosos y gran métrica percusiva, cumplía con creces esta función y mucho más: era el gancho perfecto. Lo mismo ocurrió con la otra colaboración entre Schifrin y Bruce Geller, “Mannix”. El tema principal de “Misión: imposible” se escucha en la saga cinematográfica con distintas variaciones elaboradas por los músicos de cada película: Danny Elfman (1), Hans Zimmer (2), Michael Giacchino (3 y 4), Joe Kraemer (5) y Lorne Balfe (6 y 7-8). El primer filme incluyó además una lectura “modernizada” a cargo de Larry Mullen y Adam Clayton (de U2) con arreglos de cuerda de Craig Armstrong. El otro tema significativo de la serie televisiva, “The Plot”, el que marca la tensión en los momentos álgidos de las misiones con aire de marcha en bucle, no apareció hasta la tercera película, reformulado por Giacchino.

En su momento se lanzó un vinilo de siete pulgadas con los cortes “Mission: Impossible” y “Jim On The Move”. Schifrin publicó en 1967 “Music From Mission: Impossible” con arreglos distintos –“original studio recreations”– de sus propios temas, mucho piano eléctrico, ambientes lounge, empleo del sitar –en la excelente pieza titulada “The Sniper”– y colaboración del saxo alto Bud Shank. En 1969 apareció otra tanda de temas, “More Mission: Impossible”, y en 1992 la compilación “The Best Of Missión: Impossible. Then And Now”, con piezas de las dos épocas a cargo de Schifrin y John E. Davis.

Son muchos los músicos que han versionado la sintonía compuesta por Schifrin, convertida en santo y seña de la música cool, lounge y paradigmática de la primera edad de oro de la televisión estadounidense. Del organista Jimmy Smith a Kanye West –en un remix para “Misión: imposible 3”–, pasando por la abanderada no wave Lizzy Mercier Descloux y los paladines del acid jazz The James Taylor Quartet: su segundo disco se titula “Mission Impossible” (1987) y contiene también lecturas de los temas principales de “Goldfinger” (Guy Hamilton, 1964), “Blow Up” (Michelangelo Antonioni, 1966) y “Alfie” (Lewis Gilbert, 1966) en pura explosión del órgano Hammond ochentero.

Además de fragmentos de canciones de Pulp, Massive Attack, Björk, Metallica o Jimmy Cliff desperdigados en los distintos filmes, la saga cinematográfica incluye otras sustanciosas referencias musicales. En la segunda secuencia de “Misión: imposible. Nación secreta”, Hunt va a una tienda de discos en Londres para escuchar el mensaje de una nueva misión y mantiene una conversación con la joven dependienta acerca del álbum “Thelonious Monk With John Coltrane” (1961): ella sostiene que Shadow Wilson fue el bajista en aquella grabación y Hunt la corrige asegurando que era el batería. ∎

Momentos M:I

Escalada en Utah, descenso en paracaídas desde un rascacielos en Shanghái e intento de asesinato durante la representación de “Turandot”.


Encontrar momentos álgidos en la serie televisiva, tan homogénea en el fondo, resulta difícil. Más que situaciones concretas, destacaría un episodio de la primera temporada, titulado “El rescate”, en el que Briggs acepta una nueva misión a la fuerza porque le plantea un dilema ético: él y su grupo deben liquidar al testigo de un juicio contra la mafia a cambio de recuperar a la hija del mejor amigo de Hill, secuestrada por los criminales. El episodio es un elogio de la progresión dramática del suspense, una carrera de obstáculos para conseguir envenenar al testigo: Briggs y compañía echan una sustancia en las cañerías que dan al baño de la habitación donde se encuentra vigilado el testigo y hacen todo lo posible para que beba el agua del grifo.

Las películas son otra cosa. Todas incluyen no menos de cuatro momentos de pura pirotecnia digital, mejor o peor incrustados en el relato global, pero técnicamente insuperables.

En “Misión: imposible” todo el mundo recuerda el robo a lo “Rififí” (Jules Dassin, 1955) en una cámara sellada en Langley, el corazón de la CIA, pero no le van a la zaga la espectacular pelea entre Hunt y Phelps en el techo de un TGV desbocado –clímax esperado del relato– ni la explosión en el restaurante-acuario de Praga.

“Misión: imposible 2” se abre con unas imágenes de puro vértigo en una montaña de Utah escalada por Hunt con asombrosa facilidad (las escaladas de lo más diverso serán otra constante de la saga cinematográfica). La persecución en coche entre Hunt y la ladrona Nyah, convertida en cortejo amoroso con trombos incluidos, es potente.

El descenso en paracaídas desde un rascacielos de Shanghái es uno de los platos fuertes del tercer filme, aunque resulta más geométrica la persecución en helicópteros por un campo de molinos eólicos mientras en el interior de uno de ellos Hunt intenta desactivar un explosivo colocado en la cabeza de una de sus agentes.

El ascenso por el exterior del hotel de Dubái, el edificio más alto del mundo, mediante guantes con sensores de adherencia se lleva la palma en “Misión: imposible. Protocolo fantasma”, además de la posterior persecución durante una tormenta de arena. También la pelea en el almacén de coches con plataformas que bajan y suben, una secuencia concebida por Brad Bird como un cartoon.

A partir del quinto filme, el tono es en general más uniforme. En “Misión: imposible. Nación secreta” destaca la secuencia del intento de asesinato en la ópera de Viena durante la representación de “Turandot” con dos francotiradores distintos, el dilema de Hunt de a cuál debe disparar para evitar el magnicidio y los planos del pentagrama musical que anuncian el momento del impacto como en “El hombre que sabía demasiado” (Alfred Hitchcock, 1956).

En “Misión: imposible. Fallout” sobresale la violenta pelea en los baños de una discoteca, influenciada por el cuerpo a cuerpo de la saga Bourne, y la auténtica animalada visual que supone la pelea dentro de helicópteros suspendidos en la grieta de una montaña mientras, en otro escenario, el resto del grupo intenta desconectar dos bombas nucleares. “Misión: imposible: Sentencia mortal - Parte 1” tiene su momento cumbre en el tren Orient Express, cuyos vagones van precipitándose uno a uno hacia el vacío y Hunt y la ladrona Grace hacen equilibrios para no ser arrastrados con ellos. ∎

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