El pistoletazo de salida que arranca el séptimo álbum de estudio del tejano –la pista homónima–, un tema que se inicia con un cabalgante riff acústico muy resultón (que probablemente permanecerá en la cabeza del oyente durante horas, o días) y una entrega semicantada, seminarrada de las letras, base sobre la cual se van sumando capas e ideas instrumentales (un órgano ominoso que asciende y desaparece, una guitarra marcadamente psicodélica, una sección de percusión contundente, un coro femenino generando la-la-lás, e incluso el breve paseo de un saxo) revistiéndola de una creciente trepidación a la cual contribuye también una paulatina efervescencia vocal que culmina con un Morby canalizando con entrañable imaginación la voz de su difunto padre, que observa retratado en una fotografía de juventud, daría a entender que lo que sigue será un festival de tracas rockeras con tufillo a los 60. Pero, no obstante, es una falsa pista: con un par o tres de excepciones (incluyendo el mencionado inicio, quizá el momento más pegadizo del álbum), este es mayormente un estofado de cocción lenta, hecho de temas más contemplativos que urgentes.
En efecto, el carácter dramático del violonchelo y órgano que inician “A Random Act Of Kindness”, la segunda pista, dirigen las expectativas hacia otros derroteros, presentando a un Kevin Morby más sombrío y épico; sin embargo, la aparición de una cascada de notas brillantes y un demencial barrido de cuerdas revelan que los arreglos –diseñados con una pericia y una maestría indiscutibles– y el barroquismo pop sesentero son probablemente las piedras angulares del disco; hasta el punto de llegar a fatigar. Es una sensación que se manifiesta en especial en la segunda mitad del álbum, cuando, en una arriesgada apuesta de secuenciación que bien podría suscitar monotonía, se encadenan tres baladas radicadas en el piano, de contenidos y melodías no muy dispares (que invitan a sacar los pañuelos), empezando con un retrato del desencanto amoroso como “Five Easy Pieces”, siguiendo con “Stop Before I Cry” (que gana personalidad y matices gracias a una interesante sección de pizzicato) y rematando con “It’s Over” (donde se introduce un refrescante cambio de compás guiado por chasquidos de dedos y un tarareo femenino, y que además contiene uno de los instantes más asombrosos de paralelismo entre lo lírico y lo instrumental, esas gélidas cuerdas que acompañan, en la segunda estrofa, observaciones sobre el efecto del cambio climático). Este triunvirato de lo melancólico es un cambio tonal particularmente radical al estar posicionado luego de “Rock Bottom”, sensacional single setentero que parece salido de un álbum de T. Rex –ritmo irresistible, crujiente guitarra melódica y estribillo simplísimo y efectivo– cuya temática sobre el tocar fondo cuando todo ha salido mal (incluyendo un pasaje ácido adornado con las risas del mismísimo Tim Heidecker) contrasta con lo animado y borboteante de la música.
Por otro lado, lejos de quedar sepultado en el frondoso bosque de la orquestación antes mencionada, el espíritu sureño inherente al cantautor florece en un par de ocasiones, como en “Bittersweet, TN”, una canción de americana de corte clásico erigida sobre un discursivo banjo que avanza a su rollo y las voces –a veces dialogando, a veces interrumpiéndose, a veces en armonía– de Morby y Erin Rae (cantante de Nashville, aquí en su salsa), que reciben la cálida visita de un evocador violín. Conforma una pareja peculiar con el tema que sigue, “Disappearing”, cuya melódica aporta un sabor más urbano a una mezcla de ritmo lento caracterizada por el riff más despreocupado del set.
El cierre del álbum con la monumental y refrescante “Goodbye To The Good Times” –una instrumentalmente cruda pero extrañamente esperanzadora pieza de folk acústico sobre el aparente e inevitable advenimiento de los tiempos oscuros, donde aparece una tímida slide que le aporta un añejo aire country– sirve para acentuar la sensación de que el disco insiste demasiado en las baladas, y que podrían haberse acortado algunos minutos de piezas (véase “A Coat Of Butterflies”, que se recrea demasiado en una misma idea sónica a pesar de momentos brillantes, como su colorida utilización del arpa). Todas son canciones de excelente manufactura en lo relativo a la producción (y, en su mayoría, a la composición), y Morby es un manantial de letras, imágenes y memorias intrigantes; pero quizá se echa en falta un poco más de ojo en la edición, así como un interés más aguerrido en experimentar, ya que, indiscutiblemente, puede vislumbrarse su potencial en este notable álbum. ∎
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