Disco destacado

Kiko Veneno

HambreElemúsica-Gran Sol, 2021

25. 06. 2021

Bajo

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Meses antes de que “Hambre” viese la luz, Kiko Veneno contaba que sus nuevas canciones eran tan sorprendentes que hasta le estaban sorprendiendo a sí mismo. Y ahora lo entendemos. El mismo músico, ya a posteriori y desde una óptica más reflexiva, afirma en sus redes (descubre, tal vez) que estos diez temas no son lo que se espera, que le dan un giro al flamenco y que replantean la sonoridad del pop. Y vuelve a tener razón. Continuador natural de “Sombrero roto” (mejor álbum nacional para Rockdelux en 2019), parte de aquel para arriesgar todavía más empezando por su mismo título (el único en su discografía con una sola palabra desde su debut, “Veneno”, de 1977). Con “Hambre” precisamente abre el álbum de forma abrupta. “Estoy fatal de la voz / y la letra se me ha olvidado”, comienza cantando con garganta rasposa, desaliñada. El diseño de sonido (impresionante producción compartida con Javi Harto, de ANTIFAN) es igual de inconfortable, entre una electrónica oscurantista con ritmos y toques de guitarra flamenca tratados de un modo insólito. O casi… malamente (¡tra tra!). También es destacable la secuenciación, que consigue encadenar los temas como si todo fuese un continuo. Llega “Dónde van” y la letra deviene kafkiana. ¿Dónde estamos nosotros ahora? ¿Qué está pasando aquí? Llega “Duele” y el sentido de la confusión es todavía mayor. “Se cruzan por la calle los dolores / Se miran y ni se conocen”. Ahí están, de nuevo y de forma nueva, la vanguardia, lo popular y esa inexplicable emoción.

Con este arranque ya estaría el disco amortizado, pero tiene todo el sentido la recuperación de “Días raros”, aquel single de 2020 que es la canción que mejor ha sabido expresar el estado de ánimo del confinamiento pandémico (o, como él dice en “Luna nueva” y toda su alegría de vivir, “la confinación”). “Mujer volcán” es, desde mi gusto, la única prescindible, aunque se oiga pronunciar la palabra “popocatéptl” y eso nos haga a algunos de magdalena de Proust que nos lleve a los tebeos de Mortadelo y Filemón. En “Madera” se atreve con el quejío y una guitarra mutante para, da la impresión, decir algo a los puristas. “Mira que soy flamenco / estoy rebelao / el carné me lo han quitao”, susurra como si fuese Will More en “Arrebato” (Iván Zulueta, 1979). “Dicen que tienes madera de la que arde / Se te dan muy bien los fuegos para encenderme y para apagarme”. La oscuridad se cierne de modo también inesperado sobre “Estoy cansado”. Voz grave, una guitarra acústica que suena metálica y un trip expansivo que se termina por transformar en el blues de un no-lugar, de un desierto mental y anímico. Mezcla de Joe Dworniak, igual que “Gitano Dave”, gozosa adaptación a su universo (en medio grita un “¡viva Lole y Manuel!”) de un tema popularizado por Woody Guthrie, del mismo modo que en su momento se dejase atrapar por el dylaniano blues de Memphis. Y, tras partir en el hambre, finalizamos en “La felicidad” y un nuevo catálogo de aforismos geniales para dejar grabados a fuego en nuestra memoria futura. “Ser pobre no es delito / Es una necesidad” o “Brilla el azúcar / pegada a los labios / de los niños que juegan de la autopista para allá / Papeles de colores vuelan sobre el barro / Así terminan las cosas que no acaban de empezar / Así termina todo”.

En una entrevista reciente, me aseguraba el músico que lo que persigue desde Veneno es expresar lo que eres incapaz de expresar. “Tienes que luchar con una cierta incomodidad para abrir puertas nuevas y quizá ver lo que no quieres ver de ti mismo. Abrir esas ventanas interiores te lleva a esa situación. Yo abracé un estilo desde el principio que consistía en no creerte tus propias mentiras, no intentar dar una verdad masticada. Y esa es una fórmula invencible, porque si tú no te crees tus propias mentiras te sientes un poco fuera de ti mismo. Creo que ese ha sido siempre mi sello, yendo a su vez a lo fundamental, a la esencia misma de la cultura popular. Ir a la emoción y a la razón. Una persona te puede hacer llorar con una balada de amor, pero te puede estar haciendo llorar por las razones equivocadas”. Por eso nunca ha dejado de encontrar las canciones al mirar tras las esquinas, asomándose al patio de atrás de su subconsciente, dejando que se metiesen por las rendijas y apareciesen donde menos te lo esperas. Su sombrero se mantiene bien roto, y los rayos siguen entrando en su cabeza. Y nos sigue conquistando con el suave viento gratis y fresco de su abanico de cristal. 44 años después. Igual de inquieto en su exploración, más sabio y más inteligente desde su admirable trinchera artística y humanista. ∎

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