No siempre es verdad que quien mucho abarca poco aprieta. Cuando hay talento, alma y cerebro, lo que en otros casos es pura dispersión adquiere perfiles sólidos e interesantes en su diversidad. Tenemos una buena prueba de ello en el caso de Mariola Membrives: cantante, actriz, compositora, docente… La cordobesa acaba de publicar “La Babilonia”, tercera entrega de una discografía que debemos enmarcar en la trayectoria de quien ha cimentado en el flamenco un tránsito musical que también abarca el jazz, el sesgo vanguardista, la canción popular, las músicas de raíz… Una senda donde encontramos asociaciones de relumbrón con Chano Domínguez, La Fura dels Baus o el guitarrista Marc Ribot, junto al que grabó en 2019 el poético “Lorca, Spanish Songs”.
Membrives se ha marcado ahora, y tras dos años de intenso trabajo, un doble álbum de aúpa. Hablamos de una obra mayor en la que ha contado con la complicidad del guitarrista e improvisador Javier Pedreira, y por la que desfilan en distintos episodios cómplices como Vincent Pérez (trombón), Daniel García Diego (piano), Miron Rafaelovic (trompeta), el siempre sembrado Tino Di Geraldo a las percusiones o el bajista Marcelo Fuentes.
Alimentan “La Babilonia” dieciocho temas compuestos por Mariola, más las respectivas versiones del “Moonchild” de King Crimson, que mola, y de la popular griega “Álamo”, que mola mazo por su delicadeza y el gran trabajo de piano y trompeta. Nuestra protagonista también le ha cogido prestada una letra a Teresa de Jesús, de profesión santa, en el caso de “De mi amado”.
El recorrido que se nos propone en esta producción arranca con “La cantaora”: un quejío que viene de lejos, y que bien podríamos imaginar sintonizado en la onda corta, dando paso al tema en sí, en el que se detectan ecos de canción popular latinoamericana. Es el primero de los innumerables quiebros que nos asaltarán a lo largo del álbum. Un espléndido collage –que no pastiche– de referentes musicales con alma flamenca y planteamiento vanguardista, frecuente spoken word, atinada electrónica, picoteos jazzísticos y demás recovecos. Artefacto denso en el que, por cierto, también hallaremos algunas piezas de pelaje más pop, por así decirlo, como es el caso de “Infierno”, donde la cantante muestra un desempeño vocal extraordinario, “Descenso” o la ya mencionada “De mi amado”.
Hay, en “La Babilonia”, un conveniente vector feminista que nos asalta especialmente en “Las guardianas”, con esa guitarra funky cerebral, ese trombón debocado y estos versos que alguien debería esculpir en piedra: “somos tu madre debajo de la cama / mientras nos sodomizas / somos el reflejo de todo lo que temes / somos el castigo que llevas mendigando / por un millón de siglos”. La mitología sumeria es otra de las fuentes de inspiración del trabajo, desde la temprana, contemporánea y solemne “Ira de Tiamat”, o las tres piezas construidas en torno al Código Hammurabi, con especial mención para “Hammurabi 3 (zapatitos)”, que arranca con brumas jondas y culmina con un distinguido apunte jazzístico.
Avanzando en la escucha, apunta directamente al corazón del oyente la “Saeta”, con memorable trabajo percutivo de Di Geraldo y una arrebatadora arquitectura morentiana. Tiene, esta pieza, el encanto añadido de lo trascendente. Una apelación a aquello que está más allá de la materia –y que a fin de cuentas nos confirma que no somos androides– a la que nos enfrentamos de nuevo, y esta vez con atractivos matices orientales, en “Mantra Kirie”.
La más que vitaminada, salvaje “Postálamo”, donde las seis cuerdas vuelven a lucirse, y la inteligente construcción e inspirado proceder de Membrives y Pedreira en “Apocalipsis” constituyen nuevos puntos de partido de un trabajo impecable y sin rellenos que culmina en las aguas placenteras de “El lecho”. ∎
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