Bajo
Suscripción
Nada hacía presagiar, incluso después de la milagrosa recuperación, que Edwyn Collins tendría mucho más que un regreso testimonial. Y, sin embargo, aquí está, sonriente y enérgico como siempre, igualando el número de discos publicados antes y después de sus dos hemorragias cerebrales de 2005, si se cuentan los soundtracks de su propio documental “The Possibilities Are Endless” (2014) y de la película “Sometimes Always Never” (2019). Asumiendo sus limitaciones, como siempre ha hecho, o simplemente ignorándolas, al ir en pos de su impulso vital, se revela “enamorado de nuevo” y consciente de que “el corazón es una cosilla aterradora y alocada”.
La euforia radiante de esa “The Heart Is A Scary Little Thing” y sus “du du du du du” saltarines no contradicen un álbum bien meditado y consciente, en el que la eterna juventud y la madurez bien entendida se dan la mano con naturalidad. Instalado en su estudio casero y su población ideal de Helmsdale, en las Highlands, rodeado de esos músicos amigos que le han venido ayudando en los últimos años (Sean Read, Jake Hutton, Carwyn Ellis, James Walbourne o su hijo William en el bajo), pero nunca dando la impresión de que el autor de “A Girl Like You” pierda la voz de mando, elabora una decena de nuevas canciones impecables, tan características de su trayectoria como novedosas en matices, pequeñas tendencias y apetencias.
El influjo del soul sigue ahí, cómo no, pero sin ninguna voluntad de revival: son solo aromas que envuelven maravillosamente el estribillo de “Knowledge”, o la evolución góspel de la elaborada “The Bridge Hotel”, que incluye un evocador intermedio de flauta escocesa.
Sorprenden muy notoriamente los arrebatos de saxo, más Roxy Music que souleros, en “Strange Old World” o “It Must Be Real”, o el xilófono y las armonías vocales de “A Little Sign”, rasgos de valentía y singularidad de este “Nation Shall Speak Unto Nation” sin desperdicio, que se cierra cimbreándose en la bossa con caja de ritmos en la preciosa “Rythm Is My Own World” y con ese punteo de guitarra a lo talk box de Peter Frampton. Sin necesidad de buscar la experimentación de “I’m Not Following You” (1997) o “Doctor Syntax” (2002), “Nation Shall Speak Unto Nation” tampoco se asienta en la comodidad; al contrario, es probablemente el álbum más elaborado, nutrido y certero en sus detalles de esta segunda etapa. El título, extraído de una placa incrustada en una radio antigua, y convertido luego en canción, no habla tanto de política como de buscar el entendimiento por encima de las voces chirriantes.
La emoción natural al cantar sigue intacta, el efecto que produce es reconfortante de inmediato, no importa que la técnica vocal sea menos ortodoxa que antaño: Edwyn Collins alcanza lo que quiere por empeño, se impone el arte natural de sus melodías siempre expresadas con pasión. Y en este álbum todas tienen gancho y distinción: esa “Sound As A Pound” que arranca con un redoble casi igual que el de “A Girl Like You” impone su singularidad en un estribillo absolutamente cautivador; la balada emotiva toma ritmo country (“The Mountains Are My Home”) o cadencia de nana adulta con coros angelicales (“It Must Be Real”, imponiéndose retos en la voz de los que sale muy airoso), pero todos los géneros se diluyen en la personalidad rotunda de Edwyn, quien firma la composición de música y letra en casi todos los temas, ocasionalmente en compañía de su fiel Carwyn Ellis, o de William Collins (“Strange Old World”, solo dos notas de bajo constituyen su arrebatador sustrato). Y ahí están en la contraportada, padre e hijo, hombro con hombro, como colegas asomados a la costa de la vida, a verlas venir con entusiasmo. ∎
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