Lo de CRISTALINO es, en el fondo, más un cambio de piel que de esencia. Porque Fran Ocete (Adra, Almería, 1989) es un experimentado guitarrista –de hecho, está nominado al Goya a mejor actor revelación por dar vida al guitarra de lo que se supone que son Los Planetas en “Segundo premio”, la peli de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez–, con bagaje en formaciones como Brío Afín, Dolorosa o Pájaro Jack, al margen de su propio proyecto personal, Ocete. Pero esto podría considerarse su alter ego en clave contemporánea. Esto es, afín a las tendencias que han ido insuflando aire fresco a la música pop en el último lustro. Pero el esqueleto, la silueta de canciones perfectamente formadas, está ahí, en connivencia con el productor Jaime Beltrán, a quien conoce desde los tiempos de Pájaro Jack: un hombre tan versátil que igual trabaja con Nacho Casado que con Cupido, por solo mentar dos producciones recientes. El daguerrotipo se revela al fondo, por mucho que el colorido de las músicas urbanas actualice la instantánea. Comprobaréis que sus fans escuchan a Bonitx o Vulka en Spotify, o que su radio emite a trashi o Joe Crepúsculo. Pero el ADN se nota. Y la nueva epidermis funciona. Vaya que sí.
Es cierto que quizá no hay aquí un corte con la pegada de “Me vale”, lo más lucido (y lúcido) de su primer EP. Pero las cuatro esquinas de este segundo EP sirven para delimitar a la perfección su terreno de juego. “La vida en Marte” es la más evocadora y ensoñadora, elevada en su tramo final por unos bajos sísmicos que realzan una letra algo etérea: la vertiente menos concreta de la desazón que fijan. Más ligada al R&B, y algo más convencional (es la que más escuchas acumula: fue publicada en mayo del año pasado), resulta “A Z”, de perfil más inmediatamente reconocible y texto dirigido a alguien con cara y ojos, con referencia al contexto social (“xenofobia crece en la vieja Europa”). La voz de François (Marina Francisco: se conocieron porque ella trabaja en la distribuidora de “Segundo premio”) contribuye a que “Pez dorado”, con su ritmo moroso y entrecortado, algo reminiscente del mundo del trap y el hip hop (Kanye West es uno de sus referentes), también seduzca. Y “Todo lo que hablamos” cierra con una escalada rítmica que bascula entre el 2-step y el drum’n’bass, esas dos ortografías cuya sombra parece no tener fin tras más de dos décadas. ∎
Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.