“Underwater”, el último álbum de Ludovico Einaudi (es prolífico, así que puede que ya no sea “el último”), es el primer disco de piano solo que publica en veinte años (el anterior, “I giorni”, apareció en 2001) y el resultado directo del confinamiento mundial durante la primavera de 2020, un acontecimiento que el compositor turinés no vivió como un castigo, sino casi como una bendición: una situación que lo desintoxicó del ritmo excesivo de su propia vida profesional y le proporcionó oxígeno extra en un paraíso terrenal, sin plazos.
“Underwater” está formado por doce piezas, pero dice su autor que son doce porque son las que eligió, pero que en esos tres meses de encierro dejó apuntes para no se sabe cuántos discos más… En la hoja de promoción cuenta que el álbum se realizó con una mentalidad más cercana a la de “la creación de canciones que a la de la composición”: las piezas de mayor sabor melódico y que surgían como pura respiración, intuitiva, sin mediatizarse por conceptos o pensamientos, son las que eligió y dejó tal cual, para no “estropear” su encanto primaveral…
Einaudi es un músico al que se suele odiar. Nació, como dicen los ingleses, con una cuchara de plata: nieto de Luigi Einaudi, segundo presidente de la República Italiana, entre 1948 y 1955, su padre, Giulio, fue un intelectual de primer orden, fundador, en 1933, a los 21 años, de la editorial que lleva su nombre, vinculada a personalidades como Cesare Pavese, Italo Calvino o Pier Paolo Pasolini. Comenzó sus estudios de piano y llegó a ser discípulo de Luciano Berio, pero en los 80, como ya había sucedido con otro músico italiano formado en las vanguardias, Franco Battiato, abandonó la rigidez formal académica y decidió ahondar en una música inspirada en Erik Satie y en las fuentes del posminimalismo más melódico y popular (Mertens, Nyman)… y de ahí al estrellato mundial. No solo se dice que es el músico más escuchado en las plataformas de streaming (cuenta con 1.350.000 suscriptores en su cuenta de YouTube), sino que no le hace ascos a nada: bandas sonoras de cine (las más recientes, “El padre” y “Nomadland”), música para anuncios, etc. Si le quieres comparar con la nueva generación (la de Nils Frahm, Max Richter, Ólafur Arnalds, Clara Peya, Joep Beving o Nico Muhly), no andas desencaminado, pero me temo que los supera a todos en número de entradas vendidas y en el fervor popular que desata, cercano al que despertaba en su día Franz Liszt, el antecesor de la histeria del fenómeno fans de las estrellas del pop y el rock.
Las piezas de “Underwater” suenan realmente puras, salvo un leve matiz: el piano había sido “preparado”, pero no a la manera cageiana, sino con plaquitas de fieltro para amortiguar el sonido de los martillos. Evidentemente, sería fácil despreciar este álbum por su falta de variedad musical o de ambición estilística, incluso por su sencillez (los conciertos que se comercializan como “a la luz de las velas” y que cuentan con versiones de su música los realizan aficionados autodidactas sin apenas formación). Pero en su caso, la sobriedad es piedra angular. ¿Se derivan sus cualidades intrínsecas de las propias notas o su efecto emotivo proviene de la susceptibilidad emocional del oyente? La dinámica es, en gran medida, invariable y difumina cualquier apariencia real de cambio a lo largo de los casi 50 minutos de duración, y las ideas melódicas van y vienen como si se tratara de variantes indistintas de un tema apenas emergente. Pero Einaudi es un genio: sabe tocar la fibra (o se la toca a sí mismo) y quien conozca buena parte de su discografía sabe que domina la técnica compositiva. El disco comienza con “Luminous” y uno ya se siente rodeado de un ambiente armonioso con sonidos cálidos que invitan a sentarse y simplemente escuchar. Ya hubo alguien así en el pasado: George Winston, mal encuadrado en la llamada música “new age”. No hay grandes diferencias entre unas y otras piezas –puede que “Rolling Like A Ball” sea más rítmica; puede que “Natural Light” suene más melancólica; puede que “Swordfish”, con su pizca de barroco, sea lo más parecido a un hit; lo cierto es que todo nos encamina a un desenlace poético y reflexivo en el tema que da título al álbum, con el que concluye el disco–. Es cierto que lo que toca Einaudi puede que tenga efectos positivos sobre el escuchante, pero al final lo que tenemos delante es un álbum de piano clásico que atrae a quienes no son (tan) aficionados a la música clásica. Y los que sí son aficionados, salvo que sean puristas de Chopin o Liszt, no deberían temer el contacto: Einaudi puede hacerlo sencillo, pero nunca simple. Y los que simplemente buscan en la música un descanso, también lo pueden encontrar aquí de una forma serena, elocuente, elegante y que invita a la reflexión. Una exquisitez que cala cada vez más hondo a medida que se escucha y se escucha. ∎
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