Dura 64 minutos, frente a los 220 de “Quién lo impide” (2021) en su montaje definitivo. “Tenéis que venir a verla” (2022) habla de la relación entre dos parejas de amigos, mientras que la anterior se centraba en un grupo de adolescentes, sus cambios y mutaciones hasta darse de bruces con la pandemia. Siendo una película coral que conoció diversos montajes fragmentarios hasta alcanzar la unidad total, “Quien lo impide” no está tan lejos de “Tenéis que venir a verla”: Jonás Trueba ideó la segunda mientras aún le daba vueltas al montaje definitivo de la primera y algunas dudas, insatisfacciones, ambiciones y rechazos que experimentan los protagonistas permutan de filme a filme.

Aquí trabaja con pocos personajes y espacios reducidos e inalterables, que es como en el fondo se siente más cómodo. Dos intérpretes habituales en la obra del director –Itsaso Arana y Francesco Carril, que ya formaron pareja en la parte inicial de “La reconquista” (2016)– protagonizan junto a dos nuevas incorporaciones a su particular nómina –Irene Escolar y Vito Sanz– esta película entre sosegada y tensa, entre dramática y distendida. Tiene una media hora inicial –es decir, la mitad del metraje– en sintonía con lo mejor del cineasta: la manera de presentar a los cuatro personajes en primeros planos durante un concierto y la duración de cada uno de esos planos, que no es siempre la misma y marca la entidad y cualidad de cada uno en la historia; la relación entre las dos parejas tras bastante tiempo sin verse, como si tuvieran que volver a tantear un terreno antes bien conocido, una tensión que evoca, con menor virulencia, a la de la primera secuencia de “Secretos de un matrimonio” (1973) de Ingmar Bergman; la forma en que empiezan a someter a escrutinio vivir en Madrid o fuera de la gran ciudad; el posterior viaje en tren y la llegada a la casa de Alpedrete; la sencillez con que se expresa la pérdida del hijo que una de las parejas esperaba.

En su segunda parte, “Tenéis que venir a verla” incide en uno de los aspectos sobre los que se construían “Quién lo impide” y anteriores filmes de Jonás Trueba, la filmación de largas e intelectualizadas conversaciones en las que se habla de todo y de nada a la vez, preparadas o improvisadas, con disquisiciones sobre los viejos ideales del comunismo y los mecanismos de la autoayuda, entre otros temas. Para un cine de estas características es esencial la complicidad con los intérpretes, que las palabras fluyan igual que los movimientos, ya que buena parte de la efectividad de la película se basa en cómo expresan sus ideas sobre los aspectos que Jonás Trueba pone en el tablero del relato. Solo 64 minutos, el tiempo suficiente con que Jacques Tourneur contó sus películas de terror sugerido. No es una serie B. Es una película independiente española asentada en unos íntegros principios minimalistas y proclamada, desde su mismo título, para ver en salas y no en streaming. Las músicas son excelentes y el final, con textura de Súper-8, muy bonito. ∎