Bajo
Suscripción
“sentiment” se abre con una grabación que, en la voz del compositor underground Theodore Cale Schafer, plantea todo el concepto del álbum: aunque todo parezca ir bien y el mundo no deje de recordarte que estás en un buen lugar, que todo podría ser peor, es inevitable sentirse a veces como una mierda, porque quizá es imposible escapar de vivir nuestras vidas en función de lo que el mundo y el sistema esperan de nosotros. Esperan de los seres humanos. “Sobre el papel, mi vida está bien”, escribe claire rousay. “De hecho, mi vida se está convirtiendo en la vida que siempre había soñado cuando era pequeña. Me encantaría poder conectar con ello, apreciarlo, y vivir de verdad esta vida que estoy siendo afortunada de experimentar. Desafortunadamente, hay un vacío dentro de mí que parece ser infinito, y una oscuridad que no se va a ir”.
La depresión ha marcado gran parte de la trayectoria de la compositora texana, afincada desde hace ya varios años a las afueras de Los Ángeles. Ella misma se ha esforzado mucho en remarcar la emocionalidad intensa del proyecto, y no tiene miedo de mostrarle vulnerable. Su música abraza la duda; invita a ella. “Estoy escribiendo esto en mi iPhone y ya te digo que terminará sonando o como una nota de suicidio o como un intento patético de ‘ser real’”, sigue el texto de “4pm”.
Después llega un incesante traqueteo: podría ser el de un martillo neumático con el que están picando la acera ahí fuera; para rousay es el despertador de ese mismo iPhone, que vibra de modo casi industrial contra la superficie de la mesilla, anunciando el comienzo de otro día de mierda. Pero entonces se despereza un violín, entra un sintetizador bajo que parece orgánico pero inundado en eco, y un pequeño y sencillo motivo de guitarra acústica asienta una especie de melancolía vitalista, formando una atmósfera tan abstracta como corpórea que por un momento recuerda a los Sigur Rós más caseros –los de “Heima” (2007)–. Hay esperanza.
“head”, después, va a marcar toda la pauta del disco: en torno a la presencia protagonista y nuclear de la guitarra y esa voz robotizada, bañada en un metálico Auto-Tune, orbitan chiribitas electrónicas, sutilísimos drones, sonidos procesados que en lugar de provenir de la naturaleza vienen de los objetos cotidianos que rousay tiene en su dormitorio. Y lo hacen en una nebulosa de cuerdas, violas, violines, chelos, que confinan ese espacio tan delimitado, pero que al mismo tiempo parecen difuminarse hasta lo infinito. La habitación de rousay es tanto la piel que habita como su propio universo, y la cama es su pedestal; con una réplica de ellas recorre los escenarios de EEUU en una furgoneta.
Tan solo “W sunset blvd” sale al exterior, situándonos en plena cafetería en hora punta; es el único momento en el que podemos escuchar la voz de rousay sin el drone que la envuelve, porque al mundo exterior hay que enfrentarse sin esa protección. En “sycamore skylight” se conforma con abrir la ventana: se escuchan voces en la lejanía, quizá de viandantes manteniendo conversaciones triviales, viviendo una vida aparentemente normal; también pájaros y gente corriendo entre la hierba alta. claire rousay, en “sentiment”, y quizá por primera vez, quiere salir a jugar, pero no se ve del todo capaz. Sabe que está bien rodeada y que tiene amigos –y seguidores– que la apoyan: Mari Maurice, con quien lleva colaborando más de diez años, pone violines y programaciones electrónicas; Meg Duffy toca la guitarra en “ily2”. Thrill Jockey la ha fichado dándole mucha libertad, y después de que le robaran 20.000 dólares en equipamiento recuperó 33.000 en un GoFundMe y Jeff Tweedy le envió un container lleno de material. Las cuerdas la abrazan en los momentos duros, como dándole esa réplica en forma de caricia que demanda en modo sad but horny. Pero aún así no es capaz de disfrutarlo del todo.
El lenguaje que adopta “sentiment” es el del miedo y el deseo, el de la duda y la desesperación. Todas sus letras van sobre cagarla, sobre procesar difícilmente el apetito y el anhelo, sobre fingir estar bien cuando no lo estás, sobre sofocar las voces interiores a base de alcohol y una falsa extroversión, sobre el final del amor –“Slippery, ecstasy, unity, broken key, cold friend”–. Sobre no saber gestionar la necesidad. Pero al exponerse líricamente de un modo más descarnado, al hacernos partícipes en todo momento de esa intimidad tan cruda, revela por primera vez un espíritu mucho más melódico, y las melodías son, precisamente, lo que hace que la música de rousay se sienta más tangible que nunca en este álbum.
También más emo, acercándose ahora sí a la idea de “emo ambient” que ella misma se ha esforzado en asociar con su música: temas como “asking for it” o “lover’s spit plays in the background” apuntan a la mitología a la que la texana aspiraba cuando quería montar New Computer Girls, su propio Elephant Six: de Arthur Russell a Elliott Smith y de Sparklehorse a Bladee y Young Thug. “it could be anything” se abandona al sonido midwest, y en el otro extremo “iii” se recrea en la contemplación meditativa. Ambient y emo tienen más sentido que nunca en “sentiment”, y lo que revelan en su extraña interacción es una forma de pop abstracto que se impone más por su valor emocional que por su valor experimental, que conecta con sentimientos universales desde un enigmático deseo. La concepción de “sentiment”, en el torbellino de una depresión y protegida por las sábanas, es tan íntima como la forma que cada cual tiene de escucharlo, y quizá ese termina siendo uno de sus mejores valores: es tanto un diario de lo que te puede pasar como un folio en blanco. ∎
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