Salvado por el piano. Algo así. El título del primer álbum que Marco Maril (Apenino, Dar Ful Ful) publica con su nombre marca la fecha que el instrumento entró en su casa y se convirtió en el aliado principal de la docena de composiciones que arman el disco. Piano, voz (la suya y la de Iria Vázquez) y el chelo de Macarena Montesinos: Maril ha encontrado el equilibrio tantas veces buscado del “menos es más” y las canciones de “15.11.18” relucen en su desnudez y transmiten toda la amplitud de sentimientos –del desengaño a la esperanza– que necesitan.
Sin artificios, con las entrañas abiertas, el disco va proyectando sus dioramas musicales impresionistas con una serenidad que quita el aliento. “Va a devorarnos la corriente / aunque sepamos hacerle frente”, dice en “El aire y el mar”, pero siempre (o casi) hay luz al final del túnel. Y la luz es lo que busca Maril, un resplandor que reluce en esos homenajes a su admirada Agnès Varda (“Azul ultramar” y “Una escena de Varda”: dos canciones para poner en bucle infinito) o en “La luna y la hoguera”, donde la voz del protagonista encuentra el eco mágico de la de Vázquez.
Mención especial, porque lo merece, al atrevimiento de adaptar a Federico García Lorca, un poeta que parece coto exclusivo de flamencos y cantautores, vedado a los practicantes de la esfera indie pop. Tanto “Preciosa y el aire” como “Romance de la luna luna” –la primera en voz de Marco, la segunda a cargo de Iria– hacen justicia a los versos elegíacos del granadino y encajan perfectamente en el marco lírico del álbum.
La gravedad del chelo introduce “Luz”, broche de “15.11.18” (y la única cantada en gallego), cara melancólica pero optimista de la inicial “La gran mentira”. Sí, siempre hay luz y este formidable disco puede, debe, ser un faro en el desierto de los corazones heridos. ∎
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