A Shana Cleveland, principal fuerza motriz de La Luz, le ha cambiado mucho la vida en los tres últimos años. En 2019, poco antes de que naciera su primogénito, dejó Los Ángeles para establecerse en Grass Valley, pequeña ciudad rural californiana a los pies de Sierra Nevada. Después llegaron la pandemia y el confinamiento, dificultando el desarrollo de este repertorio por cuestiones logísticas y acelerando el proceso de adaptación de Cleveland a ese nuevo entorno, conectándola directamente con la naturaleza y alejándola de los ruidos y distracciones de la megalópolis costera.
Para La Luz también han sido tiempos de cambio. La batería Marian Li-Pino ya no se sienta tras los parches y el ahora trío ha decidido aliarse con Adrian Younge, un productor acostumbrado a trabajar con sonidos de la órbita negra cuyo perfil artístico tiene poco que ver con Ty Segall, quien los ayudó a moldear el todavía electrizante “Weirdo Shrine” (2015), y con Dan Auerbach, compinche en la realización de “Floating Features” (2018).
Todo este ir y venir ha dejado profunda huella en “La Luz”, trabajo de madurez que apuesta decididamente por una estilosa renovación, a mucha distancia del estimulante surf-garagero –o viceversa– que marca buena parte de la trayectoria de la banda. Este cuarto álbum está dotado de un expresivo relieve sonoro y mezclado con el mejor de los criterios en cuanto al uso del espacio y la relación entre todos los elementos que conforman las canciones. Decisiones de índole técnica que tienen una aplicación puramente estética, porque realzan el carácter paisajístico y reflexivo de canciones que indagan en la sustancia del amor, como “Lazy Eyes And Dune” –arreglada con mellotron, guitarras escurridizas y clavicémbalo– o “Here On Earth” –en la que destaca el minucioso uso de percusiones como el triángulo, las campanas o la cabasa–.
Quienes hayan seguido el camino de La Luz se van a sorprender con esta bajada de revoluciones y quizá echen en falta algo más de mordiente voltaica. A cambio, podrán perderse cuantas veces quieran en la espiral lisérgico-doméstica de“Watching Cartoons”, empaparse de añoranzas fifties con la balada “Oh, Blue” o disfrutar del despliegue armónico –de los instrumentos y de las voces– propuesto por “Goodbye Ghost”. También van a encontrarse algunos agradecidos fogonazos de energía psicodélica como “The Pines” y “Metal Man”, en los que establecen conexión con su anterior dialéctica creativa. ∎
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